Capítulo 7: La Oruga y el Gato

194 15 0
                                    

«Las carreteras largas y rectas hacen que hasta el más atento cochero se duerma.»

Cuando Alice volvió con la Tortuga, esta había dejado de llorar. «Solo necesitaba un alma caritativa», pensó.

-Aquí tienes tu caparazón.

-¡Oh, mi caparazón! -Exclamó volviendo a sollozar mientras se colocaba el caparazón en la espalda encorvada-. Ahora eres reptil honoraria.

-¿Qué es eso exactamente?

-Oh, escucha. Mi idea es construir un tren. Un tren que recorra cada rincón del País de las Maravillas, con sus vías, sus cristales de algodón de azúcar y sus ruedas de estrellas sacadas de los sueños y... -Soñaba en voz alta, ensimismado.

-Eso no responde a mi pregunta, ¿no te parece?

-Lo sé -repuso Tortuga poniendo los ojos en blanco y tendiéndole unos tickets ilimitados VIP para el futuro tren de los sueños que planeaba construir-, pero con esto podrás montar en el tren cuando esté terminado. Y con "reptil honoraria" me refiero a que te será más fácil aguantar largo tiempo debajo del agua. Por lo tanto, yo te nombro reptil honoraria.

Alice cogió los tickets, encantada, y se lo guardó en el bolsillo dándole las gracias.

-¿Has visto a un Conejo Blanco por aquí? -preguntó. Casi se había olvidado por completo de la tarea que le había llevado hasta allí.

-Oh, sí, sí, sí. Lo vi hace un rato. Fue por allí. ¿O por allí? -para disgusto de la joven, la Falsa Tortuga no parecía nada segura de las indicaciones que le estaba dando-. Quizá ni siquiera lo vi. Los conejos son todos iguales, aunque sé que uno fue en aquella dirección.

La tortuga señaló un gran hueco en la pared rocosa frente a ellos y Alice no dudó en ir rápidamente tras despedirse de él, agradeciéndole los tickets VIP para el futuro tren y prometiendo que se pasaría en cuanto restaurase y sanase su mente.

Al atravesarlo se dio cuenta de que ya no estaba en el Valle de Lágrimas: ahora se encontraba en el Bosque del País de las Maravillas, y el Conejo Blanco se hallaba justo frente a ella.

-Vamos, Alice. La Oruga te espera ¡y ya llegas tarde! -se quejó el animal, señalando el sucio reloj de bolsillo que siempre llevaba consigo y el cual había sido un lustroso y caro reloj de oro mucho tiempo atrás.

-Oh, sí. Me acuerdo de él: piel fina, mal genio, fuma demasiado y huele a rayos.

-Deja de quejarte y date prisa; hay mucho que recorrer y muy poco tiempo -hablaba comenzando a andar mientras Alice lo seguía, rezagada. Para ser un ser tan pequeño era considerablemente rápido-. Si no salvas el País de las Maravillas, estaremos...

De pronto, un pie gigante salió de la nada y aplastó al Conejo Blanco, que se quedó en el suelo como si de una pegatina se tratase. Alice salió corriendo hacia él y observó la figura que seguía andando y se perdía en la distancia, emitiendo un sonido chirriante que casi parecía una risa malévola: un gigante, de no menos de cuarenta metros comparado con el minúsculo tamaño que Alice había adoptado para viajar al Valle de Lágrimas, portaba un sombrero alto de copa a rayas negras y blancas y se adentraba en el bosque.

No había conseguido verle bien la cara, pero una nariz desproporcionadamente grande para el tamaño de su cabeza adornaba lo que le había parecido una cara macabra con una sonrisa cruel y malvada y una piel verdosa mostraban un ser horrible y enfermizo. Una chaqueta de traje blanca abotonada y sucia, unos pantalones negros y unos mocasines de ambos colores, componían además del sombrero la vestimenta de aquel individuo tan extraño.

American McGee's AliceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora