CAPITULO 34 (MAX)

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No le creí ni una palabra. Sus ojos estaban hinchados. Su nariz incluso tenía una tonalidad rosada. A no ser que la hubieran golpeado en el trabajo esa no era una excusa creíble.

Me senté en la cama y sujeté la bolsa fría contra el rostro. Saber que algo no estaba bien con ella me inquietó. No hacía falta que lo dijera, esos ojos grises la seguían traicionando.

¿Por qué era tan difícil alejarme de sus problemas?

Pero en el fondo lo sabía. De eso se trataba nuestra relación: De preocuparnos por el otro sin necesidad de ser "amigos". No tenía que amarla para que ella me importara, solo había hecho falta verla en momentos difíciles. Compartir con ella problemas que nos habían metido de lleno a ambos.

Eso era suficiente para unir a dos personas, incluso si esas razones no eran las más afortunadas.

No supe cuánto tiempo pasó cuando decidí ir a comprobar si Kayla estaba bien. Me puse una camiseta y fui hasta su habitación.

La puerta estaba abierta. La luz de la luna entraba por la ventana iluminando todo el lugar. No se había molestado en bajar la cortina, y quizás era porque ella estaba justo ahí sentada en el escritorio. Iba vestida con un camisón marrón que supuse que era de Tanya para asegurarse de que durmiera cómoda, pero iba arrepentirse de esa mala postura si permanecía así toda la noche. Su cabeza descansaba debajo de ambos brazos encima de la mesa.

Cerré la puerta detrás de mí antes de acercarme. Fruncí el ceño cuando noté la humedad en sus mejillas. Apretaba los ojos como si no estuviese descansando en realidad.

Con cuidado hice lo mejor que pude para alzarla en brazos sin despertarla. Ella hizo leves sonidos pero recostó la cabeza en mi pecho. Tuve que enfocarme para caminar hasta la cama, tenerla en mis brazos me hacía no querer soltarla por unos segundos más.

—¿Qué haces? —La voz de Kayla se abrió paso en el silencio.

Ella se estrujó los ojos antes de abrir uno hacia mí.

—Tienes el sueño ligero —dije.

—Me alzaste en brazos, fue como sentir un terremoto.

—Lo siento, no quise despertarte.

Ella se detuvo un segundo para evaluar mi rostro.

—No importa, ¿estás bien? —Se adelantó para tocarme la mejilla.

¿Cómo podía preocuparse por mí cuando era obvio que estaba pasando por un mal momento?

La dejé al borde de la cama para que pudiera sentarse.

—Estoy bien —limpié su mejilla izquierda con el pulgar—, pero se nota que tú no lo estás.

—¿Viniste hasta aquí para insistir?

—No, pero te encontré en una silla a punto de romperte el cuello.

Ella ocultó una risa cubriendo un lado de su rostro.

—Y antes de que lo digas —continué—, estás en casa de Tanya, llorando y estoy preocupado por ti. Así que sí es de mi incumbencia.

Logré que sonriera, pero un velo de tristeza cayó sobre ella segundos después. Las lágrimas se le acumularon en los ojos.

—Puedes hablar conmigo, Kayla.

Ella absorbió su nariz antes de contestar.

—Mi padre llamó. Supo que estaba aquí y está muy molesto. No son nuevas noticias; no soporta a tu padre y piensa que no debería hablar contigo.

Maldición.

No le había bastado decírmelo a mí. Tenía que hacérselo saber a ella, y por el dolor que desprendía se notaba que había sido de la forma más ruda posible.

Las ventajas de no conocerte [PRIMERA PARTE]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora