7. Lucasta, Lucasta, ¡Lucasta!

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Lo primero que hizo Natalan cuando le contaron sobre el accidente de Duxo fue jadear de la sorpresa, no por el golpe en la cabeza, eso le pasaría a Duxo incluso estando solo, sino porque Aquino había tomado la iniciativa de aceptar una cita y de hablarle cara a cara porque, siendo honesto, Duxo jamás daría el primer paso.

— ¿A dónde vamos? — Lucasta caminaba detrás suya, con las orejas rubias y peludas alzadas y el rabo esponjoso meneándose con fuerza. 

— Yo voy a visitar a Duxo, no sé tú. 

Las orejas de cachorro de Lucasta descendieron lentamente hasta quedar aplastadas entre sus pelos oscuros y enmarañados, Natalan se detuvo y volvió a mirarlo cuando sintió que sus espaldas se sentían extrañamente vacías; y suspiró cuando conectó miradas y notó los ojitos suplicantes que le taladraban el alma.

— Lucasta... — Suspiró y acarició sus sienes, aunque no se sentía realmente molesto, le gustaba la compañía del labrador. Sólo le gustaba verlo sufrir a veces. — Bien, como sea, ven conmigo. Pero tú pagas tu pasaje.

Las orejas volvieron a levantarse con animosidad y Natalan sonrió inconscientemente porque Lucasta siempre había sido así de fascinante y muy dentro de él, deseaba que esos ojos brillantes y ese rabo escurridizo fueran reacciones sólo para él. ¿Qué podía decir?, era un soñador.

— ¡Sí! — El de lentes aceleró el paso para sujetar su mano y Natalan se tensó, pero no dijo nada y sólo se dedicaron a caminar hasta la parada de autobuses en un silencio que para Lucasta era el usual y para Natalan no era más que un límite para que no gritara sus sentimientos más profundos y vulnerables al aire.

Sí, Locochon tendría mucho de lo que burlarse después.

La casa de Duxo quedaba en una privada bastante pintoresca y ambientada que hacía que Natalan deseara tener papás con dinero, tampoco es que viviera tan mal

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La casa de Duxo quedaba en una privada bastante pintoresca y ambientada que hacía que Natalan deseara tener papás con dinero, tampoco es que viviera tan mal.

— Woaaaah.

— Lucas, siempre que venimos repites el mismo sonidito.  

— Es verdad. — Duxo abrió la puerta con cuidado porque le palpitaba la cabeza. Natalan jadeó y Lucasta entró tranquilamente como si fuera su casa. — Lo siento chicos, no tengo nada de botanas.

— Lo dices como si lo único que nos importara fuera tu comida. — Se quejó Natalan y Duxo arqueó una ceja. — Bueno.. pero tú nos importas más.

El azabache sonrió y pese a sus intentos de parecer vivaz, las bolsitas debajo de sus ojos revelaron lo cansado que estaba en realidad; Natalan simplemente entró y lo ayudo a volver al sofá en el que había estado durmiendo -habían dos almohadas y estaba surcado-.

— ¿Cómo la has llevado?

— Me quiero morir.

Natalan rió por lo bajo y Duxo dejó caer su cabeza con pesadez.

Cómo (no) olvidar a tu ex  •  DuxinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora