Cuando la noche sea eterna

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☾ Capítulo 4 ☽

"Encuentros inoportunos"

Y todavía mi día no acababa. Desperté de una pequeña siesta en una cafetería que quedaba a un paso de mi universidad. Llegué temprano después del trabajo y quise ponerme al día con las materias, pero quedé rendida en la mesa sin darme cuenta. Una joven mesera fue quien me despertó al creer que sucedió algo conmigo, pero se rio cuando le expliqué que solo se trataba de una pobre estudiante dando todo de sí para salir bien en los exámenes.

Por lo menos ya no estaba tan tensa como desde un inicio, pues el imbécil de Damiano no me molestó más después de que Mika le diera su merecido; ni siquiera nos cruzamos en todo el día. Por una parte fue un gran alivio para mí, pero no para Mika quien se sintió bastante mal después de aquella situación. Me confesó que jamás en su vida tuvo un problema con su hermano mayor, ya que lo consideraba su mejor amigo al ser tan unidos. Incluso no pudo aguantar más aquella culpabilidad que sentía en su pecho y fue a pedirle disculpas por el golpe prometiéndole que nunca más recurriría a la violencia cuando las palabras podían aclarar las cosas. Tenía mucho que aprender de Mika porque yo era alguien que el rencor o el orgullo le ganaba por goleadas.

Ya después de que Mika se sintiera mejor consigo mismo, pude aprender un poco de él y de su vida. No estudiaba, no trabajaba, tenía un solo amigo y era su hermano mayor (al resto de personas solo les consideraba como conocidos), le gustaba salir a bailar, conocer chicas y tener algo de una noche con ellas porque el compromiso con las personas le daba miedo, en su tiempo libre jugaba al golf y pensaba perder otro año más sin hacer nada y hacerles creer a sus padres que ingresó a la carrera de Medicina para que no les molestaran. Mi deber no era cuidarlo, sino guiarlo en un camino bueno para su futuro, un trabajo que lo veía difícil, pero no imposible, solo tenía que buscar algunos métodos. Tarea que debía dejar para más tarde ya que las clases iban a empezar en veinte minutos, por lo que tuve que abonar lo que consumí en la cafetería —además de usar la mesa como almohada— y marcharme antes de que se me hiciera tarde.

En la entrada de la universidad vi a un rostro muy familiar, era un chico alto de cabello ondulado color oro. Gerónimo, el hermano mellizo de Brenda, mi segundo y único amigo hombre. Estudiaba conmigo enfermería, aunque a él le iba mucho mejor que a mí, algo que siempre supe aprovechar porque podía explicarme algunas cátedras que yo no entendía.

—Justo a tiempo, Ara —dijo, mirando su reloj de muñeca. Sabía que lo hizo de manera irónica ya que siempre estaba en el edificio con mucho tiempo de anticipación, me gustaba ser muy puntual cuando se trataba de cosas tan importantes como la formación de mi futuro.

—Hola... —saludé un poco somnolienta—. Me he quedado dormida en la cafetería de la esquina. La mesera me despertó creyendo que me había muerto o algo...

Gero se rio, divertido.

—¿Día agitado?

—Primer día como niñera, de hecho —comenté. Ingresamos al edificio marchando a pasos lentos para conversar—. Anoche dormí muy poco por estar ansiosa por hoy.

Gero, de pronto, se quedó mirándome extraño, pero a la vez con una sonrisa en sus labios, levantó su mano y la llevó a mi cabeza:

—A ver, quédate quieta. —Me quitó un papelillo del edulcorante que estaba entre el desastre que tenía de cabello—. Me parece que una parte de ti extraña trabajar en una cafetería.

En ese momento, nos detuvimos en un gran espejo que había en el pasillo abierto que conducía al patio principal. Fue un disgusto enorme verme en unas condiciones tan horribles, mis ojeras se marcaban más que antes, mis labios parecían secos y quebradizos y ni hablar de aquellos granos que me habían salido en las mejillas los cuales eran producto del estrés.