"11"

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No sabía donde se había metido Ulrich.

Desperté abruptamente, aplastada por una molestia en el pecho. Angustia, reconocí, la sensación empeoró al advertir el vacío en la cama. Sin él, la habitación se extendió como una pradera inmensa y solitaria.

El reloj en el escritorio marcaba los primeros tres minutos de las seis de la mañana, me debatí entre esperar su retorno o salir a buscarlo, pero terminaría perdida en algún lugar recóndito de la residencia y no tenía ánimos de explorar el lugar.

Solté el pomo de la puerta y retrocedí a la cama. ¿La policía lo habría venido a buscar? Aún era temprano, ¿es posible que se enterasen del desastre que dejamos en casa? ¿Qué les diría si viniesen por mí? Podría ofrecerles las migajas del pastel.

Un dolor punzante se esparció en mi cabeza, sentí un centenar de pinchazos desde mi sien a la nuca. Tenía que organizar el desorden en mi mente. Lark estaba muerto, era la realidad, no un mal sueño, y es probable que Edinson Becker también.

Tully tenía fama de rencorosa, no se quedaría callada, en este momento debía estar junto Annette y su marido tocando la puerta de la comandancia.

La molestia acrecentó. La cabeza, un tramo más profundo, palpitaba con la vehemencia de mis latidos frenéticos. Finales trágicos se armaban y descocían en mis pensamientos. Necesitaba hablar con Ulrich, con Uma, me sentía perdida en la soledad de la cama.

El reloj marcó las siete y cuarenta, salté fuera de las sábanas al oír pasos agudos, contundentes, afuera de la recámara.

La puerta se abrió lentamente, alisé la bata de dormir, aminorando la severidad de los nervios carcomiéndome.

El corazón subió a mi garganta cuando el bello rostro de Franziska Tiedemann apareció frente a mí, la reconocí por su altura y la inconfundible mirada azul, gélida como una noche de invierno.

No se esperó encontrarme aquí, la expresión solemne establecida en su cara fue reemplazada por la fría impresión.

No dije nada, ella tampoco, me estudió de pies a cabeza durante un momentáneo y exhaustivo mutismo. La mujer de rasgos filosos terminó su inspección con una torcedura de sus labios maquillados de un intenso tono borgoña. Probó el vino y la mancha nunca se destiñó de su boca.

Suspiró con pesar, cerrando la puerta.

—Esto es nuevo, Ulrich nunca ha traído ninguna prostituta a casa—dijo con desprecio, adentrándose a la recámara—. Es inconcebible que se haya metido en problemas por una puta, que además, es una simplona.

Reparé en mi aspecto desordenado y pies descalzos. ¿Cómo se suponía que se veían las prostitutas? Hermosas y seductoras, mujeres que no podías evitar apreciar. Con tomar un vistazo de su porte, podría apropiarme de la acusación.

—No soy una prostituta, señora—musité, bajando las mangas de la bata hasta cubrir las palmas de mis manos.

Se cruzó de brazos, un gesto refinado y grácil. De ella Ulrich sacó sus distinguidos ademanes, pude verlo con claridad.

—Bien, entonces, ¿quién eres? ¿Qué apellido llevas?—exigió saber.

—Soy Agnes Wilssen, hija de Lorraine Wilssen—respondí, alzando el mentón, la mujer se echó a reír, un sonido de burla, fino y agudo.

—Lorraine Wilssen—mencionó tal como diría un reproche—. Tu madre está muerta, niña, no vengas a mi casa con estos aires de honor y magnificencia.

Presioné los labios. Pasé por alto la mofa, no valía la pena, era evidente que Franziska Tiedemann no tenía idea sobre las reglas de cortesía.

—¿Ha dicho que Ulrich está en problemas?

La Petite Mort IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora