Abuelo

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Nunca me había gustado seguir reglas, siempre me había gustado ponerlas de cabeza y romperlas.

Y disfrutar como todas esas personas que estaban acostumbradas a ellas y la seguían al pie de la letra por miedo a las consecuencias, se volvían locas y se desesperaban, cuando veían a alguien ni siquiera seguirlas. Sabía las consecuencias, y muchas veces ya estaba preparado para ellas.

Posiblemente era eso lo que me había llevado hasta aquí.

El abuelo...

Aún que era un viejo loco, que muchas veces alucinaba y nos contaba distintas historias, como la ves que nos juro que vio a un duende y este le ató los cordones de los zapatos.

O la ves que llegó a la casa a mostrarnos las fotos que había tomado de la pequeñas huellas que había dejado el duende en la harina, en dónde la abuela había estado cocinando pan. Todos observaban las fotos con fascinación, mientras que yo estaba en una esquina, diciendo que seguramente esas huellas fueron echas por ellos mismo con ayuda de un muñeco de plástico.

La abuela nunca lo contradecía, al contrario, siempre afirmaba y decía que el mundo estaba lleno de misterios, que ni una investigación de muchos años los lograría resolver.

Mientras Lauro y mis demás primos escuchaban con sensación y alegría las historias de los abuelos, yo los veía como dos personas cayendo lentamente en la locura.

¡La magia no existe!

Gritó un pequeño Luan, viendo como los abuelos tenían a todos sentados en el piso escuchando la historia de la hada que parecía en el jardín y que a veces llegaba ayudar a la abuela con la comida.

La magia, posiblemente no, esto no es magia Luan.

Habló mi abuelo con una sonrisa, yo lo miré confundido y con el ceño fruncido.

Entonces ¿Qué es?

Pregunté con la curiosidad invadiendo cada centímetro de mi piel.

El abuelo miró a la abuela, y ella sonrió como una adolescente, una muy enamorada.

Es algo que viene del corazón, no tiene nombre, porque muy pocos lo conocen. Pero es demasiado bello y en verdad esperó que tú algún día puedas conocerlo.

La abuela sonrió ampliamente,  negué con la cabeza y hice un gesto de desagrado, hice arcadas como si estuviera apunto de vomitar. 

Los abuelos me parecían las personas más raras del mundo, pero también fueron las personas más buenas del mundo, cuando no se ponían a contar sus historias y tratar de engañar a la familia, me caían bien...

La abuela, había dejado el mundo hace tres años e inmediatamente el abuelo había apagado su brillo, ya no contaba las historias con la misma emoción, ya no había nadie quien le siguiera el juego. Y eso también me dolió, había deseado volver a escuchar las historias tan locas, pero nunca pasó, no lo volvió a hacer.

¿Dolió? Si, no podía decir que comprendía su dolor, porque yo jamás había estado enamorado de alguien y la había perdido. El abuelo era fuerte, demasiado, siempre me sorprendió su fortaleza, pero esa vez, lo vi quebrarse, como un cristal caerse de un piso demasiado alto.

Que lindo es estar enamorado, pero lo destructivo que puede llegar a ser al mismo tiempo, es sin duda algo aterrador.

Había escuchado que las personas que seguían con la misma persona después de mucho tiempo, lo que los unía definitivamente ya no era amor, era la costumbre.

El cuaderno de AlbertDonde viven las historias. Descúbrelo ahora