Ocho

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—¡Mamá! —Hyunjin, de once años, volvió a lloriquear mientras seguía a Ahn Yujin, aferrándose a la manga de su chaqueta como si fuera un salvavidas—. En serio no quiero ser parte de esto, quiero quedarme con mis amigos.

—Ya, Hyunjin —dijo en un tono bajo y amenazante, mientras golpeaba la puerta de la institución con los nudillos—. Como tu madre, te inscribiré en el mejor lugar que pueda pagar. ¿Cuántas veces tengo que repetírtelo? —el portero abrió en segundos, ella lo miró y le dio una sonrisa amable, entrando antes que su hijo con la determinación de una tigresa—. No sé por qué no te gusta aquí, a mí me gusta. Te quiero inscribir aquí.

«Porque aquí no están mis amigos. Estoy cansado de decirlo y que no me escuches.» Pensó. Hyunjin arrastró los pies, sintiendo cómo el miedo le trepaba por la garganta.

Miedo a lo nuevo, a salir de su burbuja cuando apenas se había adaptado al instituto anterior. Y, sobre todo, impotencia porque su mamá ni siquiera tomó en cuanta si quería cambiarse o no.

Yujin se detuvo de golpe. Hyunjin chocó contra su espalda y retrocedió, siguiendo su mirada hacia el suelo. Siete adolescentes estaban arrodillados en el piso de la entrada principal, dibujando y escribiendo en láminas de papel bond con uniformes impecables. Su madre les dijo algo que él ignoró, demasiado concentrado en los trazos de colores que cubrían el papel bond.

Intentó leer desde lejos, pero Yujin se movió bruscamente cuando uno de los chicos señaló a su izquierda. De pronto, siete pares de ojos se clavaron en él.

Uno de ellos negó casi imperceptiblemente antes de volver a su trabajo.

El corazón de Hyunjin se aceleró como un motor averiado. Siguió a su mamá al instante.

«¿Qué fue eso? ¿Por qué me miraron así?»

—Mamá —dijo cuando la alcanzó, aferrándose a la parte de atrás de su camisa con dedos temblorosos—. En verdad, te juro que... no quiero estar aquí.

—Yo quiero que estés aquí.

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Actualidad***

Lo primero que hizo Hyunjin al llegar a su casa después de escapar de Yet To Come, fue arrojarse sobre la cama como un saco de papas, hundiendo el rostro en la almohada.

—¡Todo sería mejor si otro espermatozoide hubiera ganado!

Su grito fue ahogado por la almohada.

Estaba tan sumergido en su autocompasión que no escuchó el chirrido de la puerta principal.

—¡Hyunjin! —el pelinegro saltó como si le hubieran electrocutado—. ¡Ayúdame, hijo! —el segundo grito de Yujin resonó por toda la casa y parte del edificio.

—¡Voy!

Corrió hacia la entrada y se encontró con su madre cargando ocho bolsas de víveres, las mejillas rojas y los brazos temblando. Cuando vio que su hijo se acercaba, las dejó caer al suelo con un suspiro que parecía sacado de lo más profundo de sus pulmones.

—Pon todo en su sitio —pidió, agachándose para quitarse los zapatos con movimientos torpes.

Hyunjin se le adelantó, arrodillándose para desatarle los cordones y deslizarle las pantuflas rosadas. Cuando se levantó le dio un beso en la frente a su madre cansada.

—Te amo, hijo —dijo, con los ojos brillantes como si contuvieran estrellas. Luego, señaló las bolsas con urgencia—. La carne se va a dañar. Fue lo primero que compré —intentó decir de forma demandante, pero en su voz se filtraba el cansancio que sentía, teniendo una voz suave, baja y débil.

kisses & imperfections [h.hj & k.sm]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora