La frustración se apodera de mí como un manto oscuro, pesado y asfixiante. Es una sensación que se cierne sobre mi vida como una sombra implacable, recordándome constantemente que no puedo hacer nada, que mis palabras caen en oídos sordos y que mis sentimientos y pensamientos son ignorados. ¿Por qué es tan difícil para los demás entender lo que siento? Todo lo que quiero es que me escuchen, que me comprendan, pero parece que el mundo tiene otros planes para mí.
La impotencia me envuelve, como cadenas invisibles que me impiden avanzar. Es como si estuviera atrapada en una jaula, mirando hacia afuera mientras el mundo sigue su curso, ajeno a mi desesperación. Me siento como una prisionera de mis propias emociones, incapaz de liberarlas y compartirlas con aquellos que me rodean. La soledad emocional se convierte en mi compañera constante, una amiga indeseada que se niega a abandonarme.
La juventud debería ser un momento de alegría y descubrimiento, de risas y aventuras. Pero en lugar de eso, me encuentro luchando contra la corriente, tratando de encontrar un lugar en un mundo que no parece dispuesto a aceptarme. ¿Por qué es tan difícil ser feliz? ¿Por qué no puedo disfrutar de mi vida como lo hacen los demás?
Las noches se vuelven interminables, mientras las lágrimas ruedan por mis mejillas. Cierro los ojos y me sumerjo en un mar de pensamientos y emociones no expresados. Quiero gritar, quiero llorar, quiero que alguien me tome de la mano y me diga que está bien sentir lo que siento. Pero en su lugar, el silencio me rodea, y me siento aún más atrapado en mi propia miseria.