Capítulo 9

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—¿Te vienes al bar, Bella? Hoy habrá poca gente y me aburriré.

Bellatrix estaba revolviendo entre su ropa cuando Sirius asomó la cabeza a su habitación. Lo miró y respondió:

—Lo siento, hoy quedé con Lestrange.

—Ah... ¿Vas a ir?

—Sí. Quedamos... más o menos. Y me dejará conducir su coche.

—Vale... Ten cuidado —le advirtió Sirius.

—Que lo tenga el resto del mundo —sonrió Bellatrix—. ¡Y que vaya bien el trabajo!

Su primo asintió y se marchó. Ella ignoraba si realmente había olvidado su cita, pero en cualquier caso no tuvo tiempo para meditarlo, ya llegaba justa de tiempo. Tras examinar su ropa, decidió no tomárselo muy en serio (pese a ser la primera cita que tenía en muchos meses). Se puso unos de sus pantalones negros ajustados con un top, su chaqueta de cuero y sus botas favoritas. Así, se encaminó a la parada de bus de la entrada del pueblo.

Justo cuando llegó, vio acercarse el Lamborghini Diablo que ya la impresionó una vez. Rodolphus frenó suavemente a su altura, le sonrió y le indicó que subiera señalando el asiento del copiloto. Con una ligera sonrisa, Bellatrix negó con la cabeza. Él dudó, pero al final suspiró y bajó del coche. La contempló muy de cerca, sin quitarse las gafas de sol; pero al final, en un gesto de rendición, le entregó las llaves.

Satisfecha, Bellatrix ocupó el asiento del conductor y Rodolphus se sentó de acompañante por primera vez.

—¿Algún sitio al que ir? —preguntó ella.

Rodolphus negó con la cabeza.

—Donde tú quieras.

Bellatrix lo miró de reojo. Tampoco parecía que se hubiera esmerado en arreglarse y aun así iba muy elegante, con unos vaqueros oscuros y una camisa negra de marca a juego con sus gafas de sol. En el asiento de atrás había una chaqueta de aviador que Bellatrix sospechaba que costaba más que todo el pueblo. Pronto la indumentaria pasó a un segundo plano, incluso su acompañante: el coche era alucinante desde el arranque.

La marca se inspiraba en los aviones de combate y la potencia no se asemejaba a nada que hubiera conducido Bellatrix. En pocos segundos estaban casi a cien por hora en una carretera que apenas permitía la mitad. Notó que Rodolphus contenía la respiración y abría la boca para regañarla, pero se aguantó. A cambio, Bellatrix redujo la velocidad y condujo más despacio hasta que se fue acostumbrado a la potencia y precisión del vehículo. Parpadeó un par de veces cuando los últimos rayos de sol del atardecer colisionaron contra su rostro, pero pronto se solucionó el problema: Rodolphus se quitó las gafas de sol y se las colocó a ella.

Bellatrix se sentía casi incómoda cuando tenían esos detalles con ella, era muy inusual. Solo Sirius lo hacía. Así que le miró brevemente y dibujó una pequeña sonrisa.

—Te quedan mejor que a mí —murmuró Rodolphus.

Ella no respondió.

—El coche no, con mi coche eres un peligro —añadió él.

Eso hizo reír a Bellatrix, que replicó que era la mejor. Rodolphus le preguntó de dónde venía su amor por los coches y ella le habló de su empleo anterior, incluso mencionó que de joven participaba en carreras ilegales. Rodolphus asintió impresionado, pero no hizo comentarios.

Bellatrix condujo por la autovía durante casi una hora, disfrutando de la velocidad y de la libertad. Por minutos vio el terror en el rostro de Rodolphus, que nunca había comprobado qué potencia era capaz de soportar el motor (ese día constató que casi cualquiera). Cuando se hizo de noche, Bellatrix murmuró que tenía hambre.

Dormiré entre lobos por tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora