Capítulo 11: Crema batida

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Cuando los primeros rayos de sol entraron por la pequeña ventana, Zoro llevaba horas despierto, pensando, sin poder levantarse de la cama, sin saber por qué. Sanji dormía, lo cual era bueno, incluso antes de su embarazo el cocinero tenía un insomnio terrible, así que era bueno, dormía plácidamente, Zoro quería que siguiera así. De hecho, el sueño de Sanji es una de las cosas en las que ha estado pensando mucho, sabe que cuando nazcan los trillizos el rubio estará siempre pendiente de ellos, cuidándolos, y eso no sería bueno ni justo. Y sabe que va a ser muy difícil, que hay cosas que el instinto simplemente no puede resolver, pero también sabe que Sanji está haciendo la parte más difícil, la parte que él no sería capaz de hacer.

Y allí mismo, en la cama, el día en que cumple veintidós años, el abrazo incómodo entre él y el cocinero es donde quiere estar hasta que tenga ochenta, cien, mil años, mientras viva, quiere estar allí mismo, junto al calor de Sanji, con sus hijas, con ellas, con su familia.

Había pasado otro año y aún no era el mejor espadachín del mundo, pero su promesa a Kuina seguía firme, fuerte, en pie. El día que se cumpla, gritará y su nombre resonará en el cielo, y Sanji estará allí, sus hijas estarán allí, lo celebrarán con él, podrán decir que papá es el más grande, y para eso vive ahora. Eso es lo que le hace seguir adelante, saber que cuando se lleven a Luffy al One Piece, habrá alguien esperándole, que seguirá teniendo a alguien con quien seguir adelante.

Nunca le importaron los cumpleaños, no los suyos, siempre eran un día más, un día en el que echaba de menos a Kuina un poco más, en el que entrenaba un poco más, en el que bebía un poco más y se acostaba un poco antes, nada más. Y ese día no sería diferente, aparte de que estaría instalando pruebas para bebés, que ni siquiera sabe lo que es. Se levantaría en unos minutos, probablemente tendría que ayudar a Sanji a levantarse también, y desayunarían bien, como siempre.

Cuando Sanji se despertó y sintió una mirada sobre él, consideró no levantarse ese día, pensó en lo bonito que sería quedarse allí, en el cálido abrazo de un Marimo atento, en la suavidad de su cama, en la dulzura de esa mañana que ni siquiera había empezado propiamente pero que ya parecía diferente y especial, el amor de su vida cumplía un año más. El amor de su vida, ¿eh? Quién lo iba a decir, tenía el amor de su vida. Un chico, además.

Un chico es su persona, su alma gemela. A Sanji, de quince años, le daría un ataque si lo supiera. Bueno, siempre le han atraído los pechos bonitos, y no se puede negar que Zoro está bendecido en esta área. Y sí, quizá le guste un poco el pelo del espadachín, y sus muslos, vaya muslos, grandes, carnosos. Le gusta un chico grande, ¿y qué, verdad? Y bueno, en la intimidad de su mente, piensa que Zoro es uno de los chicos más increíbles que ha conocido, es dulce de una manera única, es cariñoso con un toque de rudeza, un ogro suave. Y aunque hay controversias, el espadachín es bastante inteligente, dependiendo del tema. Así que sí, Zoro es su chico, Sanji con quince años no estaría preparado para esta conversación, pero Sanji con veintidós está totalmente enamorado de un Marimo.

De mala gana, ambos se levantaron de la cama unos minutos después, cuando Luffy empezó a gritar que tenía hambre y terminó de despertar al resto de la tripulación. Sanji, que ya no sabía qué ponerse, decidió echar un vistazo en la parte del armario de Zoro, que por cierto no tenía ni una sola prenda doblada o en la percha, toda la ropa del espadachín estaba mezclada en un gran montón, y encima Sanji consiguió divisar un kimono blanco con detalles morados, el mismo que el espadachín llevaba en Wano y por el que Sanji había babeado. Zoro no tendría ni la voz ni el valor para impedirle ponerse aquel kimono, así que con una gran sonrisa se lo ató al cuerpo y subió a la cocina, dejando atrás a un Zoro muy curioso y risueño. Sanji se moría de ganas de volver a ponerse los trajes, los pantalones ajustados, las corbatas, las camisas de vestir entalladas... No podía esperar a fumarse un paquete entero de cigarrillos... solo le faltaba un poco más.

La Mitad No Es Suficiente - ZosanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora