CAPÍTULO 6 P1

314 12 0
                                    

PVO FIL

Vomitar es lo peor que he vivido estos meses de quimioterapia y lo más frustrante es que tenía que sucederme justamente durante una junta importante. Por suerte, Ernesto hizo una pausa en su oficio de abogado para ayudarme a atender el negocio, y se encuentra ahora mismo detallando una propuesta de inversión en la que trabajé durante un mes.

Luego de devolver todo mi desayuno, salgo del baño y me dejo caer en el sillón de mi oficina.

Mi fuerza física se ha visto mermada, al igual que mi apariencia, por culpa de esta maldita enfermedad que está ganando la batalla más rápido de lo que Armando pensaba.

Si antes no era un hombre atractivo, en este momento parezco un muerto viviente.

Bajé tanto de peso que ni yo me reconozco cuando me miro al espejo. El escaso cabello que tenía se me cayó y dejó en su lugar una cabeza calva que acentúa las ojeras debajo de mis ojos. Mis dientes siempre fueron mejores que los de mi padre, pero de repente cambiaron a un tono grisáceo que me avergüenza y por eso casi no quiero besar a Laura.

Cuatro meses atrás había podido ocultarle con éxito mi enfermedad, sin embargo, en nuestro primer aniversario de matrimonio, todo mi esfuerzo se fue a la basura.

Ese día estaba siendo bastante normal. Las náuseas eran una constante, pero al menos me dejaban trabajar.

Al finalizar mi hora laboral, conduje a la casa e incluso caminé tranquilo hasta la puerta.

Laura bajó a recibirme con un cálido abrazo y un apasionado beso.

Desde aquella noche en que me hizo mi primera mamada, no sólo descubrí lo que es sentir placer a través de sus caricias ya sea en mi pene, o en mi cuerpo, también descubrí que si quería que dejara de preguntarme la razón del decaimiento en mi salud, sólo tenía que besarla y su mente dejaba de pensar.

Para mi alivio, Laura ha podido superar parte de sus miedos. El sicólogo me ha felicitado por lograr que deje de ver el sexo como una obligación, pues aunque no hemos llegado más allá del sexo oral, su confianza en mí es tan grande, que puede disfrutar de mis caricias como no pudo hacerlo con otros hombres cuando ese malnacido la vendía.

Saber que al menos ella está dejando atrás los traumas que le ocasionaron, me hace sentir dichoso. Laura es una gran mujer, que sólo merece ser feliz y es tan buena, que agradece mi apoyo convirtiendo nuestra unión en un verdadero matrimonio; es amable y cariñosa todo el tiempo, cocina y sé por las empleadas, que incluso lava la ropa, pero lo más maravilloso son las veces en las que amamos nuestros cuerpos y es que en ningún momento me ha hecho sentir un monstruo como lo hicieron las demás, al contrario, cada que me besa o me toca, me mira a los ojos y me regala esa hermosa sonrisa suya que se ha ido ganando mi corazón. Jamás hace una mueca de desagrado y hasta ha intentado tragarse mi semen en varias ocasiones, pero el miedo a que las quimios estén perjudicando incluso mis fluidos, me ha hecho negarle eso a lo que llama "fantasía erótica", y es que si yo me siento terrible, no me gustaría provocarle los mismos malestares.

Dejando de lado ese asunto, entre los dos ha nacido una camaradería que nos fue acercando cada día más. Lo único que no quería que supiera es justamente lo de mi enfermedad, pero todo lo que deseo, nunca se cumple.

Como regalo de aniversario me decidí a intentar hacerle el amor, sin embargo, mi pene no quiso cooperar.

No sé si esto es un efecto secundario de los medicamentos, pero aunque puedo conseguir una erección si me estimulan, ya no dura tanto como cuando era joven.

Laura intentó muchas veces que volviera a endurecerse, sin embargo no pudo conseguir nada.

La frustración fue demasiada y saqué lo peor de mí cuando empezó a cuestionarme si algo le estaba pasando a mi salud.

EL HIJO DEL VIEJO CONSERJEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora