Capítulo 1

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Cuando nací, me abandonaron en las frías calles de Freljord. En uno de sus viajes, mi maestro Axia me encontró entre llantos dentro de una cesta de mimbre. En ese momento, me contó que sintió un tirón del destino que lo llevó a tomar la decisión de llevarme consigo a Jonia, su hogar. Era una persona muy versada en las artes elementales, así que llegado el momento me convertí en una más de sus alumnos y me entrenó día y noche.

Con tan solo 7 años ya era capaz manejar dos de los cinco elementos: tierra y agua. Cuando no entrenaba, cruzaba media aldea y me dedicaba a explorar. En una de esas ocasiones, me encontré a un chico de cabello negro que practicaba con dos espadas. Al principio no reparó en mi presencia y me limitaba a mirar. Poco a poco la curiosidad se iba apoderando de mí y quería probar. Fueron muchos los intentos en los que traté de acercarme pero siempre me acababa rechazando y me instaba a alejarme de allí. En una ocasión me pilló tocando una de las espadas y comenzó a gritarme que me fuera de allí, yo me asusté tanto que con mis poderes elementales le lancé un poco de tierra a la cara y me alejé corriendo mientras le oía maldecir junto a la risa del otro niño que estaba a su lado.

Mi maestro siempre se preguntaba dónde solía meterme todas las tardes, pero nunca me preguntó. Creo que en el fondo siempre supo dónde me metía, ya que todo el mundo le conocía y por ello sabían quién era yo. Una de esas tardes, en el lugar donde ese chico solía estar hallé las dos espadas perfectamente colocadas sobre el expositor. No pude evitar la tentación, así que me colé en el jardín, cogí una de ellas y sin prestar atención a mi alrededor imité cada uno de los movimientos que su dueño había realizado con ella. Al principio me costó un poco sostener el arma por su peso, pero me dejé llevar, dejando fluir cada movimiento de mi cuerpo, volviéndome una con ella.

Perdí la noción del tiempo que estuve haciendo eso. Cuando abrí los ojos, me encontré con los de aquel chico que me había estado observando todo ese tiempo. Algo sorprendido, no parecía estar enfadado, sino concentrado en mí y en esa espada. Me disponía a dejarla donde la había encontrado y salir corriendo, pero me levantó una mano en señal de que me quedase.

—Tienes muchas cosas que pulir, pero no está nada mal para ser la primera vez que coges una espada—me dijo mientras corregía la postura de mis brazos que aún la sostenían. — Empieza de nuevo.

Así fue como conocí a Yone. Se entrenaba a diario siguiendo las lecciones de su maestro Souma, quién le enseñó a usar la técnica del viento. A partir de ese momento, por las mañanas entrenaba con mi maestro y por las tardes lo hacía con él. Poco a poco fui perfeccionando en ambas artes, aunque nunca se me dio bien usar dos espadas, así que nos centramos en llevar a la perfección el uso de una.

Los años pasaron y nosotros crecimos juntos. Lo que comenzó como una amistad fue evolucionando y nos acabamos enamorando. Yone venía a casa todas las mañanas antes de mi entrenamiento para visitarnos, los años le habían pasado factura a Axia quien ya había abandonado sus viajes y a penas salía de casa por sus dolores de huesos, así que siempre le llevaba infusiones y hierbas que pudiesen aliviar su dolor.

Yone tenía veinticinco años y yo veintiuno cuando nos comprometimos. Fue una tarde calurosa de primavera, tres meses después de que mi maestro falleciese. Me había insistido en que me mudara a su casa pero yo preferí no hacerlo hasta después de la boda. Lo que no sabíamos era que una semana antes, frente a la invasión Noxiana, Yone se uniría a la causa junto a sus compañeros ante la falta de soldados. Quise acompañarlo pero se negó. Entre lágrimas, besos, caricias y abrazos, me dejó en casa con la promesa de regresar con vida tan pronto como acabase el conflicto, casarnos y formar nuestra propia familia. Recuerdo verle partir hasta perder su silueta en el horizonte bajo los últimos rallos de sol.

