3 de diciembre, 2286
Valle Inutilia, NevadaViento helado sopló sobre el desierto de Nevada, totalmente lejano al calor de las estrellas titilando en el cielo. Y mientras todos estaban adentro, resguardados del frío junto a la calidez familiar, aquella sekunder sólo supo volar hasta el noveno círculo del infierno.
La mujer aterrizó sin problema alguno sobre una lápida de mármol negro. Guardó sus esqueléticas alas y dejó verse ante la nada del lugar.
Sí. Liberty Vancouver ya era una sekunder.
Corrió un poco las hojas secas que permanecían sobre la tumba. Limpió con su esquelética mano el nombre grabado sobre la piedra. Vancouver George. Amado padre y esposo. 2243-2276.
—Todo esto que hago es por ti, papá—expresó en un susurro apenas perceptible.
Besó la piedra con un sentimiento cargado de una nostalgia amarga. Sabía que él no aprobaría lo que estaba por venir. Sabía que odiaría verla en contra de Azul. Pero Azul la había destrozado, y era hora de saldar los platos rotos.
Se llevó la mano al pecho en señal de decoro.
—Tal vez no te guste, tal vez pienses que te estoy fallando... Pero es la única manera de hacer justicia, papá.—continuó entre lágrimas.
El viento sopló otra vez, pero no sé llevó el dolor. Liberty cerró los ojos, esperando, como si en ese susurro de la brisa pudiera hallar la aprobación de George. Pero todo seguía frío. Todo seguía igual.
—Me acompañarás, ¿verdad? —murmuró quebrando su voz—. Sé que este es el único lugar donde puedo sentirte cerca. Tú... y yo... —hizo una pausa. Endureció la voz— somos lo mismo ahora... seres fríos, carentes de luz...
Liberty se sentó sobre la tierra húmeda y áspera. Las sombras de los árboles cercanos parecían alargarse, abrazando la tumba de su padre, mientras la luna llena iluminaba el lugar con una luz fría y pálida. El viento acariciaba las hojas caídas, llevándolas en espirales erráticas, como si el mismo aire estuviera inquieto. Cada ráfaga traía consigo memorias, recuerdos que pesaban más de lo que Liberty podía soportar.
Pronto sería medianoche. En cuestión de minutos, cumpliría quince años, pero no habría celebración, no habría canto ni abrazos. Sólo un silencioso recordatorio de lo que había perdido, y de lo que estaba por convertirse.
Giró su cabeza hacia el noreste. Allí. Allí debía estar, allí debía comenzar. La misión que lo cambiaría todo. La misión que la definiría. Sus alas, quienes se extendieron con una sensación de peso y libertad a la vez, se desvanecieron en la invisibilidad que tanto había practicado. Nadie la vería venir. Y, en un suspiro, desapareció en la noche cuan sombra sin dejar rastro.
Voló por el aire cortante, con el viento rozando su rostro como pequeños cuchillos de hielo. A cada latido, la distancia al fuerte se acortaba. Catorce kilómetros se redujeron a un suspiro. El fuerte se alzó imponente, rodeado de personas que lo custodiaban. Al menos veinte chasovoys patrullaban el perímetro meticulosos y atentos. Pero ninguno de ellos la veía, ninguno sentía su presencia. Paradójicamente estaba y no estaba allí.
Al aterrizar, la preocupación empezó a colarse en su mente. Tocó su oído derecho, activando el micro auricular escondido en su canal auditivo. El pitido que le siguió resonó con intensidad, pero no dejó que el dolor la distrajera.
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El Retorno De Los Sekunders© | Exanimun #2
FantasyAzul Vancouver ha recuperado su nombre, pero su identidad sigue siendo un enigma. Atrapada entre la sombra de quien fue y el destino que le han impuesto, cada paso hacia adelante la sumerge en un abismo de dudas. ¿Quién es realmente bajo el manto de...