Maletas y Recuerdos

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—Esas están bien, pero mis favoritas son las de fresa.

Dije empujando la bolsa de gomitas de fresa, ella tomó una y la llevo a su boca, comenzó a masticar y asintió.

—¿Y bien?

Pregunté con un gomita en la boca.

—Bien.
—¿Solo eso? Son mi favoritas. —Hable indignado.

Arrugue las cejas, ella soltó una pequeña risita y tomo la otra bolsa de gomitas.

—Me gusta más. —Señalo la bolsa de gomitas que había tomado, eran de sabor a mango.
—Si que eres demasiado rara, Mar.

Ella se inclinó hacía delante y tocó la punta de mi nariz con su dedo índice, yo arrugue un poco la nariz y ladee la cabeza.

Tomó otro puño de gomitas y las llevó a su boca masticando, comencé a meter las gomitas en diferentes frascos y a cerrarlos.

—Basta de gomitas. Han sido suficientes por el día de hoy.

Guarde las gomitas en un mismo cajón, seguía acomodandolos hasta que mi teléfono comenzó a vibrar en la mesa, Mar levantó sus manos y miró atentamente el teléfono.

—¿Es mi mamá?

Pregunté aún guardando los últimos frascos.

—No...

Yo voltee dejando los últimos frascos afuera, me acerque a la mesa y ví el nombre de quién me llamaba.

Aída.

Tragué grueso, y tomé el teléfono, y esperé a que ella colgará, pero el remordimiento no tardó en llegar y tube que descolgar el teléfono, lo llevé a mi oreja y esperé su voz, un suspiro pausado y bastante profundo escuché.

—¿Hola?
—¡Luan!

Hice una mueca, Mar frunció el ceño, estaba casi seguro que ella también la había escuchado.

—¡¿Se puede saber por qué no me has llamado?! ¡Va para casi un mes que estás allá no me has llamado! ¡Ni un puto mensaje!

Eso, realmente si había querido mandarle mensaje, no es cómo que me hubiera olvidado de ella, quería mandarle mensaje, hablarle, pero cada vez que estaba apuntó de hacerlo algo me lo impidia, posiblemente esa sensación de solo molestar a las personas con un simple mensaje.

—¡Ey! ¿Cómo estás, preciosa?

Evadi la mirada de Mar y me centré en la ventana del jardín.

—¡Oh vaya! Es que ya hizo el mes ¡¿Por qué?!
—He estado ocupado, lo lamento.
—¡Te he mandado mensajes! ¡Te he llamado!

Abrí los ojos con sorpresa y despejé el teléfono de mi ojera, puse el altavoz y busque rápidamente su chat en mi teléfono.

+99 mensaje.

Volví a tragar grueso y comencé a deslizar el sin fin de mensajes.

La culpa de apoderó de mí ¿En qué momento? No lo sé, los registros de llamadas que ignore.

—En verdad perdóname, todo aquí es un lío, he estado entregando papeles, reportes, que me pide el notario. Ya sabes lo complicado que es todo el procedimiento..
—¡Eres un sin vergüenza!

La voz de Aída resonó por toda la cocina, miré de reojo a Mar, quién miraba con atención el teléfono, con las cejas un poco arrugadas.

—¡No me digas que me has cambiado por una italiana!

Lamí mis labios y me quedé en silencio, dejé de mirar a Mar.

—¡Luan! ¡No lo has echo! ¿Cierto?—Su voz se rompió.

El cuaderno de AlbertDonde viven las historias. Descúbrelo ahora