Capítulo 2

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Nota: Muchas gracias de todo corazón a las que os lanzáis a leer y a comentar la historia en cuanto la publico, sin saber ni siquiera de qué va. Os quiero y me hacéis muy, muy feliz.

* * *

Era otoño y el atardecer se teñía en tonos ocres mientras Bellatrix dejaba la autopista para meterse por una carretera comarcal. El monótono paisaje de camiones y gasolineras pronto se transformó en uno más evocador, con bosques, montes y pájaros sobrevolando el atardecer. Esas carreteras eran estrechas y peligrosas, pero a Bellatrix le gustaban, la conducción resultaba más estimulante.

Dos horas después un cartel le dio la bienvenida a West Country, una región del sudoeste de Inglaterra. A cualquier otro le hubiese llevado media hora más, pero... Bellatrix disfrutaba con la velocidad. Atravesó varios pueblos, cruzando también bosques e incluso riachuelos. Un par de jabalíes contemplaron su coche, pero no se acercaron. Cuando anocheció, le pareció escuchar aullidos lejanos. Transcurrió otra hora hasta que alcanzó su destino: el último pueblo de esa ruta.

Redujo la velocidad notablemente, no solo por precaución, sino para ser lo más silenciosa posible. En ese lugar con tan pocos habitantes eran todos muy cotillas y no quería que se asomaran a las ventanas a investigar quién llegaba. Pasó el cementerio, la oficina de correos, la iglesia, un parque infantil... En algunas viviendas todavía había luces encendidas, pero la mayoría estaban a oscuras. Eran las once de la noche de un martes: los vecinos del Valle de Godric estaban durmiendo.

Estacionó un poco antes de alcanzar el bar -el único bar- en el que aún se veía luz. Agradeció estirar las piernas y sentir el frío nocturno en su rostro. Le gustaban esas sensaciones, eran de las pocas cosas gratuitas que la hacían sentir viva. Caminó con paso lento y dudoso hasta la taberna Los Merodeadores. Era un edificio de piedra de una planta con ventanas opacas que dificultaban ver el interior desde fuera.

—Vamos —se ordenó en voz alta.

No se obedeció. Permaneció en la acera, contemplando el bloque de aspecto medieval sin dar un paso. Si entraba lo estropearía todo. Seguro. Siempre acababa volviendo a él, como una niña incapaz de dar dos pasos sola. Él tenía su vida, se la había organizado muy bien; no podía irrumpir de nuevo para alimentarse de su felicidad y contagiarle su tristeza... Suspiró con agotamiento, había hecho un viaje de más de tres horas en balde. Pero era lo mejor, no molestar.

Entonces se abrió la pesada puerta de madera. Bellatrix contuvo el aliento y se mantuvo lo más alejada posible de la farola próxima. Soltó el aire que estaba conteniendo cuando vio que salía una pareja y se marchaban en dirección contraria. Pero salió algo más: una enorme sombra negra se coló por la puerta antes de que se cerrara del todo y trotó hasta abalanzarse sobre Bellatrix.

—¡Canutín, pequeñín! —lo saludó sin poder evitar la sonrisa y se agachó junto a él.

De pequeñín no tenía nada, era un perro enorme y peludo, casi del tamaño de un oso. Trató de lamerle el rostro mientras agitaba la cola sin parar.

—Yo también me alegro de verte —aseguró acariciándole el cuello con ambas manos—. Pero me tengo que marchar, no quiero que tu dueño me...

Se interrumpió cuando escuchó que la puerta de la taberna se abría de nuevo.

—¡Canuto! ¡Canuto, vuelve aquí! —lo llamó una voz grave y profunda.

Lo primero que vio fue el coche aparcado a unos metros. En su gesto de sorpresa quedó claro que lo conocía. Dos segundos después, vio a la dueña acariciando a su perro.

—¡Bella! —exclamó con alegría.

Recorrió en dos zancadas la distancia que los separaba y la abrazó. Al principio Bellatrix se quedó paralizada, nada acostumbrada al contacto humano, pero pronto lo superó y abrazó a su primo con todas sus fuerzas. Sintió un dolor punzante en el pecho: ese era su hogar; esa persona era su hogar.

Dormiré entre lobos por tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora