Capítulo 11: El laberinto de los corazones

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«El tiempo no es el único impedimento para recordar con intensidad.»

Cuando Alice y Grifo al fin llegaron al Cruce de Fuego y Azufre (el lugar donde había estado Humpty Dumpty), la joven desmontó y observó el lugar. «Tan triste como siempre», pensó. El cruce seguía teniendo los carteles indicando el Reino Pálido y la guarida del Fablistanón, pero notaba algo extraño. No tuvo tiempo para observar que era, pues Grifo ya se marchaba.

—Los ejércitos están dispuestos, todo está preparado. Eres nuestra adalid, Alice. ¡Llévanos a la victoria! —dijo mientras elevaba el vuelo y desaparecía en el cielo, que había adquirido una tonalidad roja como la sangre.

—Ha llegado el momento de actuar, no puedes perder ni un día. No discurras excusas, la menor demora te perdería —escuchó a su espalda. Se giró y, cómo no, era la Oruga.

—Oh, Gato. Habla como si yo estuviera de vacaciones, divirtiéndome. Ese oráculo es idiota —se quejó Alice.

—Enfréntate a lo que te asusta o te ofende, no pases por alto las palabras insultantes —soltó Cheshire en respuesta.

—¿Tú, criatura estrafalaria? Comenzabas a caerme bien.

—No hace falta que me aprecies, solo que le creas —dijo el gato.

—Debes abrir ya las puertas de la fortaleza del Reino de Corazones.

—¿Sin el báculo del Fablistanón? ¿Cómo?

—No lo sé, pero la situación es apremiante.

—He de atacar a esa criatura pero ni si quiera estoy segura de que sea mi guerra —se lamentó Alice.

—A nadie más le corresponde salvarte, Alice. Solo tú puedes salvarte.

—¿Salvarme? ¿De la muerte? ¿Es eso? ¿Para eso he venido? —gritó Alice sintiendo que la furia la embargaba—. ¡No temo a la muerte! ¡En ocasiones la he deseado!

—No es a la muerte —respondió el oráculo dando otra calada de aquel apestoso bote.

—¿Qué, entonces? ¿Un destino peor que la muerte? No soy idiota, no me hagas pensar que tú sí.

—Piensa lo que desees, pero escúchame —rogó el oráculo, dejando escapar el humo por la boca—. Te aislaste de tu mundo tras el incendio porque no soportabas tan terrible pérdida. Al responder a la llamada del Conejo empezaste a salir de la tragedia. No abandones ese camino, Alice. Sálvate y salvarás el País de las Maravillas.

—Creo que ahora empiezo a comprender lo que he estado sintiendo —murmuró Alice con la voz entrecortada—. Yo he destrozado este mundo. Solo yo puedo reconstruirlo.

—Exactamente, Alice... No nos falles. Y ahora busca el báculo del Fablistanón y un ojo de la criatura de la que deriva el nombre; luego abre las puertas de la fortaleza real. Tu ejército está listo para la batalla, y Grifo los lidera. Es el compañero más fuerte que tienes. Ahora, largo —cortó la Oruga desapareciendo entre el humo del maloliente cacharro.

Alice caminó para observar de nuevo los carteles, pero reparó en aquello que le había llamado la atención al principio. Sentado en una roca junto a los carteles y con un río de lava cruzando a su lado el cadáver del huevo aplastado seguía tirado en el suelo completamente destrozado, pero había algo nuevo allí: una nota tirada junto a los restos de Dumpty. Alice se agachó para recogerla y leyó para sí:

«Si el báculo del Fablistanón quieres encontrar, con todas tus fuerzas lo debes desear. Si el País de las Maravillas quieres salvar, buen uso le has de dar.

American McGee's AliceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora