O5. Década y Siglos

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Separo los tizones de madera para apagar el fuego

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Separo los tizones de madera para apagar el fuego. A los pocos segundos, el fogón queda totalmente apagado, echando humo.

Busco los viejos guantes de cocina y enfundo mis manos con ellos. Me hago de la bandeja, tomándola por las agarraderas y la dejo reposar sobre el mesón de piedra de la cocina.

—Pasa el plato —pido sin despegar la mirada de la tarta recién hecho.

Un plato blanco y redondo es colocado en el mesón y unos rizos dorados se colocan en mi campo de visión periférica. Golpeo suavemente el molde de la tarta para ir aflojando.

—¿Este está bien? —pregunta Raiden, mirando con curiosidad.

—Perfecto —afirmo y doy la vuelta al molde de manera hábil, justo encima del plato.

Justo cuando estoy por retirar el molde, un roce en el brazo hace que me detenga en seco.

—¿Qué te he dicho del espacio? —pregunto con aura amenazante, mirando directamente a Raiden—. Sobre todo, en la cocina.

Raiden mira la cercanía que tienen nuestros cuerpos y coloca un semblante de vergüenza.

—Lo siento —dice tratando de ocultar su rostro de mi mirada de reprensión.

—Está bien —suspiro—. Solo da tres pasos atrás.

Es una orden familiar para ambos. Sale con naturalidad de mis labios y es aceptada con facilidad por él.

Sus visitas han sido frecuentes. Dos veces por semana, para no levantar tantas sospechas en el orfanato. Así ha sido desde hace tres meses, aproximadamente.

Admito que ha sido buena su compañía.

He aprendido varias cosas de Raiden.

Ama a su gato, no es capaz ni de matar a una mosca, su color favorito es el rojo, muerde el interior de su mejilla derecha cuando quiere hacer una pregunta y hoy es su cumpleaños.

No pensaba hacer nada por su cumpleaños, pero Raiden insistió y no pude negarme.

Lo que nos lleva a la situación actual.

—Hay que esperar a que se enfríe —comento al sacar por completo el molde, dejando ver una hermosa y muy bien hecha tarta dorada.

—No quiero esperar —refunfuña el rubio.

—No seas cabezota. Te dolerá el estómago si lo comes así. —Me deshago de los guantes y busco un trapo para colocarlo sobre la tarta.

Él suelta un bufido y agarra una cesta con manzanas.

—Pues con ese trapo encima no se va a enfriar nunca —murmura, arrastrando sus pasos hasta llegar a la sala.

Niego con diversión, guardando la tarta en mi heladera casera.

Lágrimas de InmortalidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora