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Kōga estacionó el Mustang en el aparcamiento privado del hospital. Se quedó unos minutos en el interior, pensando. Cuando se decidió a bajar, pequeñas gotas comenzaron a caer. Farfulló una maldición ya que tuvo que correr para llegar a la puerta principal del edificio de más de seis pisos.

Se acomodó los puños de su camisa azul mientras iba por el pasillo en busca del ascensor para subir al quinto piso. El día le estaba resultando bastante pesado y a eso le sumaba la angustia que sentía por la actitud extraña de su novia. Fue ingenuo al creer que Sango le podría dar aunque fuese, una pista para entender a Kagōme. Esas mujeres se cubrían todas sus fechorías. Leales hasta la muerte.

Caminó por el largo pasillo iluminado, saludando a todo aquel se le cruzaba en el camino. Kōga era un especialista muy querido y respetado por todos los trabajadores del hospital. El moreno no solo despertaba admiración ya que, un par de colegas hacían hasta lo imposible por llamar su atención pero era todo un caballero y respetaba a su novia en todos los aspectos y en cualquier lugar.

Se encerró en su consultorio. Se colocó la bata nueva y planchada que su asistente le había dejado en el perchero y se sentó frente al ordenador, en su escritorio. Tenía un par de expedientes esperando por su atención.

Leyó los nuevos casos clínicos pero por mas que lo intentaba no lograba concentrarse. Se frotó el rostro con ambas manos y, como de costumbre, abrió un cajón del escritorio y sacó la pequeña cajita de terciopelo. La movió entre sus dedos para después abrirla. El anillo de oro blanco con un precioso zafiro brilló intermitente gracias a la luz que se cernía contra el.

Dos años. Dos putos años planeando, buscando el momento adecuado. Era consciente del inmenso amor que sentía por Kagōme. Estaba totalmente convencido que ella era la mujer de sus sueños, con quien quería pasar el resto de sus días.

La puerta de su consultorio se abrió y una timida pelirroja de ojos esmeralda entró, cargando una pila de carpetas entre sus brazos. La muchacha miró curiosa la bella sortija entre sus dedos. No pudo evitar sentir una punzada de celos en su interior.

Llevaba tres años trabajando en el hospital y un año siendo la anestesióloga del doctor Ōkami. Conoció a su novia en un evento navideño que realizó el director del hospital y entendió los sentimientos del doctor. Kagōme era muy pero muy hermosa, encantadora ,de apariencia frágil y muy jovial. La pobre pelirroja había sufrido un golpe seco a su autoestima al verla enfundada en un costoso vestido rojo que se le ceñia perfectamente a cada curva de su esbelto cuerpo.

Desde ese día se dedicó a admirarlo, a amarlo en silencio. Era consciente que ni en sus sueños podría tener una oportunidad con el apuesto médico. Kōga se desvivía por su novia. Ese amor que le profesaba emanaba por cada uno de los poros de su cuerpo. El celeste de sus ojos brillaba cada vez que la mencionaba. Ayame se aclaró la garganta.

Kōga se había sumido tanto en sus pensamientos que no la escuchó entrar. Espabiló sacudiendo la cabeza y guardó el anillo en la cajita para después meterlo en la gaveta. Cerró con llave y la guardó en el bolsillo de su pantalón.

— Aquí están los expedientes que me pidió — explicó dejándolos sobre el escritorio. Kōga dejó escapar un suspiro y se arrellanó en el asiento.

— Bien, manos a la obra — acercó el asiento al escritorio y tomó la primera carpeta — ¿Tenés algún compromiso? No te quiero perjudicar si es así.

— Oh, no. Tranquilo doctor Ōkami. Estoy exclusivamente para usted.

Kōga frunció el ceño y el rostro de la chica se puso más rojo que un tomate al ser consciente de lo raro que había sonado su respuesta. Kōga sonrió, remarcando los hoyuelos en sus mejillas. La pobre Ayame olvidó cómo se respiraba. El doctor era tan apuesto, de rasgos delicados y esa voz tan suave, varonil y relajante.

Red thread © [Sesshome]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora