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જ⁀➴ Desde el exterior parece que llevo una vida muy buena pero, si profundizas un poco, verás que hay una gran desperación dentro de mí.

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Ese día descubrí un nuevo miedo que antes, nunca, experimenté de esa manera tan intensa. Fue un uno de septiembre, cuando los oficiales llegaron a la puerta de mi casa a anunciar la muerte de mi padre. Fue el peor día de mi vida. No estuve a su lado, no pude escucharle reír o decir sus chistes, no pude verle sonreír o escucharle decirme cuán importante era yo para él, no pude decirle "te quiero" no pude verle por última vez.

Decirle adiós a aquella persona especial para mí fue tan difícil, en mi garganta se formó un nudo, como una daga que atascaba mis palabras y que al mismo tiempo me lastimaba.

Todo el mundo se acercó a mí, al niño de doce años que perdió a su padre, preguntándome como me encontraba y yo en el fondo de mí alma estaba, deseando que todo fuera una pesadilla. El tiempo pasó pero no para mí, me sumergí en mi dolor y en la culpa. Él se fue antes de tiempo cuando aún nos quedaba tanto por compartir. Mi padre siempre fue lo mejor de mí, mi persona favorita, recuerdo que de niño deseaba ser como él. Me enseñó a amar amandome a mí como solo él sabía hacerlo. Entre tantas personas, tantos amigos, tantos conocidos, solo mi padre me hacia feliz. Entre sus brazos siempre me sentí cómodo, ahora, mi vida sin él no era vida. Me enseñó de todo pero no a soltarle, a olvidarle, a dejarlo ir...

Nunca acepté su muerte, nunca pude despedirme, y todo ese sentimiento causó graves problemas en mí.

A mis trece años me diagnosticaron Depresión con síntomas psicóticos y no solo eso, también ansiedad postraumática. Comencé a ver psicólogos que no ayudaban en nada, lo que costaba la consulta era demasiado y mi madre no podía pagarlo. Así que no tuve más remedio que fingir mejorar. Sentía vergüenza de mi mismo por ser depresivo... en silencio. Fingiendo estar bien, sonriendo y riendo aunque por dentro me sintiera incompleto y roto, decir lo que realmente no sentía y mantener ocultos mis verdaderos sentimientos era una completa tortura.

Nadie se daba cuenta de nada, aunque en mi se notara. Tal vez era mi culpa por decir que estoy bien siendo mentira. No me di cuenta de lo mal que estaba hasta que me vi al espejo, el chico que vi en el reflejo no era yo. ¿Donde estaba aquél niño soñador? Me sentía solo en cautiverio aunque tuviese a muchas personas a mi alrededor haciéndome compañía. Me encerré en mi propio mundo, viéndolo caer, todos los trozos sobre mí, me dejé caer al vacío de la oscuridad. Y allí me quedé sin ganas de querer salir de allí, destrozándome a mi mismo, viendo pequeños fragmentos de mi vida arder mientras el humo envolvía todo mi ser.

He perdido la cuenta de las noches que he llorado hasta quedarme dormido. Al final nadie sabe lo que ocurre dentro de mí y creo... que es mejor así. A veces el insomnio me acompaña junto a los recuerdos. Sin darme cuenta la cicatriz se ha quedado tatuada en mi piel, y se que aún sigo aquí, en mi mundo caótico, porque a veces la veo sangrar y la siento arder.

Me ahogue en mi propio mar de lágrimas, en mi propio sufrimiento, en mi propio dolor. Mi día se oscureció y nunca más amaneció.

-Bill, cariño. ¿Estas bien?- escucho la voz de mi madre y parpadeo continuas veces saliendo de mi ensimismamiento. Me miro frente al espejo y no puedo evitar suspirar -¿Bill?

-Ya salgo, mamá- abro el grifo y empapo mis manos, termino de acomodar mi cabello y salgo del baño. Mi madre estaba allí de pie con una sonrisa ensanchante en su rostro.

Inexorable ᝰ.ᐟDonde viven las historias. Descúbrelo ahora