ELLOS

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La habitación estaba llena de recuerdos y silencio. La familia se reunía alrededor de la mesa, con fotos de su hija desaparecida en el centro. El padre, con ojos cansados y arrugadas manos, hablaba con voz quebrada.

—Hoy hace 15 años que se la llevaron. 15 años sin saber nada de ella. Ni una palabra, ni un gesto. Nada.

La madre secaba lágrimas con un pañuelo, su rostro reflejando el dolor acumulado.

—Recuerdo el día que vinieron por ella. Era tan joven, tan llena de vida. Prometimos protegerla, pero no pudimos.

El hermano mayor, con la mirada perdida, intervenía.

—¿Por qué tuvo que ser ella? ¿Por qué el ejército la eligió a ella?

La abuela, con manos entrelazadas, susurraba una oración silenciosa.

—Dios mío, devuélvenos a nuestra niña. Devuélvenos su sonrisa.

El padre se levantó, caminando hacia la ventana. Miraba hacia afuera, como si esperara ver a su hija en el umbral.

—No perdamos la esperanza. Un día, ella regresará. Un día, estará de vuelta en casa.

La familia se unió en un abrazo, sosteniendo el recuerdo de su hija desaparecida, sosteniendo la esperanza de su regreso.

—Nunca nos rendiremos —dijo la madre, con voz firme—. Nunca olvidaremos.

En la habitación, el silencio se convirtió en un grito desesperado, un grito que resonaba en el corazón de cada uno de ellos. Un grito que decía: "¿Dónde estás, hija mía?"

Esa tarde

La familia se reunía en la sala de juntas de su empresa, discutiendo estrategias y planes de expansión. El padre, Federick, presidía la reunión, flanqueado por su esposa, Camila y sus hijos, los gemelos Elliot y  Ethan, y su hija menor, Karina, que estaba ausente.

De repente, la puerta se abrió y un hombre imponente, con traje negro y gafas oscuras, entró en la sala.

—Disculpen la interrupción —dijo con una sonrisa siniestra—. Me llamo Aslan. Creo que su familia y yo tenemos un asunto pendiente.

El padre, Federick, se puso tenso.

—¿Qué quiere, Aslan?

—Verá, su padre, el señor Rosenberg, y mi padre tuvieron un acuerdo hace años. Un acuerdo que involucraba a su hija, Karina.

Los gemelos, Elliot y Ethan, se levantaron de sus sillas, enfurecidos.

—¿Qué acuerdo? —preguntó Ethan, con los puños apretados.

—Su padre prometió que Karina se casaría conmigo cuando cumpliera 25 años —dijo Aslan, sin inmutarse—. Y ahora ha llegado el momento.

Camila se puso pálida.

—Eso es imposible. Nunca hicimos tal acuerdo.

Aslan sacó un documento de su bolsillo.

—Tengo la prueba aquí. Firmado por su padre, mi padre y mi abogado.

Federick se levantó, rojo de ira.

—Ese acuerdo no es válido. Mi hija no se casará con usted.

Aslan sonrió.

—Lo siento, pero no tienen opción. Karina es mía. Y si no me la entregan, tendré que tomar medidas... drásticas.

Los gemelos se abalanzaron hacia Aslan, pero su padre los detuvo.

Lo tomaron por el cuello susurrando. - ¿.Que has dicho hijo de puta.?

—No, hijos. No vamos a pelear. Vamos a encontrar una solución legal.

Aslan se rió.

—No hay solución legal. Solo hay una: entregar a Karina.

Con eso, se dio la vuelta y salió de la sala, dejando a la familia en un estado de shock y determinación.

—No permitiremos que esto suceda —dijo Ethan.

—Protegeremos a Karina con nuestra vida —añadió Elliot.

La familia se unió para trazar un plan y así luchar contra la amenaza de Aslan y proteger a su hija y hermana a cualquier precio.

Karina

La chica se sentó en su catre, rodeada de las paredes grises y frías de la barraca. Cerró los ojos, y su mente viajó a un lugar lejano, un lugar que había dejado atrás hace 15 años.

En su sueño, veía la casa de su infancia, la sonrisa de su madre, el abrazo de su padre, la risa de su hermano. Veía la mesa llena de comida, el olor a pan fresco, el sonido de la música familiar.

Se imaginaba caminando por la puerta principal, con sus botas militares desgastadas, pero con un corazón lleno de emoción. Veía a su familia correr hacia ella, brazos abiertos, lágrimas de alegría en los ojos.

—Hija mía —decía su madre, abrazándola fuerte—. ¡Cuánto te hemos extrañado!

—¡Hermana! —gritaba su hermano, saltando a su alrededor—. ¡Cuánto has cambiado!

—Mi niña —decía su padre, con voz quebrada—. Estás en casa. Estás a salvo.

La chica se despertó con un suspiro, la realidad golpeándola como un puñetazo en el estómago. Aún faltaban meses, quizás años, para que pudiera regresar a casa. Pero la esperanza la mantenía viva.

Se levantó, se vistió y se dirigió al espejo. Se miró a los ojos, y por un momento, vio la niña que había dejado atrás. La niña que había sido separada de su familia por la guerra.

—Pronto —se dijo a sí misma—. Pronto estaré en casa. Pronto estaré con ellos.

Se puso firme, ajustó su uniforme y salió de la barraca, lista para enfrentar otro día en el ejército, pero con el corazón lleno de la promesa de regresar a su hogar.

La Obsesión Que Nunca Quise +21Donde viven las historias. Descúbrelo ahora