O3. Abrigo

27 8 0
                                    

Le echo un último vistazo al lago que sé que pronto estará congelado y decido que ya es hora de regresar a la cabaña

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Le echo un último vistazo al lago que sé que pronto estará congelado y decido que ya es hora de regresar a la cabaña. Dirijo mis pasos por el camino correspondiente para llegar a mi hogar.

Mi paseo de hoy consistió en verificar que los animales de la zona están preparados para el invierno entrante. Todo está en perfectas condiciones.

Muchos de los animales del bosque entran en su fase de hibernación, haciendo que quede más sola de lo que acostumbro a estar.

Me gustaría poder hibernar también. Tendría un descanso de la vida.

Además de observar a los animales, salí para recoger provisiones de alimento. Veo satisfecha el par de cestas repletas de nueces, bayas, plantas, tubérculos, frutas y cualquier otra cosa comestible que encontré en el bosque. Es importante que me haga de provisiones. No muero si dejo de comer, pero el hambre se vuelve bastante insoportable.

Recuerdo que hace años estuve casi un invierno entero sin comer. No fue una experiencia precisamente de mi agrado.

Ese par de meses en los que no comí fueron deprimentes... Supongo que todo fue por la ausencia de mis padres...

El divagar de mi mente se detiene cuando diviso unos rizos dorados sobresalir del marco de la ventana delantera de la cabaña.

Me encuentro un poco sorprendida.

Creí que había desistido de venir. Hace dos semanas que no lo hacía.

¿Traerá más dulces consigo?

Más importante que eso: ¿qué hace metido en mi casa? Se supone que es de mala educación entrar a casa de alguien sin ser invitado... Acabo de pensar como mi madre. Que molesto pensar en ella en esta temporada.

Salgo de mi estupor y retomo mi caminata, esta vez con más delicadeza y sigilo. Rodeo la casa y entro por la puerta trasera, siendo recibida por el cálido interior de la casa.

Dejo mis cestas en el mesón de piedras de la casa y comienzo a despojarme de las prendas de invierno que me acompañan en las temporadas de frío.

Ya sin mis guantes, bufanda, chal y capa, me dispongo a enfrentar al pequeño intruso.

Asomo mi cabeza a la sala y veo que el niño rubio se encuentra vuelto un ovillo en el rincón de la ventana. Tiene su semblante cargado de atención y expectativa. Claramente quiere brindarme un buen susto.

Yo hacía lo mismo. Me escondía en el mismo lugar con el fin de asustar a padre. Después tenía que salir corriendo para evitar que me hiciera cosquillas.

Eso fue hace tanto que a veces me pregunto si realmente esas memorias que tengo con mi familia ocurrieron o no.

Me reprendo internamente cuando me descubro sonriendo al presenciar al de hebras de oro.

Debo dejar de pensar en cosas raras. No quiero recordarlos.

Salgo de mi escondite y camino en silencio. Una vez que me encuentro próxima al crío, coloco ambas manos en sus hombros, provocando que pegue un brinco en su sitio y me mire con el rostro pálido.

Lágrimas de InmortalidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora