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☾ Capítulo 23 ☽

"Grandes deseos"

No pude apartar mis ojos de Dam desde que regresamos a la mansión después de la obra de teatro escolar. Sus padres se dieron cuenta de que pasó algo enorme entre los dos. De hecho, se lanzaban miradas y sonrisas cuando me cazaban observando a su hijo mayor. Me daba mucha vergüenza e incluso hasta miedo a que creyeran que era una desubicada por andar deseando los labios de uno de sus hijos. Aunque de ese deseo solo lo sabía yo, pero me daba pánico delatarme solita.

Acosté a los niños y les leí un cuento hasta que se quedaron dormidos. Finalmente me metí a bañar y cuando salí fresca dirigiéndome a mi cama, fui raptada por Dam obligada (ni tanto) a meterme en su habitación.

Ambos estuvimos acostados en su cama, nuestros dedos rozaban nuestras pieles, nuestros labios se tocaban a cada tanto y nuestras miradas se refugiaban mutuamente. Pude experimentar cómo se sentía el amor, el querer estar con otra persona ya sea en silencio o compartiendo alguna anécdota tonta tan solo para oír la melodía de nuestras voces.

Nunca antes había sentido una conexión tan especial como esta, mi corazón jamás mandó esa extraña descarga eléctrica a cada esquina de mi cuerpo cuando Dam me acariciaba y besaba. De hecho, deseaba que el tiempo quedara congelado para poder disfrutar de ese momento. Estando a su lado, me olvidaba de la existencia del mundo que nos rodeaba y me preguntaba si a él le pasaba exactamente lo mismo o algo muy diferente.

—Tengo miedo de que me encuentren dentro de tu habitación... Tengo miedo de que tu madre crea que me estoy pasando de lista y que no respeto su casa.

—Solo estamos conversando. —Volteó sus ojos con una media sonrisa atrevida.

—Siento más tus labios y dedos que una conversación.

—¿Mis dedos? —preguntó, esa sonrisa maliciosa se intensificó como su mirada.

—¡Dam, por Dios!

—¿Qué? No dije nada malo. Eres tú la pervertida. Desde que pisaste mi casa te la pasas diciendo o pensando cosas en doble sentido. Cerda.

Hice una mueca con los labios para no reírme, sabíamos perfectamente que de los dos él era el cochino. Un cochino que me tenía flotando por los aires cada vez que me observaba con esos ojos oscuros de cazador y que me hacía suspirar con esa sonrisa tan perfecta.

Miré la hora en mi celular, ya era bastante tarde y no había dedicado nada de tiempo a mis estudios. Me ponía bastante inquieta la idea de no saberme bien los temas y por esa razón reprobar las cátedras.

—Debo irme a estudiar. —Me sentí algo mal cuando esa sonrisa cálida de Dam desapareció dejando en su lugar una de decepción—. Lo siento, pero no pienso posponer mis estudios por ti, rindo en varios días y apenas si me sé cómo se llaman las cátedras.

Hice el ademán de salir de su cama, pero él me sujetó por la muñeca tirándome hacia su pecho. Caí encima suyo y mi corazón comenzó a golpear tan fuerte que me daba miedo que lo sintiera y supiera el enorme efecto que tenía sobre mí.

—Te dejaré ir con una condición. —Su propuesta venía con un tono amenazante y a la vez atrevido—. Vendrás a una fiesta conmigo mañana en la noche.

—¿Qué fiesta?

—La organizan los socios de mis padres. Lo hacen en el palacio de San Benito y todos los empresarios más importantes de la ciudad asistirán. Es una fiesta a beneficio de un pueblo que pasó por un huracán, muchos habitantes perdieron sus casas.

Cuando la noche sea eternaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora