Capítulo II

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—¡Qué camioneta más chula!—Exclamó el niño lleno de admiración.
Charles intentó ocultar su expresión de sorpresa, pero se dio cuenta de que Sergio Pérez no hizo nada por ocultar la suya, e incluso levantó una ceja.

El gestio le dio a la cara un toque sarcástico que no lo hizo menos atractivo, pero si más intrigante, como si escondiera grandes misterios que suplicaran ser descubiertos.

"¿Descubiertos?" Se regañó a sí mismo Charles, Jules siempre había detestado su gusto por las novelas de amor y ahí estaba él, cara a cara con un vaquero de verdad, duro, independiente, inmensamente fuerte y bastante impaciente.

No era un hombre al que se le pudiera confiar el entusiasmo de un niño, se recordó a sí mismo Charles. Mick era su prioridad, una prioridad que impedía la exploración de cualquier misterio masculino.

La camioneta era la típica de un vaquero: grande, vieja y desvencijada, pensó que debajo de todo el polvo y barro debía ser azul oscuro.

Esperaba que no le hiciera mucho daño a Mick que lo ignorara de aquella manera. Aunque, pensándolo bien, quizá eso fuera lo mejor para que se le olvidara de esa idea del papá.

—Hace lo que tiene que hacer—Le dijo él con un gruñido a Mick, con total indiferencia, aunque el niño no se percatara del matiz.

Después, comenzó a arrojar el equipaje a la parte de atrás con tan poco cuidado que Charles no pudo contenerse.

—¡Esos son mis adornos de navidad!—Se quejó e inmediatamente pensó que debía ser más contundente.

Jules habría dicho: "¡Eh! ¡Deja de tirar así mis cosas o te quedas sin propina!"
¿Propina? Le hecho un vistaso al vaquero ¿Cuándo los dejara en su destino debía darle propina?
Desde luego que no, sí le rompía los adornos de navidad.

—Sí no se los han roto ya en el aeropuerto, difícilmente los voy a romper yo—Dijo Sergio, pero Charles se dio cuenta que con la siguiente caja tuvo más cuidado.
Mick estaba ocupado limpiando el barro de la puerta con su manga para descubrir un letrero.

—¿Qué pone aquí?
Charles se fijó en las letras desgastadas.
—Pone: "Rancho Méndoza Ridge"
—¿Es un rancho de verdad?—Preguntó el niño.
—Sí—Sergio abrió la puerta del asiento del copiloto. Aunque tenía un aspecto impasible, estaba claro que no le gustaba que lo trataran como un criado.
Eso significaba que no aceptaría una propina.

Mick se metió dentro como un torbellino y se sentó en el medio. Charles subió detrás de él, después de un momento de indecisión. Era su última oportunidad para cancelarlo todo, para recobrar el sentido. Sergio esperó con paciencia. Después cerró la puerta y se dirigió a su asiento.

Sin mirar a ninguno de los dos, arrancó la camioneta.
Por el rabillo del ojo, mientrás el cambiaba de marcha, Charles se fijó en la fuerza de su muñeca y de su mano.

—¿Hay caballos en el rancho?—Preguntó Mick, dándole la oportunidad a Charles de pensar en otra cosa que no fuera la mano del hombre.
—Sí.

Una respuesta más larga habríua sido agradable, ya que él necesitaba la distración. Miró por la ventana, lejos de su mano sobre la palanca de cambios. Pero lejos de concentrarse en el paisaje, pensó en que la camioneta olía muy bien. A pino y piel, junto con otro olor a limpio que no podía definir muy bien.

Aunque quizá sí podía: olor a hombre.

—¿Y ganado?-Insistió Mick.
—Sí.
La voz de Sergio, aunque parecía que a él no le gustaba utilizarla, era tan perturbadora como el trozo de brazo que asomaba por la manga de la chaqueta. Profunda, fuerte, segura.

Un amor por NavidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora