Prisionero del Maniático: Michael en Peligro

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Lejos de allí

Michael despertó de su inconsciencia con una confusión abrumadora y un dolor punzante que martillaba en su cabeza como un eco persistente. Al intentar moverse, se dio cuenta de que estaba en una cama, inmovilizado por cuerdas que aprisionaban sus extremidades y una mordaza que le impedía articular palabra. La atmósfera era oscura y tétrica, como si estuviera en una bodega abandonada, llena de trastos y objetos antiguos que se acumulaban en desorden.

La desesperación comenzó a apoderarse de Michael mientras intentaba moverse y emitir algún sonido, pero el pañuelo que cubría su boca le negaba el alivio de gritar por ayuda. Cada esfuerzo era inútil, y la sensación de impotencia se hacía cada vez más opresiva.

En ese momento, el raptor emergió de las sombras con una sonrisa maniática en su rostro. Sus ojos destellaban con una locura enfermiza mientras se acercaba lentamente, saboreando el miedo en la mirada del adolescente. La expresión retorcida en su cara aumentaba la sensación de terror que envolvía la escena. Michael, incapaz de defenderse o escapar, se encontraba a merced de su captor, con la incertidumbre y el miedo creciendo a cada segundo que pasaba.

Mayúscula fue su sorpresa al descubrir que su raptor no era otro que Arthur Simmons. Simmons, era un individuo de mediana edad, poseía un halo enigmático que contrastaba con su apariencia común: alto, de cabello castaño oscuro y medianamente largo, y un rostro pálido que acentuaba sus rasgos distintivos. Su delgadez extrema, carente de músculos y grasa, parecía ser el reflejo de su vida pasada, una vida que había dejado una marca indeleble en su persona. Su semblante apacible y cortés podía engañar a la gente, pues bajo esa fachada yacía un hombre marcado por problemas profundos y ocultos. Una sombra parecía cruzar sus ojos cuando su mente vagaba hacia un pasado que prefería mantener sepultado. A pesar de las cicatrices emocionales que llevaba consigo, Arthur proyectaba una actitud tímida hacia los demás. Michael nunca se hubiese imaginado que detrás de esa fachada de humildad, había una mente retorcida.

El sujeto se sentó junto a él en la cama y, con cuidado, le retiró la mordaza.

Exhalando con angustia al poder hablar de nuevo, preguntó temerosamente: —Señor Simmons, ¿por qué me está haciendo esto?

El hombre con un comportamiento maniático le respondió: —Tú eres especial, mi muchacho. Eres el único que siempre me trató con amabilidad en ese lugar asqueroso, por eso te traje conmigo. Para que seamos amigos.

Michael, con la voz entrecortada, exclamó desesperadamente:

—¡Déjeme ir a casa!

—Esta es tu casa, tu nueva casa, a partir de ahora seré tu mejor amigo.

Michael, luchando contra el pánico, exclamó: —Tú no eres mi amigo, eres solo un sicópata. ¡Déjame ir!

La expresión en el rostro de Arthur cambió drásticamente. Primero, le dio una bofetada y luego agarró su cabeza con ambas manos, manteniendo un contacto visual intenso. Con voz cargada de enojo, y subrayando cada palabra, profirió: —Estoy seguro que no tienes ningún amigo como yo. Mamá estará muy contenta de conocerte.

El rostro del maniático cambió de expresión nuevamente acariciando el rostro de Michael de manera nerviosa. El muchacho lo observaba con terror, sin comprender del todo la profundidad de la obsesión de su captor.

EL SECUESTRO DE MICHAELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora