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La discoteca.
Cinco meses después...

— Ha sido suficiente por hoy — espéto, quitándole el vaso que intentaba llevarse a la boca como por décima vez.

— ¡Ay! Pero qué aburrido te haz vuelto — protestó enfuruñada. Fulminandolo con sus fríos ojos azules.

El doctor dio una profunda inspiración para tratar, a toda costa, mantener la compostura. Lo cierto es que con cada minuto que pasaba, la paciencia se esfumaba de su cuerpo. La chica estaba más irreverente que de costumbre. Bebía como si el alcohol fuese agua y cada palabra que salía de su boca era mucho más cortante que la anterior. Claramente, aquello había sido una pésima idea.

— Vámonos — se levantó de la mesa y la tomó del brazo. Ella de un fuerte zanradeo logró liberarse y se alejó unos cuantos pasos de él.

— Lárgate tú si quieres pero yo de aquí no me voy.

Kōga se pasó ambas manos por el rostro, totalmente frustrado y enojado. Cinco meses ¡Cinco putos meses! Lidiando con ese temperamento tan endemoniado de su novia. Con cada día que pasaba la situación entre ambos empeoraba y Kagōme no quería colaborar.

En muchas ocasiones lo había mandado a comer mierda pero él, por el amor que le tenía, seguía detrás como un puto perro faldero sin embargo, no podía permitir que lo siguiera tratando como si fuese un pedazo de trapo, un títere.

— ¡Ya basta! — había alzado la voz mientras la tomaba por los hombros —  ¡Déjame ayudarte!

— ¿Ayudarme? ¿Tú? Un pelele que se deja mangonear por la zorra de su madre — La boca de Kōga se quedó abierta, al igual que sus ojos.

¡Joder! Por supuesto que quería entender el motivo de su cambio pero estaba yendo demasiado lejos. Su mente fue procesando, maquinando mientras la veía con el rostro desfigurado por el asombro. No había una sola pizca de arrepentimiento en su mirada y esa sonrisa de auténtica malicia seguía dibujada en sus labios.

— Kagōme, yo no tengo la culpa...

— Ahórrate tu discurso que no me interesa oír nada que salga de tu boca.

Kagōme le dedicó una mirada desdeñosa para luego girar sobre sus talones y encaminarse al centro de la pista. El vestido que usaba era tan corto y ajustado que con el mínimo movimiento mostraba el inicio de su trasero. Sus pechos expuestos al igual que sus piernas blancas y torneadas.

Comenzó a mover su cuerpo al ritmo de la música. En ese momento no le importaba, ni siquiera pensaba si estaba haciendo el ridículo al bailar sola. Solo quería, liberar de alguna manera todo ese cúmulo de emociones que le oprimian el pecho.

Sentía pesada la respiración, el cuerpo caliente y la cabeza atiborrada de imágenes, de recuerdos que ni siquiera en la otra vida podría olvidar pero ¿De qué mierda le servía eso? Entre lágrimas, gritos y pataletas comprendió que nada de lo que hiciera podría cambiar los resultados. El muy hijo de putas se había ido. El desgraciado cobarde salió huyendo. Le tuvo miedo a sus sentimientos ¡Ya que más daba! La vida continuaba su curso y aunque doliera, ella también debía seguir su camino.

Kōga se debatía entre irse o quedarse a cuidarla. No había tomado tanto como para considerarla ebria pero lo suficiente para verla achispada. Sus movimientos eran sensuales, sugerentes. Tenía el rostro empapado en sudor y algunos mechones de su cabello azabache se adherían a sus mejillas sonrojadas. 

Estaba llamando la atención de varios hombres y eso molestó de sobremanera al pobre médico que ya tenía los nervios alborotados. Ōkami era tan culto, tan recto que pocas veces había participado en una riña, en una contienda. Ni siquiera cuando era un adolescente pero si Kagōme seguía llevándolo al límite con más de alguno se tendría que liar a los puños.

Red thread © [Sesshome]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora