10

64 12 6
                                    

— ¡Mi niña!

Su madre se lanzó sobre la chica y la abrazó efusivamente para después besarle ambas mejillas.

— ¡Madre!

Kagōme estaba feliz de ver a su madre. Habían pasado seis meses desde la última vez que la visitó en compañía de Sango. La mujer se separó de su hija y sus ojos chocolates se clavaron en el apuesto hombre que permanecía en silencio.

— ¡Oh! Pero qué mal educada soy — exclamó con las mejillas sonrojadas — Kagōme me ha hablado tanto de ti.

Se acercó a él y también lo abrazó. Sesshōmaru se quedó congelado ante el gesto de afecto recibido. Una reacción que nunca imaginó. La madre era tan pequeña como su hija pero de complexión delgada. Las canas ardonaban su cabello azabache.

— No puedo creer que tenga un yerno tan apuesto — Naomi no cabía de la alegría. Los labios de Sesshōmaru eran una línea recta — Pasa Kōga, pasa... Estás en tu casa.

La expresión imperturbable del hombre se rompió. Su ceño se frunció y bajó un poco la mirada para ver a la mujer de edad que aún lo sostenía del brazo. Kagōme se había quedado totalmente muda, anonadada por la impertinencia de su madre aunque, realmente,su madre no tenía la culpa. Naomi no conocía personalmente al novio de su hija y verla llegar en compañía de un hombre pues ni que la pobre Naomi fuese adivina para saber el lío en que su adorada Kagōme se había metido.

— ¡Mamá! — intervino, tomándola por los hombros y alejándola de Sesshōmaru.

Naomi lo soltó muy a su pesar. Es que, se sentía tan emocionada, tan feliz que ya quería correr a contarle a la vecina que su niña querida era la novia de un ¡Dios griego! ¡Un ángel! Si, eso era Sesshōmaru para Naomi. Un bello ángel que le daría unos nietos tan hermosos como él y su hija. Definitivamente que Kagōme había sabido elegir.

— ¿Puedes preparar un poco de café?

— Por supuesto. En unos minutos estará listo.

— Muchas gracias.

Naomi se perdió en el interior de la cocina. Se le oía tararear una melodía mientras movía trastos.

Kagōme se acercó a Sesshōmaru, avergonzada. Temiendo por su reacción. El ojidorado no había dicho una sola palabra hasta el momento. Se sentía un poco incómodo e inquieto, puesto que él no estaba acostumbrado a recibir ese trato tan afable de desconocidos. A su mente vinieron aquellas imágenes de su nana, la única mujer en su niñez que lo cuidó, que se interesó realmente en él y veló por su bienestar hasta el último aliento. Agradeció internamente que Kagōme lo haya alejado con su cercanía de esos pensamientos tan deplorables que luchaba por olvidar, por no recordarlos nunca más.

— Lo siento mucho... Como comprenderás, mi madre...

— Descuida, no tienes porqué disculparte.

— ¿Entramos?

— Entremos.

Kagōme tomó las bolsas que él cargaba. Habían comprado frutas, postres y unos jugos enlatados. La casa Higurashi era muy acogedora y cálida. Miró con curiosidad los cuadros colgados en las paredes. Una en particular, llamó su atención; una Kagōme de unos cinco años sonriéndole a la cámara, mostrando el espacio en su encía superior. A lado tenía a su madre, tan joven, tan llena de vida. Le rodeaba los pequeños hombros con uno de sus brazos de forma protectora. Un nudo de rabia se formó en su garganta. Justo la edad en que aquella mujer...lo abandonó.

Kagōme dejó las bolsas sobre la mesa comedor, en la cocina. Naomi había puesto a enfriar un poco la tetera que contenía el café para después servirlo en tres tazas. Se mordía el labio inferior, nerviosa. Buscando la manera de confesarle a su madre lo que estaba ocurriendole. Sesshōmaru se había quedado sentado en la sola, ojeando sin mucho interés el teléfono. Se sentía un poco cansado por el viaje y le dolía la cabeza.

Red thread © [Sesshome]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora