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ADVERTENCIAS DE CAPÍTULO: Abuso sexual, viol*ción, p*dofilia.

Sebastian Shaw nació en el seno de una familia que rozaba lo maniático

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Sebastian Shaw nació en el seno de una familia que rozaba lo maniático.

Ni siquiera llegaba a ser disfuncional, pues era un criadero de locura, violencia y sangre.

Su madre fue una drogadicta que durante todo el embarazo consumió sustancias ilícitas sin descanso, algo terrible, considerando que Shaw no fue su único hijo, sino que tuvo dos más. Tuvieron que ser seis en total, pero los otros tres fueron abortados. Lourdes se dedicaba, además a vender su cuerpo para conseguir el dinero y comprar droga, por lo que sus tres hijos eran de padres distintos y ninguno conoció figura paterna. Por otro lado, la materna estaba, prácticamente, ausente.

Debido a ello, Sebastian vivió de cerca lo que era la prostitución, trata de blancas y pedofilia. En especial cuando tuvo diez años y salió a pasear con su hermanita menor, Grace, que entonces tenía seis años. Como Lourdes se preocupaba solo de ella, ellos tenían que conseguir algo para comer, hurgando muchas veces en basureros para encontrar un pedazo de pan.

Sebastian sabía leer y escribir porque asistió hasta el año pasado a un colegio, pues Lourdes quiso cambiar su estilo de vida una vez lo tuvo, pero cómo ocurría en gran parte de esos casos, las adicciones eran más fuertes que su voluntad. Gracias a esto, Sebastian conocía los nombres de las calles y su sentido de orientación era increíble, evitando los puntos más peligrosos de ese ya marginado barrio en el que vivían.

Aunque eso no evitó que se encontrara con ese grupo de gente riendo, fumando y gritando.

Pensó que no los notarían, después de todo, las personas tenían una extraña habilidad para ignorar a los niños vagabundos, ¿no es así? 

Pero lo notaron. A él y a su bonita hermana menor.

—Hey, heeeeey —dijo uno de esos adultos, ubicándose frente a él y deteniendo su paso—, niño, qué linda es tu amiguita...

Sebastian retrocedió, en tanto Grace se ubicó detrás de él, llena de tierra y oliendo a mierda. Aun así, era una bonita niña pequeña.

—Queremos pasar —dijo con voz débil.

Esos adultos se rieron.

—Está bien, ¡está bien! —dijo otro estruendosamente—. Pero ¿quieres hacer un trato, niño? ¿Cómo te llamas?

—Sebastian Shaw.

Shaw, Shaw —repitió un tercer hombre—, te ves hambriento, ¿quieres algo para comer?

El estómago de Sebastian sonó por el hambre y el niño sintió baba en su boca ante la perspectiva de comer algo.

—Sí, señor —balbuceó—, mi hermana y yo tenemos hambre. No tenemos comida y tenemos un bebé en casa.

MUÑEQUITO DE PORCELANADonde viven las historias. Descúbrelo ahora