Capítulo 10: A través del espejo

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«Si se puede hablar mal de los vivos, ¿por qué no de los muertos?»

Alice no era capaz de abrir los ojos. La cabeza le dolía como si cien cartas de la Guardia de Corazones le aporrearan el cráneo con sus estúpidas hachas gigantes. Tras varios intentos fallidos de despegar los párpados, al fin lo consiguió... Y ojalá no lo hubiera hecho.

Estaba tumbada en una cama cubierta con sábanas que anteriormente parecían haber sido blancas pero que debido al uso y el paso del tiempo habían adquirido un color amarillento y un desagradable olor a sudor y sucio, exactamente igual que las del psiquiátrico. Pero el lugar que la rodeaba no era el psiquiátrico, desde luego: se encontraba en una habitación enorme y redonda con las paredes cubiertas únicamente por espejos. Sólo un cuadro de un hombre muy apuesto con un sombrero de copa elegante decoraba la sala. En un cartelito bajo la pintura se podía leer «El Sombrerero». El rostro del hombre mostraba una amplia sonrisa con unos dientes perfectos, adornada por unos ojos que irradiaban felicidad y conseguían transmitirla a través del cuadro. Además, una espesa melena castaña caía por la frente y las mejillas del sombrerero.

¡Oh! ¿Se le había olvidado a Alice informar de un pequeño detalle sin importancia? Todo estaba del revés. Literalmente. El techo estaba donde debía haber estado el suelo, de donde se sostenía una lámpara más grande que la Duquesa, si es que eso era posible. Y el techo... La cama de Alice estaba exactamente en el techo.
Antes de procesar lo que iba a ocurrir, se encontró cayendo directa al suelo. O al techo. O a lo que quiera que fuese. Se levantó con un gran esfuerzo, pues aún se sentía aturdida y confundida por el golpe, antes de observar la sala con más detenimiento. Sólo había una salida: un pasillo a la derecha de la habitación cuyas paredes estaban formadas por espejos en lugar del material del que una pared suele estar construida. Sin atreverse a salir y avanzar en el estado en el que se encontraba, se sentó alejada de la salida y comenzó a reflexionar.

—¿Cómo habré llegado aquí? Recuerdo estar con la Reina Pálida. Poco después, no recuerdo nada. Espero que esto no haya sido cosa de la Reina de Corazones, porque si no... —murmuró levantándose de nuevo, enfadada—. Saldré de aquí. Y cuando salga de aquí que se prepare para... —se quejó, antes de callarse repentinamente.

El pasillo era completamente de cristales. Había espejos por doquier. Alice se adentró en él, pero no había manera de saber por dónde iba. Los espejos reflejaban su imagen y la confundían, provocando que no consiguiera ubicar de dónde venía o a dónde podía ir: los pasillos se dividían en varios caminos, y siempre terminaba en la habitación en la que había empezado, una y otra vez. Era un laberinto de espejos y todos los caminos llevaban a la habitación de inicio. ¿Cómo demonios iba a salir de allí?

Finalmente se dejó caer y suspiró, sintiéndose derrotada.

—Horas y horas dando vueltas, ¿y para qué? ¡Para nada!

Si lo que querían la Reina y sus amigos era luchar, lucharía. Si no podía encontrar la salida por culpa de su propio reflejo, lo destruiría. Igual que destruiría cualquier cosa que se interpusiera en su camino, por lo que comenzó a romper los espejos del laberinto uno por uno. Los cristales caían al suelo como la lluvia cae en invierno; brillante, fría y a montones.

Volvió a su "celda" de confinamiento, decidida a destruir los espejos que quedaban cuando reparó en un pequeño brillo en uno de los cristales. Sólo fue un instante, pero habría jurado que vio a un gigante observándola. El mismo gigante que había asesinado al Conejo Blanco a sangre fría. Apretó la espada en la mano con fuerza y la clavó justo en el centro del espejo, pero no se rompió. Al contrario, el cuchillo había atravesado el espejo y, con él, las manos de Alice. Cuando intentó retractarse y sacar las manos del cristal, ya era demasiado tarde: una fuerza superior a ella absorbía su cuerpo y la empujaba dentro del cristal hasta que lo atravesó.

American McGee's AliceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora