La tranquillità

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Había llovido toda la tarde, la noche y había amanecido así y ese tipo de clima solo me impulsaba a sentarme en el sofá por horas y ver películas mientras tomaba café, té o algo caliente o simplemente quedarme todo el día en cama.

Pero hoy era distinto, junto a mi estaba Mar.

Miré una vez más a Mar, que estaba con una manta de color beige en sus piernas, viendo la película.

Se trataba de una muy vieja, cuyo nombre no recuerdo, estaba en los caset y películas de los abuelos, a Mar la había atraído el título, tan romántico y de esos que son bastantes predecibles.

Era interesante, pero no lo suficiente, y comenzaba a darme sueño, troné mis labios con aburrimiento y quise que Mar se diera cuenta que la película me estaba aburriendo, que se apiadará de mi y decidiese cambiarla.

Pero nada la sacaba del pequeño mundo en el que siempre se encerraba cuando miraba la televisión.

Arrugue las cejas al ver cómo la protagonista salia de un tipo concierto de opera y corría dramática hasta la salida, toda las miradas iban directo a ella, en el camino ella perdía su abrigo elegante, nunca se detuvo y siguió corriendo, hacían tomas a sus tacones, a su cabello moviéndose, todo lucía tan dramático.

Así estuvo corriendo hasta llegar a un muelle, en dónde su amado se encontraba sentado, ella gritó su nombre y esté enseguida se volteo, la miro y ambos corrieron para encontrarse y después besarse.

Fin

Salió en la pantalla con letras cursivas, después los créditos y la música de fondo acompañándolo.

Agradecí que ya hubiera acabado, había Sido la película más romántica que había visto en mi vida y no me gustó, sentía que peleaban por cosas insignificantes, una película llena de mucho drama, bastante diría yo, con una sonrisa bastante fingida y apunto de quejarme de lo horrible que fue la película, me gire hacía  Mar que tenía una sonrisa en el rostro.

—¿Te gustó?

Pregunté mirándola como un bicho raro, ella asintió aún sonriendo, dejé de milarla como un bicho raro y me dispusa sonreí, vaya que si era dulce.

—Que rara eres, Mar. —Pero solté el comentario sin guardar las ganas.

Ella me miró, habían pasado muchos días desde que le había preguntado al niño si veía a Mar y este había respondido que no, había echo este ejercicio con muchas personas que pasaban por la calle y todos decían que no veían nada.

Incluso uno de ellos me había dado el número de un psicólogo.

Y en verdad estaba pensando muy seriamente en ir.

Mi teléfono sonó, era mi mamá. Sonríe y respondí, antes de que empezará hablar solté un suspiro y esperé su voz, algo familiar que sin duda me calmaba.

—¡¿Por qué no me has hablado, Luan?! ¡Te llamó, no contestas!

Alejé el teléfono de mi oído y hice una mueca de dolor, okay, puedo haber sido mejor.

—Hola, perdón, he estado ocupado.
—¿Haciendo qué?
—Me he conseguido un trabajo en un restaurante, trabajo toda la tarde y mi turno termina en la noche.—Hable claramente mintiendo.
—¡Al menos debes de llamar! Mandar mensaje para saber si estás bien.
—Mamá, estoy bien.
—¿Cómo vas?
—Bien, la flor sigue viva... O no sé.

Mire a Mar, que también me miraba sin ninguna expresión.

¿Estaba viva? Si, creo que sí.

—¡¿Cómo que no sabes?!
—Esta bien, tiene... Color, eso es importante ¿No? Está recuperando su color.
—Si, cuídala mucho.
—Si, mamá, la estoy cuidando con mi vida. Y tampoco pienso dejarla.
—Si vas a salir llevas suéter ¿Bien? Abrígate bien.

El cuaderno de AlbertDonde viven las historias. Descúbrelo ahora