Hace cuatro años...
Hoy tuve la oportunidad de probar una deliciosa hamburguesa en un lugar diferente. Nunca antes habíamos explorado ese restaurante, y no me arrepiento en absoluto de haberlo hecho. La hamburguesa estaba deliciosa, aunque admito que me dejó un poco llena. Sin embargo, fue una experiencia gastronómica que valió la pena.
En ese mismo período, mi hermana mayor decidió regresar a vivir conmigo, acompañada de su esposo. Aunque originalmente tenían su propio departamento en Santiago, su mudanza fue repentina y algo sorprendente para mí. A pesar de la inesperada visita, me alegró que estuvieran aquí.
Ese día, de repente, escuché a mi hermana Lucía llorando en el baño. Según dijeron, estaba experimentando dolores de estómago y náuseas. Sin embargo, me extrañó mucho verla llorar solo por un simple malestar. Surgió en mi mente la pregunta de por qué no la llevaron al hospital en lugar de quedarse en casa tratando de que pasara el tiempo calmando ese dolor. La preocupación por su bienestar ocupó mis pensamientos.
Mientras tanto, mi hermano Aníbal estaba concentrado en su juego de video, y mis intentos de acercarme a Lucía eran en vano. Su esposo, mi otra hermana Carolina y mi mamá estaban atendiendo la situación. Después de unos minutos, finalmente me permitieron salir de la habitación de mi hermano.
Cuando llegué al baño, encontré a Lucía con los ojos hinchados por el llanto, sentada en el suelo junto a sus adorables perros. Preocupada, le pregunté si aún le dolía la barriga, ya que no me permitieron verla antes. Ella, conteniendo las lágrimas, respondió negativamente.
"No, Margarita, muchas gracias", dijo. Ante su evidente necesidad de consuelo, le ofrecí un abrazo reconfortante. Aceptó y nos abrazamos, compartiendo ese vínculo especial que siempre nos ha unido, especialmente en momentos difíciles.
Este abrazo era típico de mi relación con Lucía, siempre cercana y afectuosa, algo que compartía con todos mis hermanos. Sin embargo, con ella, la conexión era diferente. Cada vez que se iba, llorábamos juntas, jugábamos con las Barbies y compartíamos momentos que fortalecían nuestro lazo único como hermanas.
Hace tres años.
—Oye mamá, ¿por qué llorabas tanto hace dos años? Llamaste a Aníbal y no me decían nada.
—No pasa nada, mi amor, no te preocupes.
—Mamá, no soy tonta. Siempre le pregunto a Aníbal, pero me dijo que no se acuerda, lo mismo con Carolina. Nadie me dijo nada, pero sé que algo pasó, mamá. Y siento que me preocupo más de lo necesario.
—¿Recuerdas cuando le mandabas mensajes a Lucía y no te respondió por una semana? Fue porque estuvo hospitalizada.
—¿Qué? ¿Y por qué? —sentí una presión en el pecho — ¿Se sintió mal o algo?
—Estrés. Se había inscrito en muchas cosas, y se estresó – dijo mi madre.
No es solo por eso, quiero decir, sí, es lógico porque en esa época se sumó a muchas cosas. Pero sé que falta algo más, y estoy dispuesta a averiguarlo...
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Los acordes de cómo nos enamoramos.
RomansaUn chico imbécil de la bicicleta. Una chica que toma un acto impulsivo. Un chico que ha perdido su pasión por la música. Una chia cuyo futuro ya lo tiene planeado. ¿Qué sucedería si estas dos personas chocasen en actos impulsivos?