Pasarían dos años hasta que nuestros caminos volviesen a cruzarse. Durante ese tiempo, me negué a viajar siguiendo los pasos de mi maestro en busca de conocimiento, con la certeza de que en cualquier momento él regresaría. También rechacé a todos y cada uno de los pretendientes que trataban de acercarse a mí. Era consciente de las miradas que algunas personas me lanzaban, algunas se atrevían a decirme que debía pasar página y rehacer mi vida porque Yone probablemente había caído luchando, otras alimentaban mis esperanzas y me ofrecían su ayuda si lo deseaba.

Recuerdo perfectamente aquel día como si hubiese ocurrido ayer. Había salido al mercado a comprar carne cuando Sora, la única amiga que tenía, quién también había sido discípula de Axia, vino corriendo hacia mi haciendo aspavientos con los brazos. Con la respiración entrecortada, me dijo que Yone había regresado, lo habían visto cerca de la entrada de la ciudad. En ese momento le di la cesta que tenía en las manos y me fui de allí lo más rápido que pude. Todo mi cuerpo vibraba de la emoción, tenía los pelos de punta y un fuerte cosquilleo en el corazón. Por fin estaba en casa. Lo que me encontré al llegar, no fue agradable.

Primero reparé en un pequeño macuto que había tirado en el jardín y en la puerta principal de la casa, extrañamente abierta. Me llevé las manos a la boca cuando al cruzar el umbral hallé restos de sangre seca que conducían hacia el interior. Grité su nombre y llamé a su hermanastro pero ninguno respondió. Me di la vuelta y desesperada empecé a preguntar si alguien los había visto. Un campesino que volvía del campo con la hoz al hombro, se acercó a mí y trató de decirme con voz calmada que los había visto salir corriendo hacia las afueras. Me di media vuelta y eché a correr en esa dirección. Pronto comenzó a llover y podía sentir que a pesar de estar empapada me ardían los pulmones a cada paso que daba.

Nunca me había dado cuenta de lo desolador que era el escenario fuera de la aldea, campos secos en su mayoría, tierra por todos lados y escasa vegetación. Miré a todos lados pero seguía sin ver nada ni nadie. Continué corriendo. Al cabo de un rato detuve mis pasos mientras la confusión se apoderaba de mi cuerpo. En el suelo había algo tirado. Todas mis esperanzas se hicieron añicos cuando sobre un charco grande de sangre, reposaban los trozos de una espada. Más adelante, los rastros de unas pisadas se había borrado casi por completo hasta desaparecer. No me hizo falta nada más para saber a quién pertenecía esa espada que tantas veces había empuñado yo misma. Recogí los pedazos manchándome las manos de esa sangre y me los llevé al pecho, dejando salir de mi interior un grito desgarrador.

No quería ver a nadie. No quería ver la luz del sol. No sé cuántos días o quizás semanas pasé sin salir de casa. Sin comer. Sin moverme. Recordando su rostro, su voz... para no olvidarlo. Gran parte de mi sabía que Yone estaba muerto y que jamás volvería a verlo. Otra parte tenía una pequeña esperanza de que siguiese vivo, pues no había visto su cuerpo. Por otro lado, Yasuo tampoco regresó a casa y pronto corrió el rumor de que había asesinado a su maestro y a su propio hermano.

Necesitaba alejarme de aquel lugar, no quería pasar por delante de aquel jardín donde habíamos pasado nuestra infancia, no quería estar en la casa donde me crié y fui feliz, porque ahora estaba rodeada de dolor y soledad. Yo ya no pertenecía a este lugar. No me despedí de Sora cuando me marché con una mochila al hombro, no me despedí de nadie cuando salí de allí con los trozos de aquella espada envueltos en una tela entre mis brazos.

Cinta RojaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora