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☾ Capítulo 32 ☽

"Nuevos aires"

—Este café es delicioso. Dale mis respetos al barista —dijo Mika cuando le dio un sorbo a su taza.

—Ja-ja muy gracioso —contesté, volteando los ojos.

Él lo decía irónicamente sabiendo que era un café de máquina común y corriente. Hacía un mes que trabajaba en una cafetería cerca de casa, era menos peor que la anterior donde trabajé en mis inicios, esta pagaban mejor y mis jefes eran educados y respetuosos.

Mika solía ir de vez en cuando solo para visitarme, ni siquiera consumía por completo el café, pero estaba enamorado de la tarta de queso casera de mi compañera. De vez en cuando pedía hasta tres y una para llevarle a Pietro, su novio. Apartó su taza y se centró en su comida mientras conversábamos de la nueva niñera de sus hermanitos. Era buena, pero todavía no podía ganarse el cariño de los niños porque estaban aferrados a que yo volviera. Posiblemente lo haría, solo si la chica renunciaba.

Cuando ingresó otro cliente, lo abandoné y continué con mi trabajo hasta que me desocupé y regresé a él. Ya había consumido toda su tarta de queso y su café estaba por la mitad. Dejó propina muy alta mientras me guiñaba su ojo.

—¿Te esperamos mañana para cenar? —consultó.

—Sí, los niños hoy me llamaron y reclaman por mí. Les prometí visitarlos.

—Te necesitaré. Voy a formalizar mi relación con Pietro delante de mis padres.

—Cuenta conmigo. —Sonreí—. Todo irá bien.

Su familia creía que Pietro era un amigo, pero en realidad ya estaban en pareja hace tiempo, solo que Mika tenía miedo de que sus padres fueran prejuicios y rechazaran su relación. De hecho, hace tiempo que él ocultaba su orientación sexual a todo el mundo, cuando decía que se iba a ver o hablaba con una chica, en realidad era un chico. Cuando me confesó, lo abracé y le prometí que eso no debía ser un problema para nadie ni mucho menos para él. Desde entonces estuvo buscando la forma de salir de su escondite.

Mika se despidió de mí y yo continué con mi trabajo. Faltaban tan solo diez minutos para cerrar y poder ir a casa, le prometí a papá que llevaría la cena y el postre como premio por estar limpio cinco meses. Escuché la campana tintinear y maldije a mis adentro deseando asesinar al último cliente que ingresó. Odiaba cuando pasaba eso porque todos teníamos que quedarnos hasta que se fuera y algunas veces solían estar hasta casi una hora.

A regañadientes fui hasta su mesa. Estaba de espaldas leyendo el menú. Me ubiqué a su lado y le di la bienvenida, aunque por dentro tenía ganas de apuñalarlo con el sobre del edulcorante.

—Quiero un café doble sin azúcar, por favor. —Cuando escuché su voz, mi corazón se detuvo—. ¡Ah, se me olvidaba! Y una cita contigo.

Cuando bajó el menú, pude ver su rostro. Sus ojos oscuros juntos aquella mirada de cazador me hizo temblar las piernas. Sus labios carnosos se curvaron y mi boca se secó en ese instante. Empecé a reírme como desquiciada mientras lo observaba sin entender nada. Regresaba dentro de una semana, no comprendía qué hacía allí sentado.

—¿Qué haces aquí?

—Bajaba del avión y se me antojó un café. Pasé por aquí y cuando te vi desde la ventana dije "¡Mierda! Esa camarera es la chica más hermosa que vi en mi vida. No puedo perder la oportunidad de hablar con ella". Me estoy jugando la dignidad.

—¿Por qué no me dijiste que volvías? —Tenía los ojos llenos de lágrimas por toda esa cantidad de felicidad que sentía dentro de mi pecho.

—¿De qué hablas? —Frunció el ceño, juguetón—. Es la primera vez que nos vemos. Me llamo Damiano, pero me dicen Dam. ¿Cuál es tu nombre?

Cuando la noche sea eternaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora