—Vamos, mamá. No es necesario que te abrigues tanto para salir a la calle. Con esa ropa pareces un pingüino enorme.
Eleanor se encogió de hombros mientras sonreía ante el reproche de Elliot, a la vez que su ya no tan pequeño hijo tiraba de su mano para invitarla a caminar hasta el viejo Ford Mustang blanco que sus suegros habían comprado cuando Evan aún era un bebé.
Aquella era la primera nevada del año y hacía mucho frío, por lo que ella, demasiado friolenta para ser canadiense, había sentido la necesidad de cubrirse con incontables piezas de telas, que si bien la mantenían caliente, le impedían la movilidad.
Eleanor miró a su alrededor y soltó un suspiro. Hacía más de doce años que se había mudado a aquel vecindario con su esposo, pero aún seguía sorprendiéndose de lo mucho que le recordaba a su patria aquel paisaje vestido de escarcha, de una belleza perlada mezcla de muerte y vida temporal.
Desde niña, amaba la forma en la que la nieve caía sobre los tejados llenando de estelas albinas las ramas de los árboles, pero su salud era tan mala entonces que sus padres se habían visto en la obligación de mudarse al país vecino en busca de su bienestar.
Después de años de tratamientos y cuidados especiales ya estaba mucho mejor de su debilidad pulmonar, pero la costumbre de abrigarse en exceso para evitar una de sus constantes neumonías seguía siendo una costumbre tan habitual en ella como respirar.
Por fortuna ninguno de sus hijos había heredado sus enfermedades ni reservas, y, por el contrario, les encantaba corretear por ahí fuera invierno o verano.
—Quisiera ser como ustedes a los que no les importa el frío, Elliot —reconoció en un suspiro—. Hasta Hannah juega en la nieve como si se tratara de arena.
—No debes preocuparte por eso, mamá —replicó su hombrecito en medio de una risita, mientras bajaba los escalones del porche con suma precaución.
Hannah se hallaba tumbada en el patio delantero de la casa, abanicando los brazos para hacer un ángel de nieve. A Eleanor le brillaban los ojos encantada por la algarabía de su niña, aunque jamás se atrevería a exponerse de tal manera al frío.
—Ven, mami. Voy a calentarte. Verás que nos divertiremos mucho en la montaña, aunque tú solo nos veas esquiar—. Elliot abrió los brazos para recibir a su madre, sonriendo con condescendencia, sintiendo como esta, conmovida por su gesto, lo apretaba tan fuerte como se lo permitía su atuendo esquimal.
Eleanor sintió en ese abrazo el mismo confort y alivio que le transmitía su amoroso esposo, y por primera vez en la vida agradeció haber sido tan débil en su niñez.
Conocer a Evan en el hospital en el que trabajaba tras este haberse lesionado la pierna que frustró su carrera como futbolista americano, también había sido una inusitada bendición, que se hizo más desbordante al tener a Elliot solo unos años después, y posteriormente convertirse en madre por segunda vez.
—¡Yo también quiero abrazo! —exclamó Hannah, su hijita menor, mientras se ponía de pie y emprendía la carrera hacia ellos, haciendo que ambos perdieran el equilibrio y cayeran en la nieve.
Elliot refunfuñó por la imprudencia de la enérgica pequeña, mientras su madre y su hermanita se reían de su ceño fruncido y reproches llenos de indignación fingida. Se había hecho un poco malhumorado luego de cumplir doce años, pero aunque ahora se regodeara de ser un niño grande que se comportaba con sobriedad, hacía solo un par de meses hubiera hecho lo mismo que ella.
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Más Allá del Estigma
RomanceDespués de los sucesos ocurridos en "Estigmas más allá de la piel" la relación de Elliot y Halina parece avanzar sin contratiempos, pero la visita a los padres de Elliot, para asistir a la boda de Hannah, revive viejos traumas y heridas latentes. ¿E...