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Sango se frotó el rostro una vez más. Se sentía molesta, frustrada y cansada a la misma vez. Kagōme llevaba un día entero sin salir de la habitación y por más que lo intentaba no le abría la puerta. Se levantó en plena madrugada,  sus sollozos la despertaron, entonces cayó en cuenta que sus suposiciones eran ciertas; la azabache había discutido nuevamente con Sesshōmaru. 

Por otro lado, la insistencia de Kōga solo alborotaba sus nervios. Es que, por más que intentaba entender el comportamiento de su amiga, no lo lograba. Kagōme tenía la solución.  Si tanto amaba a Sesshōmaru por qué no se arriesgaba.  Después de todo él no parecía serle indiferente.

Se alejó de la puerta en cuanto la escuchó gritarle que estaba bien. Era una mentirosa,  ni siquiera salía a comer los platos que ella le preparaba. Seguramente Kagōme la iba a odiar por lo que haría pero prefería su odio que verla sumergida en la miseria.  La azabache quería un pequeño empujón y ella se lo daría. 

Lo sentía mucho por Kōga pero amigos nunca fueron. Decidida regresó a su habitación y tomó el teléfono que había dejado en la cama. Solo tenía dos horas antes de entrar al trabajo.  Recordaba que ella se lo prestó un día para llamarlo y el número debía de estar registrado en las llamadas.  Luego de un par de segundos de búsqueda,  lo encontró. 

— Tienes que venir — dijo en cuanto la llamada fue aceptada — si realmente te importa,  claro está. 

Podía oír su respiración pero Sango no esperó una respuesta.  Cortó la llamada y dejó el teléfono sobre la almohada.  Unos minutos después salía del baño ya duchada. Se vistió y tomó su bolso el cual colgó en su hombro izquierdo.  También optó por llevar un suéter de algodón. Era un día frío y de poco sol.

Salió de su habitación y se quedó de pie frente a la puerta del cuarto de Kagōme.  Sintió el impulso de hablarle pero no lo hizo. Salió del apartamento decidida a terminar con toda esa mierda de una puta vez.

Comprendía que estaba metiendo las narices en un asunto que no era de su incumbencia pero Kagōme jamás tendría el valor suficiente para hacer lo correcto y ella era la única que se podía atrever porque la quería muchísimo.

Al salir del edificio se encontró con Sesshōmaru. Este permanecía de brazos cruzados, recostado sobre el capo del auto. No confiaba en él pero tampoco podía dudar de sus sentimientos. Lo que le gustaba de él es que era un tipo directo, no se andaba con pendejadas a la hora de hablar. Un sujeto tosco, gruñón pero sincero. A diferencia de Kōga que todo el tiempo quería ocultar su verdadera malicia detrás de una sonrisa angelical.

— No lo arruines — le lanzó las llaves del apartamento. Sesshōmaru las agarró y la miró receloso.

— ¿Por qué? — cuestionó. Sango esbozó una sonrisa.

— Porque los dos son un par de pendejos inmaduros. Me debes una Taisho.

Sango comenzó a caminar, alejándose poco a poco. Sesshōmaru sonrió y miró las llaves en su mano. Entró al edificio y subió por las escaleras al piso diez. Estando frente a la puerta introdujo la llave en la cerradura y entró al apartamento. Se quitó la chaqueta y la dejó sobre el respaldo de uno de los sofá. Deseó ir directamente a su habitación pero se abstuvo. Se fue a la cocina y buscó lo que necesitaba para preparar algo decente.

Kagōme se levantó de la cama con los ojos hinchados, el cabello alborotado y el estómago le ardía. Se la había pasado a punta de agua pero sentía que ya no podía más. Sus piernas apenas la podían mantener en pie.

Se quitó la ropa y anduvo desnuda hasta el baño. Abrió el grifo y el agua fría le espabiló los sentidos. Se lavó el cabello con el champú nuevo que había comprado y se talló el cuerpo con la esponja llena del mismo champú. La fragancia a vainilla la relajó un poco.

Red thread © [Sesshome]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora