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Katherine

—¿Vas a venir o no?— le hablo por teléfono a alguien que me será de mucha ayuda en mi plan.

—¿Cuando te he fallado?— me respondió al instante y sonreí.

—Vale, ¿mañana estarás aquí, verdad?—

—Si, ya se que me extrañas— puse los ojos en blanco

—Si ya, nos vemos mañana cuídate— colgué el teléfono y salí de la oficina en qué me encontraba, llena de cajas.

Justo saliendo me encontré con Massimo de repente y digamos que me sobresalte un poco.

—¿Estás bien?— me pregunto al verme nerviosa, tenía miedo que me haya escuchado

—S... si claro, ¿como por qué no estaría bien?— me cruce de brazos— ¡TE JURO QUE ESTOY BIEN!— él abrió los ojos de forma sorprendida

—Ya no grites, solo te preguntaba— dicho eso siguió caminando pero no pude evitar escuchar cuando susurró

"Mujeres"

Llevo este plan de una manera súper discreta porque no quiero que nadie se entere sobre él y llegue a oídos de Massimo, sería un desastre.

Seguí mi rumbo hacia el lugar donde se preparan las armas, donde mayormente me encuentro todo el tiempo le he tomado mucho amor a esas cosas, me gustan, mientras iba caminando choque con unas cajas que había en el pasillo, malditos almacenes, porque no trabajamos en un lugar más.... Delicado, ordenado y... ¿discreto?

Tal vez luego, llegue hasta mi preciosa y hermosa sala de armas, brillantes, delicadas y mortales. Me encargo de supervisar que todas sean empacadas de una manera correcta, y no surja ningún problema a la hora de entregarlas.

Abrí las dos grandes puertas que separan los pasillos de la mejor sala de estos almacenes, como siempre entre de manera imponente y me hice notar.

—Buenos días Señorita Katherine— todos saludaron al notar mi presencia

—Muy buenos días para todos— les sonreí y me detuve en el medio de la sala— como saben hoy debemos de encargamos de distribuir toda la mercancía, como siempre ya está comprometida y no quiero errores y mucho menos desorganización, así que, ¡A TRABAJAR!— y con eso todos volvieron a sus lugares.

Empezaron a limpiar las armas de manera excelente e inmediatamente las empacaban en las grandes cajas de madera, todo bajo mi supervisión y admiración.

—Quien diría que esto te haría feliz— era Massimo

—Pues hace unos meses lo que me hacía feliz era salir los sábados a comer helado al parque con mis amigas— sonreí, nostálgica al recordar esos hermosos días y saber que posiblemente no vuelvan a repetirse— quien diría que ahora traigo una pequeña obsesión con las armas.

—Todo en la vida cambia a veces para bien o para mal, no nos queda de otra más que aceptarlo y vivir con eso— me dijo eso mientras ambos mirábamos al frente sin perder ningún detalle de lo que hacían los trabajadores.

—Si, lo se— lo mire un momento y sonreí

—¿Quieres ir a comer conmigo?— si quería, pero

—No lo sé, tengo que hablar hoy con Adam— baje la cabeza

—Ya, llámalo ahora porque conmigo vas a comer

—Massimo estoy trabajando— lo mire y me cruce de brazos

—Vete que yo te cubro unos minutos— él ni me miraba

—Te dije que no— ósea si quería, pero no me gusta que me ordene

Tentaciones Peligrosas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora