Capítulo 8: Fresas

2.1K 239 41
                                    

Cuando el único ojo de Zoro encontró por fin a Sanji, el sol estaba a punto de ponerse, el viento soplaba con más fuerza y poco a poco la gente dejaba de abarrotar las tiendas.

Cuando Zoro asimiló la figura de Sanji acercándose a él, el kimono a rayas, el pelo ondeando al viento, el bulto redondeado marcado por las capas de ropa... Algo ya no estaba allí.

No sabe mucho, es bastante tonto en muchos temas, pero conoce al cocinero. Durante mucho tiempo reprimió este conocimiento en su interior, fingió no verlo, no darle importancia. Pero fuerzas mucho mayores que ellos dos le han hecho darse cuenta de que Sanji es como el aire que respira, su necesidad del rubio está impregnada en sus poros, en su pelo, en sus labios, en sus palmas, en su alma. Y aún no hablan lo suficiente, no de esas cosas, pero eso no significa que él no lo vea.

"Cuando termine esto, si ya no soy yo mismo, necesito que me mates".

Esas palabras aún le atormentan de vez en cuando, en las noches en que el sueño no llega, cuando el mar está agitado, cuando incluso en sus brazos Sanji tiene esa expresión de angustia y miedo en la cara cuando duerme. El mayor miedo del cocinero era que un día se despertara y ya no fuera él mismo, y el mayor miedo de Zoro era que un día tuviera que cumplir esa promesa.

Y cuando Sanji lo alcanzó, en aquella bonita calle de una isla turística muy pulcra y refinada, algo le dijo al espadachín que aún no era lo bastante fuerte, no para eso.

"Abrázame". No era una petición, ni siquiera una pregunta. Sanji, que siempre se había sentido inseguro al ser visto con otro hombre en la calle, y que odiaba parecer pegajoso con Zoro, no deseaba nada más en aquel momento que los fuertes brazos del espadachín a su alrededor, la calidez tan familiar y segura del ancho pecho del hombre, la seguridad que él le proporcionaba.

Y Zoro nunca había sido el mejor consolando a nadie, se ponía nervioso cuando alguien lloraba cerca de él, nunca sabía qué decir, excepto en ese momento.

"Te amo tanto, Sanji, tanto. No puedo perderte, ¿vale? No puedo". Dijo Zoro mientras abrazaba al cocinero, lo dijo como si supiera lo que estaba pasando, como si estuviera allí, como si él también lo sintiera, un miedo tan abrumador y agonizante que parecía atravesarlo, atravesarlos a los dos a la vez, con la misma espada.

Zoro no era de los que decían cosas así, no libremente, en medio de la calle. Esa parte de él que aún estaba descubriendo y perfeccionando se reservaba para las noches en las que sus cuerpos se convertían en uno, en las que sus almas se fundían. Y sin embargo, al sentir el calor del cocinero en su pecho, su respiración agitada, su cuerpo tembloroso, Zoro comprendió que a veces el entorno en el que se encontraban no importaba, siempre y cuando estuvieran juntos.

"Yo... te amo más, estúpido Marimo, te amo más".

Sanji ha experimentado demasiado para tener veintidós años, lo sabe muy bien. Desde experimentos científicos hasta pasar hambre en un acantilado, desde pasar años con una máscara de hierro en la cara hasta experimentar la libertad que da el océano, desde tener un pie que se incendia hasta un embarazo inesperado.

Pero también sabe que aún le queda mucho por ver, por vivir para experimentar cosas inimaginables, y anhela eso, cada minuto de libertad que le regalan.

Pero las pesadillas siempre encuentran la forma de volver a nosotros, ¿verdad?

La suya llegó en barco.

Si aún estaba allí, vivo, en los brazos de Zoro, es porque aún no era el momento, él lo sabe, debería saberlo.

Germa siempre lo sabe todo.

La Mitad No Es Suficiente - ZosanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora