Capítulo 2

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Vagué sin rumbo fijo durante un tiempo. Visité varias aldeas pero me di cuenta de que me sentía más cómoda cuando vagaba solitaria por los caminos y bosques. Estaba anocheciendo cuando llegué a las entrada de un templo mientras seguía el rastro de un animal para cazarlo. Me detuve ante aquel lugar, admirando lo bien conservado que se veía comparado con los otros templos que había visto a lo largo de mi viaje.

Subí las escaleras, me acerqué a la puerta y la abrí lentamente. En su interior no hallé a nadie, tan solo una gran habitación vacía, algo sucia y casi oscura en su totalidad. En la pared de enfrente, una estatua rodeada por restos de velas fundidas en el suelo, me devolvía la mirada. Este lugar lo habían abandonado hacía tiempo, probablemente por lo que algunos habitantes de la última aldea que visité me habían hablado. Espíritus malignos rondaban estas tierras y desde hacía unos meses ninguna persona se aventuraba, ya que muchos lo habían hecho pero jamás regresaron.

Yo no les tenía miedo. Mi maestro se encargó de instruirme para que en caso de encontrarme con alguno, pudiese hacerles frente. Aunque no logré dominar los cinco elementos como él, nunca me reprendió por ello. Sin embargo, me animó a llevar al límite los que sí era capaz de manejar.

-De tu debilidad, nace tu fuerza-. Me decía.

Encendí una vela en el centro de la habitación, le hice una inclinación a la figura y me acurruqué en una esquina a esperar. Si esa noche no luchaba, no tendría que preocuparme por hacerlo en los siguientes días. Tal vez, este lugar sería seguro. Ninguna criatura se atrevería a entrar en un sitio sagrado, abandonado o no.

Unos leves golpecitos me despertaron. El repiquetear de la lluvia en el tejado era lo único que escuchaba. Ya había amanecido pero estaba tan nublado que apenas se veía la luz del sol. Reparé en que hacía días que no me había dado un baño, así que me estiré al levantarme y salí de la habitación. Aún a resguardo en el exterior, comencé a desvestirme. Dejé el yukata negro doblado en el suelo y me quedé solo con la venda del pecho puesta. Bajé las escaleras y el agua empezó a calarme hasta los huesos. Deshice la venda y la tiré al suelo mientras mi largo cabello se me pegaba a la espalda.

Estaba terminando cuando oí el crujido de una rama cerca. Subí las escaleras y me vestí deprisa. Me oculté entre las sombras, pegada a la pared, y comencé a acumular energía al tiempo que movía lentamente una mano. Entonces noté algo frío y afilado en mi cuello, junto a una risa reverberante a mi espalda. Al principio me pareció imposible, hasta que un cuerpo comenzó a emerger de esa pared empujándome hacia delante. Rodé por las escaleras, llenándome de barro al caer y sintiendo cada golpe en mis brazos y piernas. La figura masculina se alzó sobre mí y con una sonrisa blandió su arma dispuesto a atacarme sin vacilar.

El arma chocó en el suelo en el momento justo que me giré hacia un lado, en un intento desesperado por escapar. Una vez de pie, me fijé en mi adversario y me llamó la atención el brazo con el que sujetaba el arma. Aquel ser desde luego no era completamente humano, pues ese brazo tenía un aspecto algo demoníaco. No llevaba armadura, lo cual indicaba que era lo suficientemente fuerte para no necesitarla. Su rostro fue la clave, delatando que no era de Jonia.

-Demonio noxiano, este no es tu sitio -escupí al suelo y lo miré directamente a los ojos.

-¿Demonio? -volvió a sonreír. - Cuidado con lo que dices -me miró de arriba abajo antes -, deduzco por tu aspecto que eres una rata jonia.

Mientras hablaba levanté unas piedras del suelo y las dirigí con rapidez hacia él. Era distracción suficiente para esconderme entre los árboles y atacarle desde un lugar seguro. Todas le impactaron salvo una, que agarró con la mano derecha.

-Si crees que con unas tristes piedras puedes detenerme...-me perdió de vista.

Subida a las ramas de un árbol, traté de contener el aliento. Gracias a que podía manejar el viento, trepar a los árboles no me supuso esfuerzo alguno. Pero rápidamente me encontró, subió con la misma facilidad y de un empujón me lanzó contra el suelo. Encima de mí, su peso me aplastaba contra la tierra y sus manos aferradas a mi cuello me estaban dejando sin respiración.

Todo empezó a volverse borroso cuando logré que unas raíces saliesen del suelo y lo paralizasen. Me alejé arrastrándome hasta que pude levantarme, el yukata se había rajado por un lado, dejando uno de mis muslos al descubierto. Rápidamente comencé a formar un escudo con remolinos de hojas y viento tratando de mantenerlo a raya, pues se había liberado de las raíces cortándolas con la guadaña.

Aprovechando la poca visión que ofrecía la lluvia y la confusión, se acercó a mí lo suficiente parar darme un golpe letal. Gracias a la combinación de habilidades elementales que realicé en ese momento, conseguí escapar y el arma solo alcanzó a cortarme un mechón de pelo, dejando un leve rasguño en mi cuello. Giré sobre mí misma y conjuré un escudo sólido con el que se encontró en un segundo intento de atacar, el impulso que causó el choque hizo que ambos retrocediésemos. Entonces levantó algo que me resultó familiar y habló:

-Antes encontré esto ahí dentro, ¿para qué quieres una espada rota si no puedes usarla? -lanzó el trozo de tela que contenía los restos de la espada que llevaba conmigo y estos se esparcieron por el barro.

Desvié mi atención hacia ellos y quise abalanzarme sobre ellos, una herida que no terminaba de cerrarse volvió a doler como el primer día y con ello me descuidé, recibiendo un fuerte empujón. De nuevo sentí la presión de su cuerpo contra el mío y sin poder moverme, un torbellino de emociones en el que reinaba la rabia me recorrió de arriba abajo y sentir un calor abrasador en la yema de mis dedos. De estos comenzaron a salir pequeñas chispas de fuego hasta convertirse en llamas. Mi adversario, que había tirado la guadaña, hundió mis manos en un pequeño charco apagando las llamas y sin soltarme, me miró a los ojos fijamente y vi la sombra de la duda. Sentí como las lágrimas humedecían mis ojos. Poco a poco, me liberó y no dejó de mirarme ni tampoco se marchó cuando corrí a recoger los pedazos de la espada.

Cinta RojaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora