8. Adagio (Enero 2002 - 15 Noviembre 2010)

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Bombeo, bombeo, bombeo. Trompeta, trompeta, trompeta. Platillos, platillos, platillos. Y una acrobacia magnífica del saxofón. Trombón, tuba, fliscorno, clarinete, contrabajo, batería, cantante, bailarines; ¡todos se ponen a bailar!

Koutarou chasquea los dedos, tamborilea los pies contra los adoquines y mece el cuerpo seguido de las fuertes sacudidas que da su cabeza ante cada segundo de emoción. Cruza las piernas y está a punto de dar un súper giro de trecientos sesenta que ni James Brown o Michael Jackson podrían rivalizar.

Antes de poder recibir aplausos por su híper fantástico acto, sus botines resbalan contra la lisa lámina de hielo medio derretido adherido sobre el pavimento. Cae sentado con la suerte de no llevar fracturas de columna de por medio; sin embargo, su trasero no sale exento.

Antes de siquiera poder digerir su dolor traseral, una voz lo mortifica más. "Te dije que no jugaras sobre el piso mojado" El mantra de su padre se superpone por sobre el ritmo bailable y disfrutable de un hot jazz. "Y te dañas los oídos" Sus dedos largos y delgados rebuscan hasta sus orejas y, con un toque frío que pone la piel de gallina, retira los audífonos. Con un ademán le indica guardar los auriculares y apagar el Walkman.

Koutarou frunce el ceño con un mohín sin estar de acuerdo; le han apagado las luces de la fiesta sin llegar a percatarse con anticipación de la salida de su padre de la casa. Desearía tener un bigote a media asta para sacudir lado a lado ante el picor, un esmoquin con cola, una pajarita que arreglar, un sombrero de copa, una cohiba y un cenicero a mano. Así, todo convergería en equidad para un justo debate y contraargumentos.

La realidad; no es más que un crío con vacaciones de invierno bajo el cargo y supervisión de un adulto mayor. No hay sombrero de copa, traje chaqué y mucho menos una cohiba para actos diplomáticos. Solo una camisa arrugada y arremangada, un chaleco de algodón, un gorro de lana que le causa más tortura que los electrochoques, una bermuda repleta con paquetes de curitas en los bolsillos y una chaqueta de invierno asfixiante sobre los hombros. Sus actos diplomáticos son negociaciones con la tierra y los árboles, revueltas que le dejan rasmillones por toda extremidad hasta envolver sus nudillos, rodillas y codos. Con suerte se pone de pie y confía que su trasero no necesitará también una curita.

"Les deseamos mucha suerte" El mundo burgués y convencional de Europa, por la década de mil ochocientos, se vaporiza hasta alzarse cerca de las nubes. Su madre y Burakku también abandonan la casa, arregladas para el que parece ser el día de oro, tan especial y pulcro que todos resplandecen en elegancia y belleza como la nieve. Koutarou picotea su nariz, notando que ya está bañado en tierra y escarcha como si las hadas hubieran esparcido polvillo sobre él; tiene un nuevo rasmillón en la rodilla y la camisa, planchada por su madre, más arrugada que sus abuelos difuntos. "Koutarou... solo por hoy, ¿sí?" Burakku pone la misma expresión que su padre. No apaga las luces de su fiesta, pero le hace cosquillas con una cara tan espeluznante como la de un payaso. Está tratando de arreglar el cuello de su camisa y meter decentemente las dos puntas de los pliegues dentro de la bermuda. Alisa la tela de su chaleco y parece dejarlo como un príncipe, un príncipe del desastre. "Hice lo que pude" El soplido de sus labios es una afirmación y, la última mirada que le regala, una advertencia que le prohíbe siquiera intentar destruir lo arreglado.

Alza las manos en son de paz y la observa alejarse con su mamá hacia la cochera. Baja las extremidades cuando cree que ya no voltearán a inspeccionarlo. Ahora sí puede ser una presa libre.

"Nosotros también tenemos que marcharnos, de lo contrario, perderemos el tren y tendremos que esperar la siguiente línea" Después de una revisión al reloj de su muñeca, Kazuo toma la mano de Koutarou y emprenden marcha. Con una flexibilidad de búho que perturba, el menor gira medio cuerpo hacia sus espaldas sin poder esquivar la mirada del coche de su madre arrancando. Burakku se ha marchado, despampanante como una estudiante prodigio y diligente, con el uniforme planchado y sin pelusas, una piloto de carreras en medio de una competición en busca de llegar a la Universidad de Tokio.

Alzheimer's Experience [AkaBoku | BokuAka]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora