Buscaba su perfume en la almohada, escribía poemas sobre su ondulado cabello y sus sonrisas mañaneras. Vestía mis días del color de sus ojos y por las mañanas dejaba más café de la cuenta hecho por si abría la puerta pidiéndome a gritos una taza. Solía hacerlo, luego me pedía otra cucharada de azúcar y yo en cambio le daba un beso para endulzarle el café. Abro la ventana y le imagino al otro lado regalándome una sonrisa. Sigo quedándome tumbado en la cama boca abajo, esperando que su mano se deslice por mi espalda contando cada lunar. Cogía el teléfono y marcaba su número pero nunca llamaba.
No espero que estés al otro lado de la puerta cuando vaya abrirla, sólo que guardes la llave para que puedas entrar siempre que quieras.