¿Hay una familia para mí? Parte 4

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En pocos días Tigresa se adaptó a la forma de vivir de Haoyu y los demás. La rutina era simple: Se despertaban, sacudían y recogían las cobijas donde habían dormido, desayunaban una porción del alimento robado, después sacaban agua de un pozo, limpiaban la casa, los pequeños lo más sencillo, los más grandes las partes complicadas; luego uno a uno tomaban un baño y los menores de cinco años recibían ayuda de Haoyu o Xuan. Una vez finalizaban los deberes se ponían a jugar.

Tigresa aprendió a jugar con delicadeza para no lastimar a los otros, tenía especial cuidado con los pequeños. A través del juego se fue acercando a Xuan, Tao y los menores, solo Haoyu seguía reacio a ella.

Un día jugaron a las atrapadas, Tigresa era la mejor, en pocos movimientos alcanzaba a cualquiera, tocándolos solo con un dedo para no herirlos. Persiguió a Yin y la tocó, la pequeña rió eufórica y corrió con tanta emoción que se tropezó y cayó golpeándose en la boca. Un hilo se sangre salió de su labio inferior y comenzó a llorar. Se puso de pie y estiró los brazos a Tigresa, buscando consuelo y cariño.

Tigresa no supo cómo hacerlo, se quedó paralizada, sentía que si abrazaba a la pequeña la iba a romper, pero no era solo por su fuerza que no la consolaba, jamás había dado afecto a otra persona, todo su ser carecía de esa capacidad tan natural en otros. 

Yin siguió llorando. Haoyu fue por ella, la recogió, se alejó unos pasos y reconfortó a la niña con palmadas cariñosas y palabras dulces para calmarla. Tigresa se sorprendió de lo rápido que Haoyu tranquilizó a la pequeña.

—Tiene un don —dijo Tao.

Tigresa dio un respingo, no se había dado cuenta de que ese chico se había colocado a un lado de ella.

—Es cierto —confirmó Xuan, quien se había acercado desde el otro lado—. Todos los pequeños confían y se tranquilizan cuando Haoyu está cerca.

—Yo digo que es porque sus padres lo trataban con el mismo cariño —murmuró Tao.

—Pero lo abandonaron, ¿no? —preguntó Tigresa.

—No —respondió Xuan—. Los padres de Haoyu no lo abandonaron.

—¿Entonces?

Los chicos mayores hicieron una mueca, no sabían si era correcto contar la vida de su compañero.

—Sus padres murieron —explicó Tao—. La mayoría de estos chicos son huérfanos porque sus padres han muerto.

—Y la mayoría ha muerto por las mismas razones —agregó Xuan.

Tigresa miró expectante a la chica de catorce años, quería saber más. Xuan suspiró, agarró a Tigresa del brazo y la apartó a una esquina para que ninguno de los niños la oyera.

—Los padres de estos chicos han muerto por hambre o enfermedad, igual que los míos y los de Tao.

Tigresa no podía entenderlo, había visto mucha comida en la villa y si en su pueblo había medicina básica de seguro aquí, siendo una comunidad más próspera, tendrían mejores medicamentos.

 —¿Por qué hay tantos hambrientos y enfermos? —preguntó confundida.

—No lo sé —contestó Xuan.

—Yo oí una historia —comentó Tao que de nuevo se les acercaba.

—Dila.

—He oído que esta villa antes se dedicaba a sembrar y cosechar, cada familia vendían su cultivo y pagaban un pequeño tributo al palacio. Era una vida simple pero agradable, pero el gobernador de esa época quería más, trajo a varios mercaderes para que vendieran piezas de jade, joyas, ropa fina y otras cosas caras. La villa se enriqueció pero todo se puso más caro, la comida costaba mucho pero no les pagaban más por los cultivos. Por eso muchos cambiaron de trabajo y los que no, enfermaron al no poder comprar suficiente comida para ellos.

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