Capítulo 22: Hogar

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   —Bien, llegamos.

   —¿Llegamos?

   Halina, se limpió el rastro de saliva de la comisura derecha de su labio e incorporándose, recorrió con la mirada aquella casa de madera de dos pisos frente a la que se habían estacionado. No estaba ni cerca de ser el departamento de Lexie. Ni siquiera estaban en el mismo estado.

   Se había quedado dormida durante gran parte del trayecto, luego de leer las cartas de Alexander, por lo que no se había percatado del cambio de ruta ni que habían abandonado la metrópolis para detenerse en un pueblecito con apariencia más rural.

   Dió un respingo desorientado al escuchar como la puerta de su lado del auto se abría de repente, y al ver a aquel hombre de ojos grises ofreciéndole la mano para ayudarla a bajar del mismo, se quedó mirándolo sin responder a su invitación, ni decir nada al respecto.

   Solo lo miraba como si supiera quién era, y al mismo tiempo no pudiera recordarlo.

   —Te dije que no te reconocería. Tendrás que comenzar a hacer ejercicio de nuevo, Elliot.

   —Sí, sí. Ya sé que estoy en sobrepeso, Olivia. —Él suspiró al darse cuenta de que Halina seguía mirándolo aturdida, y no era para menos.

   En solo unos meses, Elliot había desarrollado algún tipo de papada, y lo regordetas que eran sus mejillas ahora le daban a su cara un aspecto esférico. También tenía algo de panza que parecía luchar por desprender los botones de esa camisa que ella misma le había obsequiado unos meses atrás.

  Por alguna razón, ver tantos cambios en el cuerpo de Elliot le pareció gracioso a Halina, cosa que exteriorizó con una breve risita.
Bajó la mirada avergonzada. El físico de las personas no era algo de lo uno se debía reír.

   —Ríete, no te preocupes —dijo él con una sonrisa relajada y serena—. A mí también me parece graciosa la manera en la que me veo ahora. Supongo que al estar tan cerca de los treinta mi cuerpo almacena la grasa más fácilmente.

   Ella negó con la cabeza sin dejar de sonreír.

   —Te ves apuesto. Me gusta el nuevo tú.

   Halina se llevó las manos a la boca al darse cuenta de que había tomado tan al pie de la letra el consejo del doctor Trembley, que estaba diciendo las cosas sin someterlas a ningún filtro. La calidez de la sonrisa de Elliot y como sus ojos grises empezaron a brillar en un deslumbrante azul, le hicieron pensar que tal vez decir la verdad era justo lo que necesitaba. Lo que ambos necesitaban.

   —¿Quieres…?

   —Sí, por supuesto —respondió ella, esta vez tomando la mano que Elliot le ofrecía para salir del auto, atravesando el patio delantero de la casa con lentitud, uno junto al otro. 

   La casa a la que ascendían a través de los escalones del pórtico parecía dos veces más grande que la de Elena. Cuando al fin se halló frente a la puerta abierta, Halina pudo corroborarlo.

   Miró a sus espaldas, al par de personas que permanecían dentro del auto, más allá del pasto reverdecido del patio delantero, y vio a Olivia y Noah posar su mirada en ella con una sonrisa, mientras le hacían señas de que estarían allí esperándola todo el tiempo que necesitara.

   Halina volvió la mirada hacia la casa, posándose en los rastros de tierra removida cerca del porche, dónde crecían pequeños vestigios de algunos arbustos que reconoció rápidamente como las mismas flores que crecían delante de la casa de Elena y una versión diminuta del cerezo. Sus ojos se cristalizaron al darse cuenta de que eran las mismas flores que había recibido durante su estadía en el psiquiátrico. Elliot la ha visitado cada día, solo que no tuvo el valor de verla en persona.

Más Allá del EstigmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora