O8. Reparaciones

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Me subo el trapo que utilizo para cubrir mi boca y nariz y tomo a mi fiel compañera: la escoba de paja

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Me subo el trapo que utilizo para cubrir mi boca y nariz y tomo a mi fiel compañera: la escoba de paja.

Recorro el sótano con la mirada y, por primera vez en mi vida, agradezco vivir sola.

Cualquier persona medianamente decente, se infartaría de solo contemplar el estado caótico en el que se encuentra el sótano que utilizo por habitación.

En mi defensa, he estado los últimos años ocupada en la reparación de la vieja cabaña de mis padres.

Hace trece años, cuando me propuse restaurar esa casa, no creí que sería tan complicado todo.

Talar un par de árboles, moldear los tablones de madera, deshacerme de la vieja estructura, transportar todos los objetos que quedaron intactos del accidente hasta el sótano, reconstruir todo... Es agotador.

Pero se siente bien ver que mis esfuerzos han tenido sus frutos.

Ya arreglé la vieja casa, ahora tengo que arreglar mi propio sótano.

Saco uno de los discos de música que encontré en la sala de la vieja cabaña y lo desempolvo para colocarlo en el tocadiscos de mamá.

Sonrío satisfecha al ver que el tocadiscos funciona a la perfección. Los arreglos que le hice le sentaron bien.

Comienzo a quitar las telarañas que cuelgan del techo, sacudo y barro el polvo hasta amontonarlo todo en un solo lugar.

Saco libros de las cajas y los acomodo en la biblioteca de mi padre que logré remendar. Ubico algunos peluches en la parte superior del armario y la ropa la doblo y cuelgo en su sitio.

Al desaparecer varias cajas, el sótano se ve mucho más espacioso e iluminado. Enciendo las velas y coloco un palito de incienso para aromatizar el lugar y quitar ese aroma de humedad que ha estado persistiendo desde hace un par de meses.

Me detengo en el espejo de mi peinadora y le quito el polvo almacenado. Comienzo a revisar sus pequeños cajones para poder deshacerme de aquello que ya no...

Agarro una bolsa de colores y la miro con contemplación. La reconozco en seguida, haciendo que sonría con melancolía.

Se trata del empaque colorido en el que había dulces. Un regalo de una de las pocas personas que he conocido. El primer ser humano que se ha atrevido a decir que tengo un humor terrible.

—Raiden... —digo su nombre de manera lenta, casi como si hubiese olvidado su pronunciación.

¿Qué será de él? Seguro sigue con vida...

Niego para apartar cualquier pensamiento negativo. Hoy me siento bien, no quiero arruinar eso.

Suelto un suspiro pesado y devuelvo la bolsita a su lugar. Cierro el cajón sin atreverme a echarle otro vistazo.

Pretendo ignorar este pequeño incidente y continuar con la labor de ordenar el sótano. Me coloco manos a la obra en dar los últimos toques finales al lugar.

Lágrimas de InmortalidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora