CAPITULO 11 (KAYLA)

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Despejar la mente era una de las cosas que hacía mejor. Me las arreglaba para poner mi mente en las pocas actividades que hacía. Entre el trabajo, las salidas con mis amigos y las visitas a la casa de Sam no me daba tiempo de pensar en problemas. No obstante, esos dos últimos días se me había hecho difícil. Los mensajes de mi padre no habían cesado, y no lo entendía. Cuando estaba en la universidad solía molestarme cada mes para ver si aceptaba por lo menos hablar con él. Luego cuando cumplí veintiuno eran pocas las veces que me escribía, y raro que me hiciera una llamada. Pero en ninguna ocasión me había insistido tanto como en el día anterior.

Por eso mi pecho se contraía cada vez que intentaba localizarme. Haber tenido tan poco de él hacía que su insistencia me resultara ahogante.

El sábado por la mañana desperté temprano para comenzar el día. Me había exfoliado y limpiado la casa para cuando dieron las nueve por lo que decidí ir al trabajo. Eran pocos los sábados que iba y cuando lo hacía era solo por unas horas, pero ese día necesitaba un poco más que películas y comida en mi cama.

Cuando llegué al edificio el departamento de diseño estaba trabajando como cualquier otro día, todos estaban ahí en las computadoras o parados observando la pared de Things To Do.

En mi oficina encontré un sobre naranja en el suelo. Era una invitación para una cena de parte del personal de administración.

Esas cenas solían tener lugar cada cierto tiempo. Austin y yo nos enterábamos de casualidad, pero nunca nos habían invitado.

Abajo de la hora estaba la frase: «Se acerca nuestro cumpleaños número quince».

Casi me golpeo en la frente por haberla olvidado. Era ese mismo viernes. El señor Pierce siempre la realizaba en diferentes hoteles. Eran elegantes y divertidas. En esos últimos cinco años Austin y yo nos la pasábamos de maravilla en ellas.

Guardé el sobre en mi bolso y aproveché para revisar las preguntas que Austin me había mandado. Agregué las mías y las de él en un solo documento, luego continué editando la reseña de Black City que había comenzado. Aunque no era fan de ese tipo de lugares me llegaron las palabras correctas para describirlo. La experiencia no había sido la mejor, pero dejando a un lado los recuerdos y con mis apuntes pude enfocarme en lo que de verdad importaba.

Ya para el mediodía tenía una página y media escrita. El lunes se lo enseñaría a Austin.

Luego de llegar a casa y comer, me cambié con unos pantalones de licra, una camiseta y unos tenis. Si era un día de juegos supuse que lo mejor era ir cómoda.

Llamé a Samantha para que bajara a Philip, estaba seguro de él no quería que me quedara un rato hablando con ella para no perder tiempo.

Cuando llegamos al club me quedé sorprendida, nunca había visto el estacionamiento tan lleno, incluso habían tres autobuses estaban aparcados uno al lado del otro. No me detuve a ver el nombre pero supuse que eran de alguna escuela.

Tomé a Philip de la mano cuando nos dirigimos a la entrada, docenas de padres y sus niños entraban al club.

—Está muy cool —exclamó Philip.

En el jardín principal había un banner de madera que decía «bienvenidos», con globos de diferentes colores alrededor. Al lado había una mesa con dos mujeres dándoles la bienvenida a las personas. Tenían camisetas que decían «The Future is Now y United World», reconocí el nombre de las fundaciones. Los autobuses tenían más sentido.

Philip me jaló del brazo para que lo siguiera. Me reí por la emoción en su rostro, y no lo culpaba, el lugar te incitaba a querer jugar todo al mismo tiempo. En la parte frontal había diferentes juegos y deportes para practicar. Solo allí estaban arco y flecha, ajedrez, tenis de mesa, y otros que no pude nombrar. A unos metros estaba la cancha de baloncesto y fútbol con al menos veinte niños.

Las ventajas de no conocerte [PRIMERA PARTE]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora