Equipo Chouza

Las Ocho puertas

Los gritos de Gai aún rondaban por su mente, incluso cuando estaba dormido los recuerdos lo atormentaban. Todo pasaba demasiado rápido sin que él pudiera hacer nada, el miedo frío al ver a los siete espadachines de la neblina, el dolor en sus ojos por el brillo del fuego que rodeaba a Maito Dai, la voz de Gai que gritaba en su oído por su padre mientras lo arrastraban lejos del lugar, el silencio ensordecedor y el olor a carne quemada, la cenizas que volaban con el viento y el sentimiento de náuseas al darse cuenta de que esas cenizas eran de hecho Dai, o lo que quedaba de él.

Ebisu repasó los acontecimientos una y otra vez en su cabeza, intentando entender exactamente que fue lo que salió mal, como si eso cambiara algo, como si descifrar en qué había fallado hiciera que Dai regresara, que estuviera menos muerto.

Las cosas después de llevar a Gai de regreso a la aldea fueron borrosas, recuerda que sus piernas ardían y recuerda cuando se cruzaron con los refuerzos que habían enviado demasiado tarde. No recuerda lo que Gai decía, solo que estaba llorado, pero de una manera triste, sin atardeceres ni delfines, se preguntó por un momento si alguna vez volvería a haber algo de eso.

Chouza sensei estaba entre los shinobis del primer escuadrón que habían llegado a la escena, después de que el fuego rojo se extinguiera, lo habían visto mientras volvían a la aldea, y después de que Gai los convenció de volver, de intentar buscar a su padre, fue Chouza sensei quien intentó detenerlo cuanto Gai llegó al lugar, y fue él quien lo sostuvo cuando se derrumbó al ver el cuerpo carbonizado.

Los llevo a los tres al hospital y se quedó con ellos hasta que los padres de Ebisu y Gemma llegaron, lo que lo hizo pensar que Dai nunca podría volver a abrazar con alivio a su hijo viendo que había sobrevivido.

En el funeral no habían muchas personas,  Gai estaba llorando frente a una tumba casi vacía, Asuma y Kurenai estaban junto a él consolándolo, mientras acomodaba sus lentes se preguntó en qué momento los tres se habían acercado tanto, los había visto por ahí juntos en los últimos años desde la academia pero no pensó que fueran tan cercanos. Chouza sensei, Genma y él estaban a unos metros, apenas le habían dicho algo desde qué pasó, sintiendo demasiada culpa para ver a su compañero a los ojos por demasiado tiempo.

Y sabia que si miraba hacia atrás al fondo vería a Kakashi Hatake y a su sensei, y podía ver a Shizune por su periferia.

Con un leve empujón en sus espaldas su sensei los alentó a acercarse a Gai, Genma se aferró a su muñeca, sus dedos rozando la palma de su mano, Ebisu contuvo el reflejo de tomarlo de la mano correctamente.

Ninguno de los dos dijo nada, Asuma y Kurenai los miraron en silencio, entre incómodos y preocupados, el agarre de Gemma sobre su muñeca se apretó mientras Gai los miraba.

-Gracias por venir.- había susurrado con la voz cortada y áspera, se veía cansado, era obvio que no había dormido y sus palabras hicieron un hueco en su estómago, pero se obligó a tragar el nudo en su garganta, no tenía derecho a sentirse así, no era su padre el que se había sacrificado, no era su padre el que se había quemado hasta no ser más que cenizas, no era su padre el que no volvería.

-Somos amigos, no podríamos estar en otro lugar.- Gai lloro un poco más ante sus palabras, y Ebisu puso una mano en su hombro, a su derecha pudo sentir el chakra de Genma agitándose.

Como sensor, o aspirante a tal, Ebisu no solo podía medir la fuerza y distinguir el chakra de las personas, podía sentir sus emociones, o más precisamente que emociones manifestaba su chakra, lo que hacía toda la situación aún peor.

Gai siempre había tenido un chakra inquieto, lo relacionaba con el fuego, cálido y listo para arrasar con todo, pero también era filoso en los extremos como un rayo, o así lo sentía, preciso y disciplinado como el propio Gai. Pero ahora estaba antinaturalmente quieto, apaciguado, se sentía como la llama de una vela agonizante, y le preocupaba que sea más que solo el chakra.