Introducción

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Por fin reuní el dinero suficiente para asistir a la convención de literatura.

Quería asistir, pero no tenía la motivación suficiente para ahorrar dinero.

La cosa cambió cuando me enteré que mi escritor favorito asistiría a la convención y que iba a firmar todos los ejemplares de su libro. Yo tenía tres ejemplares: el libro, el libro ilustrado y la historieta. Siempre quise que me firmará los tres.

Y ahora, por fin, puedo no solo conocerlo en persona, sino que también puedo adquirir su firma.

Una vez que llega mi turno en la fila, entrego mi pase y doy saltitos de felicidad cuando ingreso al museo de arte y literatura de la ciudad.

Esquivo al montón de gente que hay en la sala de esculturas y me escabullo hasta llegar a la sección en la que exponen algunos libros antiguos. Esta sección esta un poco más vacía, dejándome en claro que mi escritor favorito, el cual dijo que estaría en esta sala, no ha llegado, porque donde sea que él esté siempre está abarrotado de gente.

Es popular.

—¿Me equivoqué de sala? —murmuro al sacar mi celular para echarle un vistazo al post de instagram en el que dejaban todos los detalles de la convención.

En una de las fotos de la sala veo que enfocan un libro desgastado en especifico en donde se logra apreciar la mitad de un cuadro de pintura de oleo de lo que parece ser una mujer de cabello oscuro con un colgante en su cuello con una enorme gema roja.

Comienzo a buscar el mismo cuadro en la sala y corro en su dirección cuando lo ubico a lo lejos, resaltando por el rubí del colgante.

Me alivia saber que estoy en la sección correcta y termino por ubicarme justo delante de la pintura que se despliega ante mi campo de visión donde se deja ver el retrato de una mujer del busto hacia arriba.

Normalmente no me siento atraída por el arte. Es decir, siempre es bonito apreciarlo, pero si colocan delante de mí un libro y un cuadro, siempre escogería el libro.

O eso creía. Hasta ahora.

Tengo un libro antiguo, casi una reliquia, delante de mí y no le estoy prestando atención en lo más mínimo. Y eso se debe a que no puedo despegar mi mirada de la pintura de la mujer.

Es lo suficientemente grande como para poder apreciar cada uno de los detalles de la fémina: lleva el cabello oscuro largo suelto, cayendo en ondas sobre sus hombros cubiertos por un vestido de encaje victoriano de color negro. Su tez es pálida y a la vez saludable, su piel tersa y brillante. Sus labios rosados y semicarnosos bien contorneados. Su nariz perfilada, afilada y con la punta respingada. Un par de lunares adornando su rostro al final de su mandíbula. Facciones finas y delicadas, pero a la vez fuertes y filosas, reflejan madurez. El colgante rojo... Todo combina en una perfecta armonía que hasta cierto punto puede parecer escalofriante. 

A pesar de todos los detalles del cuadro, de cada hebra perfectamente delineada, de cada dobles de ropa marcado, lo que acapara mi atención por completo es algo en especifico.

Sus ojos.

Son rojos y brillantes, como la gema del colgante de su cuello.

Las pestañas oscuras y abundantes que rodean sus ojos hace que el rojo de sus iris luzca sumamente hipnotizante.

Y allí me doy cuenta de algo: nunca en mi vida había visto a una mujer tan preciosa.

—Wow —digo a duras penas, sintiéndome encantada por la belleza del cuadro.

Este cuadro transmite algo...abrumador. Hay algo, una belleza, una magia que hace que...

—Sus ojos, ¿cierto? —Una voz masculina a mis espaldas logra sacarme de mis pensamientos, haciendo que dé un respingo antes de darme la vuelta para encararlo.

Lágrimas de InmortalidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora