¿Hay una familia para mí? Parte 2

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Tigresa huyó adentrándose de nuevo al prado cubierto de hierba y con uno que otro árbol esparcido por su longitud. Esperaba llegar al siguiente poblado pronto pero este se hallaba a mayor distancia. Atardeció, anocheció y volvió a amanecer sin que pudiera divisarlo. 

Realizó breves descansos en su travesía, solo unos minutos, la mayor parte del tiempo se la pasó corriendo, su deseo de encontrar el siguiente asentamiento le daban fuerzas que de otra forma no podría sacar. Quería llegar a un nuevo pueblo no solo por la posibilidad de hallar un tutor, sino porque el hambre la estaba haciendo agonizar.

Pensó en comer los champiñones que hallaba en su camino, solo por su fuerza de voluntad no lo hizo, con cada hora que pasaba su estómago vacío le reclama con dolor.

Pasando medio día fue cuando observó a la distancia una aldea. Estaba cansada pero aun así se dirigió a ese lugar con paso vigoroso. Ingresó a la aldea, las casas de madera eran pequeñas y desvencijadas, los caminos de tierra levantaban polvo con cada paso que se daba, la gente de ahí lucía ropas desgastadas y tenía rostros más demacrados.

Se acercó a un puesto de comida, no tenía dinero para pagar, debería robar, su hambre era demasiada. El puesto tenía dumplins pequeños, Tigresa estiró la mano y tomó uno con agilidad. Nadie la vio, pudo comer sin problemas. Ese dumplin calmó solo un poco su hambre, regresó al puesto para tomar otro pero esta vez fue descubierta por el encargado.

―¡Niña! Debes pagar por eso ―dijo ese hombre y alzó una vara que llevaba en la mano para darle un azote.

Tigresa mostró sus dientes y se preparó para pelear.

―Espera, ¿no ves que tiene hambre? ―dijo de pronto una mujer.

―Aquí todos tenemos hambre.

―Es solo una niña, podría morir.

―Yo también moriré de hambre si me siguen robando ―se excusó el señor.

―Aquí tiene ―respondió la señora, pagó dos monedas por el dumplin, agarró la mano de Tigresa y la llevó a otro lugar―. ¿Estás bien?

Tigresa no supo qué responder, habían pasado muchas cosas muy rápido.

―Sí, estoy bien ―contestó solamente eso.

―¿Dónde están tus padres?

Tigresa apretó sus puños y frunció el entrecejo, si decía la verdad la llevarían a un orfanato, pero la mujer le daba confianza y contestó:

―No tengo, soy huérfana.

―Vivimos en un mundo lamentable, ven pequeña ―la mujer caminó a su lado, todavía tomándola de la mano y la llevó a su hogar.

Una casa tan vieja y maltratada que solo la fortuna la mantenía de pie.

―Primero vamos a limpiarte esa carita―dijo la mayor, remojó un trapo y talló el rostro de Tigresa―. Listo, ahora sí luces como una niña, ¿cuál es tu nombre? Yo me llamo Saya.

―Tigresa.

―¿Tigresa? Creo que te queda ―sonrió Saya―. ¿Te quedaste con hambre? 

Tigresa asintió dudosa, no quería ser exigente.

―Espérame un momento ―dijo Saya, sacó una bolsa de monedas de un escondite, salió de la casa y regresó un minuto después con un tazón de arroz y la bolsa menos llena―. Aquí tienes.

Tigresa disfrutó hasta la última grano.

―¿Satisfecha? ―le preguntó Saya sentada al otro lado de la mesa, sonriéndole con cariño.

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