2. Raro

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Las tardes en el centro siempre se hacían ruidosas cuando se acercaban las épocas decembrinas. Duxo caminaba junto a Mictia, ambos cargando con bolsas repletas de adornos y regalos, la mayoría de las cosas las había comprado la muchacha para sus numerosos amigos dentro y fuera del colegio, Duxo sólo llevaba una caja de galletas para cenar.

— ¿Estás seguro de que no quieres algo? — Mictia lo miró con la ceja levemente enarcada, su típica vibra amable y tranquila inundaba cada pedacito de su sonrisa y el azabache negó. — Yo lo invito, Duxin, no tienes que sentirte apenado.

— Está bien, Mictia. — Levantó las manos y las mostró amablemente. — No te preocupes.

Una señora que pasaba por ahí los miró con una sonrisita cómplice y se inclinó a su compañera, otra señora mucho más menuda que los observó con una mueca cargada de nostalgia. Mictia intentó distraerse y Duxo miró a las mujeres con la terrible sensación de que algo se estaba desgarrando en su pecho y quiso huir, tomar a Mictia de la muñeca y salir corriendo de las miraditas indiscretas de todos a su alrededor —incluso si todo era parte de su retorcida imaginación—. Su amiga le dio un fuerte apretón en el hombro y lo miró dándole un mensaje silencioso: cuando yo lo haga, tú me sigues.

Bueno, tal vez estaban siendo demasiado exagerados. Duxo asintió y Mictia se adentró en un puesto de chucherías, el azabache la siguió como un perro perdido y pronto estaban en los callejones donde guardaban la basura y los restantes de las ventas intentando recuperar el aire que habían perdido en su larga y apresurada caminata. 

— ¿Estás bien? — Mictia le ofreció una toallita para secarse el sudor y él la tomó con una mirada agradecida. — Estabas muy tenso hace un rato.

Duxo se tomó su tiempo para recomponerse y Mictia lo dejó hacerlo. Cuando sus pulmones se encontraban calmados y en paz, el chico se sentó detrás de un basurero y la invitó a hacer lo mismo.

— Recordé muchas cosas. — Murmuró, sus dedos jugueteaban ágilmente con un fidget que había decidido llevar con él en caso de emergencias. — No eran muy lindas, sigo temblando y fue hace meses.

— Ya veo. — Mictia se apoyó contra la dura superficie del contenedor y suspiró mirando el rectángulo de luz que los edificios le propinaban. — La vez que tú y Aquino vinieron de compras y Soaring se peleó con unas señoras porque los insultaron, ¿no?

Él asintió y ambos se quedaron en silencio, admirando la terrible vista que los basureros suponían.

 Duxo pensaba que hasta entonces esa disputa no había tenido sentido alguno, eran sólo dos.. amigos comprando adornos juntos, ni siquiera se habían confesado y ya recibían los golpes de las personas que no estaban listos para verlos juntos; había quedado consternado después de aquello, aunque Soaring les había dejado muy en claro a las señoras lo que conseguían al meterse con sus 'tilinas', aunque Locochon le había asegurado que las desgraciadas sólo eran cerdas que se bañaban en la 'Bendita Palabra del Señor', y a pesar de los abrazos cálidos e invitantes de sus amigos, Duxo nunca pudo sacarse el amargo sabor de la boca, las miradas de asco que lo quemaban, las duras palabras que lo hicieron perder el hilo de la realidad, todo lo que le seguía acomplejando incluso meses después de lo sucedido.

Seguía aterrado de ser el centro de atención, sentir las quemaduras de los ojos curiosos y divertidos, sentirse pequeño y sin escape. Sentirse ajeno, extraño, exótico.

— No eres raro. 

Abrió los ojos llorosos —últimamente había estado llorando mucho, se reprendió— y miró la mano amable que le estaban ofreciendo, la tomó con suavidad y le sonrió débilmente a su amiga. Mictia parecía leerle la mente a veces, era una de esas extrañas coincidencias que le hacían pensar que convivía diariamente con personas de otros universos y nadie le decía nada para no alarmarlo y provocarle un colapso por la impresión.

Cómo (no) olvidar a tu ex  •  DuxinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora