Capítulo 8: Jaque mate en rojo

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«Si la ausencia hace al corazón más afectuoso, ¿qué hace la presencia?»

Antes de dirigirse hacia el camino que señalaba el Reino Pálido, Alice reparó en una criatura sentada en un muro alto mientras fumaba un puro. Se acercó a él con cuidado, analizando cada una de sus facciones y rasgos: un huevo de tamaño humano cuya cáscara se encontraba cascada y había desaparecido de la zona superior de la cabeza, dejando ver la clara sólida. Supuso que también habría desaparecido del ojo derecho, puesto que portaba un parche justo en esa zona. Unas delgadas piernas salían de la zona inferior de la cáscara, al igual que los bracitos que sostenían el puro.

Si no recordaba mal de sus anteriores viajes al País de las Maravillas, el sujeto se llamaba Humpty Dumpty y la joven no había interaccionado demasiado con él. Siempre se había limitado a observar de cerca a los habitantes del mundo que decidían pasear por sus dominios, incluyéndola a ella.

—¿Qué haces ahí sentado? Eres un huevo, te romperás.

Dumpty, sin prestarle más atención que una mirada de indiferencia, dio una nueva calada de su puro. Un sujeto rodeado de un aura de diferencia, algo extraño para la situación que azotaba el País de las Maravillas: al contrario que el resto, no parecía molestarle o preocuparle en absoluto. Estaba tan roto y destrozado como el resto de su mente.

—¿Ves que importe? —respondió tras un largo momento de silencio, con una voz ronca y desgastada debido a su habitual manía de fumar—. Ahora, niña estúpida, prosigue tu camino y déjame en paz.

Y, sin más, Dumpty se levantó y se colocó de pie sobre el muro, lanzando con fuerza el puro a la cabeza de Alice, quien gritó indignada y lanzó el repelente objeto a la lava. El huevo se reía con tanto ímpetu que en cuestión de unos minutos perdió pie y se resbaló del muro, cayendo directo al suelo con un crujido y rompiéndose en pedazos. Al menos no volvería a molestar a nadie.

—Fue culpa suya —comentó Alice dedicándole una mirada apesadumbrada. Contra todo pronóstico comenzaba a darle hasta pena—. Fue su propia ignorancia quien lo mató.

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El camino era largo y estrecho, pero la fuerza de voluntad de Alice no flaqueó. Avanzó a través de paredes rocosas y un cielo oscuro y estrellado antes de encontrar una enorme muralla que parecía un tablero de ajedrez: todo a cuadros negros y blancos; incluso la puerta, que en ese momento, se estaba abriendo. Al parecer, la Oruga había hecho su trabajo avisado de que debían esperar ayuda.

—Bienvenida, Alice —saludó una pieza de ajedrez con forma de caballo, que sostenía un escudo tan blanco como él mismo—. Te estábamos esperando.

—¿Me estabais esperando? ¿Para qué exactamente?

—El Rey Rojo ha invadido el Reino Pálido y necesitamos ayuda. ¡Quieren capturar a nuestra reina!

—Aquí todo el mundo necesita ayuda pero no hace nada. ¿Es que no sabéis arreglar vuestros propios asuntos? —Se quejó Alice.

—El Rey Blanco ha prometido ayudarte a luchar contra la Reina de Corazones si logras destruir a los Reyes Rojos. Son parte del ejército de la nueva monarca del País de las Maravillas, y amenazan nuestro reinado y nuestras vidas.

—Entonces, llévame.

—Yo no puedo llevarte, niña. Tendrás que adentrarte tú sola en la ciudad principal de este mundo. Yo debo quedarme custodiando el muro junto al resto de fichas, debemos detener el avance de las tropas rojas.

Finalmente, Alice entró al Reino Pálido con resignación. ¿De verdad esperaban que ella llegara sola al castillo blanco?

————— Ω —————

American McGee's AliceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora