Capítulo 4: De vuelta a la escuela

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«Un secreto solo es un secreto cuando no se cuenta a otra persona.»

Aunque podría haber sido peor, el golpe dejó algo aturdida a Alice. Había sentido el suelo frío contra sus manos y rodillas, que pararon el impacto antes de que cabeza llegase a tocar el suelo.

Cuando reunió la fuerza suficiente para levantarse y aclarar sus pensamientos, consiguió vislumbrar una edificio a lo lejos; era inmenso, del tamaño de una mansión. Enormes torreones se alzaban entre la neblina que cubría casi por completo los alrededores y un tejado rojo de ladrillo lo adornaba en la cúspide. Las paredes eran de un gris apagado que podría deprimir hasta al más alegre de los humoristas de Londres y, a pesar de que antaño parecía haber sido un lugar de prestigio donde abundaba y se promovía el saber, ahora tan solo era un lugar inhóspito, sin alegría y donde la sabiduría había muerto mucho tiempo atrás. En la puerta, se podía leer un cartel en el que había escrito "eskuela", con una pésima caligrafía. Aquel lugar solo podía ser la Fortaleza de las Puertas; un dominio en el que se castigaba el saber y se encerraba a los que eran lo suficientemente inteligentes para percatarse de ello. Su mente le decía que no era conveniente adentrarse en el lugar, pero recorrer los siniestros jardines que lo rodeaban, parecía incluso peor opción.

Con paso decidido, Alice emprendió la marcha a través de enormes enredaderas con espinas y rosas marchitas. Todo en aquel lugar parecía muerto: las rosas, que en algún momento debieron ser de alegres colores y rodeadas por las plantas más hermosas que e hubiesen visto jamás, eran ahora grises y sin vida; el cielo, que una vez estuvo repleto de estrellas y una luna iluminando la oscuridad que luchaba por consumirlo todo, ahora estaba completamente vacío y esta había ganado la batalla contra la luz. «Un agujero negro. Este lugar es como un agujero negro que lo consume todo...», pensó. «Igual que mi corazón, que consume todo lo que ama».

Cuando hubo avanzado unos pasos más, consiguió vislumbrar un espléndido arroyo rojo que parecía bañar de sangre la zona de los alrededores del castillo. Solo que no era... «lava», murmuró.

—Para entrar en la escuela, se necesita un salto de lógica.

—Vaya, Gato. ¿Por qué será que tu ayuda se basa siempre en enigmas indescifrables? — respondió Alice en un tono sarcástico.

—¿De verdad quieres ayuda? Para empezar, quizá deberías ir al psiquiatra... —contestó el Gato riendo, antes de que la muchacha se agachara a recoger una piedra que había avistado en el suelo para lanzársela.

Entonces, como si una bombilla se encendiera de pronto en su cabeza, tuvo una idea. Solo tenía que buscar una roca. El río no era muy ancho, así que no tendría que ser demasiado grande. De hecho, recordaba haber visto una del tamaño perfecto cerca de uno de los árboles malolientes y podridos postrados en la orilla del río ardiente, a la que se acercó y empujó con todas sus fuerzas cuesta abajo, provocando que esta cayese justo en medio del río rojo. Perfecto, así podría saltar sobre ella y cruzar al otro lado sin abrasarse y derretirse en el intento.

El gato la siguió todo el camino a través del jardín de los horrores (como le habían apodado entre los dos), y Alice suspiró cuando al fin llegaron a la puerta del edificio. Era aún peor de lo que había imaginado;prácticamente estaba en ruinas y, con su suerte, se le caería en la cabeza antes de poder escapar de aquel lugar maldito.

Empujó las enormes puertas dobles de roble. Aunque tiempo antes pretendían ser robustas que indicaban la grandeza de aquel dominio, el tiempo había abierto agujeros y había provocado que la madera se pudriese y el moho las cubriese por completo poco a poco.
Una terrible corriente de aire helado la recorrió de la cabeza a los pies nada más entrar. Curiosamente, hacía más frío dentro que fuera, y el olor a humedad que desprendían las paredes era casi insoportable.

American McGee's AliceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora