capitulo 11

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Capítulo 11

Niall observaba cómo Harry se paseaba nervioso, por delante de su
puesto, mientras hacía una tirada para un turista. ¡Dios santo!, podría pasarse todo
el día observándolo caminar. Ese modo de andar hacía saltar los ojos de las órbitas,
y a él le entraban unos deseos terribles de salir corriendo a casa, agarrar a Zayn y
hacerle unas cuantas cosas pecaminosas.
Una y otra vez, las personas se acercaban a él, pero Harry no tardaba en
quitárselas de en medio. Era ciertamente divertido ver a todas esas personas
pavoneándose a su alrededor mientras él permanecía ajeno a sus estratagemas.
Nunca le había parecido posible que un hombre actuara así.
Pero claro, hasta él podía llegar a aborrecer el chocolate si se daba un
atracón.
Y por el modo en que las personas respondían a la presencia de Harry, dedujo
que él ya había sufrido más de un dolor de tripa causado por un empacho. La verdad
es que parecía muy preocupado.
Y Niall se sentía fatal por lo que les había hecho a ambos, a él y a Louis.
Su idea parecía bastante sencilla en un principio. Si hubiese reflexionado un poco
más…
¿Pero cómo iba a saber quién era Harry? Claro, que su nombre podía haber
hecho sonar algún timbre en su mente; de todos modos, su especialidad era la Edad
de Bronce griega que, hasta para la época de Harry, era la Prehistoria.
Y tampoco había creído que el tipo del libro fuese realmente humano.
Pensaba que era alguna clase de genio o criatura mágica, sin pasado ni
sentimientos.
¡Señor!, cuando metía la pata lo hacía hasta el fondo.
Meneando la cabeza, observó cómo Harry rechazaba otra oferta, esta vez
procedente de una atractiva pelirroja. El hombre era un verdadero imán de
estrógenos.
Acabó la lectura.
Harry esperó unos minutos y se acercó a la mesa.
— Llévame con Louis.
No era una petición, no. Estaba seguro de que era el mismo tono de voz que
empleaba para dirigir a su ejército en mitad de una batalla.
— Dijo que…
— No me importa lo que dijese. Necesito verlo.
Niall envolvió la baraja en el pañuelo negro de seda. ¿Qué demonios?
Tampoco es que necesitara que su mejor amigo volviera a hablarle.
— Vas directo a tu funeral.
— Ojalá —dijo en voz tan baja que Niall no pudo estar seguro de haber
escuchado correctamente.
Lo ayudó a recoger sus trastos para meterlos en el carrito, y llevarlo todo
hasta la pequeña caseta que tenía alquilada para guardarlo.
Sin pérdida de tiempo, llegaron a casa de Louis.
Aparcaron en el camino del jardín justo cuando Louis estaba guardando sus
maletas.
— ¡Hola, Lou! —saludó Niall—. ¿Dónde vas?
Louis miró furioso a Harry.
— Me marcho por unos días.
— ¿Dónde? —le preguntó su amigo.
Louis no contestó.
Harry salió del coche y se acercó a Louis. Iba a arreglar las cosas, costase lo
que costase.
Louis arrojó una bolsa al maletero y se alejó de Harry.
Él lo cogió por un brazo.
— No has contestado a la pregunta.
Louis se zafó de su mano.
— ¿Y qué vas a hacer, pegarme si no lo hago? —le dijo, mirándolo con los
ojos entrecerrados.
Harry se encogió ante el evidente rencor.
— ¿Y te extrañas de que quiera marcharme? —Entonces se dio cuenta. A
Louis le estaba costando horrores contener las lágrimas. Tenía los ojos húmedos y
brillantes. La culpa lo asaltó—. Lo siento, Louis —murmuró mientras cubría su
mejilla con la mano—. No pretendía hacerte daño.
Louis observó la batalla que mantenían el arrepentimiento y el deseo en el
rostro de Harry. Su caricia era tan tierna y tan suave… Por un instante, estuvo a
punto de creer que, en realidad, Harry se preocupaba por él.
— Yo también lo siento —susurró—. Ya sé que no tienes la culpa.
Él soltó una brusca y amarga carcajada.
— En realidad, todo lo que sucede es culpa mía.
— ¡Eh! ¿Me puedo fiar de vosotros? —preguntó Niall.
Harry miró a Louis con ardiente intensidad, atrapando su mirada y
haciéndolo temblar.
— ¿Quieres que me vaya? —le preguntó.
No, no quería. Ésa era la base de todo el problema. Que no quería que
volviera a abandonarlo. Jamás.
Louis cogió las manos de Harry entre las suyas y las apartó de su rostro.
— Todo está solucionado, Niall.
— En ese caso, me voy a casa. Nos vemos.
Louis apenas si fue consciente de que su amigo ponía en marcha el coche y
se alejaba. Toda su atención estaba puesta en Harry.
— ¿Ahora me vas a decir dónde vas? —le preguntó.
Por primera vez, desde que la policía se marchó, Louis sintió que podía
respirar. Con la presencia de Harry, el miedo se desvaneció como la niebla bajo el
sol.
Se sentía seguro.
— ¿Recuerdas lo que te conté sobre Rodney Carmichael?
Él asintió.
— Estuvo aquí hace un rato. Él… él me inquieta.
La expresión gélida y severa que adoptó el rostro de Harry la dejó atónito.
— ¿Dónde está ahora?
— No lo sé. Se esfumó al llegar la policía. Por eso me marchaba. Iba a
quedarme en un hotel.
— ¿Todavía quieres marcharte?
Louis negó con la cabeza. Con él allí, se sentía completamente a salvo.
— Cogeré tu maleta —le dijo. La sacó y cerró el maletero.
Louis se encaminó hacia la casa.
Pasaron el resto del día en una apacible soledad. Al llegar la noche, se
tumbaron delante del sofá, reclinados sobre los cojines.
Louis apoyó la cabeza en el duro vientre de Harry mientras acaba de leerle
Peter Pan y hacía todo lo posible para no distraerse con el maravilloso olor que
desprendía su cuerpo. Y con lo maravillosamente bien que estaba, apoyado sobre
sus abdominales.
Tenía que echar mano de toda su fuerza de voluntad para no darse la vuelta y
explorar los firmes músculos de su torso con la boca.
Harry le acariciaba lentamente el pelo mientras lo observaba. Señor, sus
manos hacían que le ardiera la piel. Le hacían desear arrancarle la ropa y saborear
cada centímetro de su cuerpo.
— Fin —dijo Louis, cerrando el libro.
La abrasadora mirada de Harry le quitó el aliento.
Se estiró y arqueó levemente la espalda, apoyándose con más fuerza sobre
él.
— ¿Quieres que te lea algo más?
— Sí, por favor. Tu voz me relaja.
Louis lo miró fijamente por un instante y, después, sonrió. No recordaba que
ningún otro cumplido hubiese significado tanto para él como aquél.
— Tengo la mayoría de los libros en mi habitación —le dijo mientras se ponía
en pie—. Vamos, te enseñaré mi tesoro escondido y encontraremos algo que nos
guste.
Lo siguió escaleras arriba.
Louis notó que Harry observaba la cama con deseo y después lo miraba a
él.
Fingió no darse cuenta y abrió la puerta del enorme vestidor. Encendió la luz y
pasó una mano con cariño por las estanterías que su padre había colocado tantos
años atrás.
Su padre y su mejor amigo se lo habían pasado en grande mientras
colocaban las estanterías. Los dos eran profesores, y tenían la habitación hecha un
desastre. Su padre acabó con dos uñas negras antes de que todo estuviese
terminado. Su madre no había dejado de reírse y de llamar a su marido «carpintero
profesional», pero a él no parecía importarle. La expresión de orgullo en su rostro
cuando todo estuvo terminado, y los libros de Louis colocados en las estanterías,
quedó impresa para siempre en el corazón de su hijo.
Cómo adoraba esa estancia. Aquí era donde realmente sentía el amor de sus
padres. Aquí se refugiaba y huía de los problemas y sufrimientos que lo perseguían.
Cada libro guardado allí era un recuerdo especial, y todos ellos formaban
parte de su mundo. Miró a su izquierda y vio Shanna, con la que había comenzado
su afición a la novela romántica. The Wolfling, lo había introducido en la ciencia
ficción. Y su adorado Bimbos del Sol Muerto, su primera novela de misterio.
También estaban allí las viejas novelas de sus padres, y las tres copias de los
libros de texto que su padre había escrito antes de que él naciera.
Éste era su santuario y Harry era, sin contar a sus padres, la primera persona
que ponía un pie en él.
— Llevas tiempo coleccionando libros —comentó Harry mientras echaba un
vistazo a las estanterías.
Louis asintió.
— Fueron mis mejores amigos mientras crecía. Creo que el amor por la
lectura es el mejor regalo que mis padres me han dado —alzó el libro de Peter
Pan—. Éste era de mi padre, de cuando era niño. Es mi posesión más preciada.
Lo devolvió a una de las estanterías y cogió un ejemplar de Belleza Negra.
— Mi madre me leía éste una y otra vez.
Hizo un pequeño recorrido, mostrándole sus libros.
— Rebeldes —susurró con adoración—. Era mi libro favorito en el instituto.
¡Ah!, junto con éste, ¿Puedes demandar a tus padres por abuso de autoridad?
Harry se rió.
— Ya veo que significan mucho para ti. Se te ilumina el rostro cuando hablas
de ellos.
Algo en su mirada le dijo a Louis que él estaba pensando en otro modo de
hacer que se iluminara…
Tragando saliva ante la idea, se dio la vuelta y rebuscó en la estantería de la
derecha, donde guardaba los clásicos, mientras Harry seguía mirando los de la
izquierda.
— ¿Qué te parece éste? —le preguntó él, con una de sus novelas románticas
en la mano.
Louis soltó una risita nerviosa al ver a la pareja que se abrazaba medio
desnuda en la portada.
— ¡Señor!, me parece que no.
Harry miró la portada y alzó una ceja.
— Vale —dijo Louis quitándole el libro de la mano—. Has descubierto mi más
profundo secreto. Soy un adicto a las novelas románticas, pero lo último que
necesitas es que te lea una apasionada escena de amor en voz alta. Muchísimas
gracias, pero no.
Harry le miró fijamente los labios.
— Preferiría recrear una apasionada escena de amor contigo —dijo en voz
baja, acercándose a Louis.
Louis comenzó a temblar. Tenía la espalda pegada a la estantería y no podía
retroceder más. Harry colocó un brazo sobre su cabeza y acercó su cuerpo al suyo,
hasta dejarlos unidos. Entonces, bajó la cabeza y se acercó a su boca.
Louis cerró los ojos. La presencia de Harry inundaba todos sus sentidos. Lo
rodeaba de una forma extremadamente perturbadora.
Por una vez, él mantuvo las manos quietas y se limitó a tocarlo tan sólo con
los labios. Daba igual. La cabeza de Louis comenzó a girar de todos modos.
¿Cómo había podido su esposa elegir a otro hombre teniéndolo a él? ¿Cómo
podía rechazarlo una persona en su sano juicio? Este hombre era el paraíso.
Harry profundizó el beso, explorando su boca con la lengua. Louis sentía los
latidos de su corazón mientras él se acercaba aún más y sus músculos lo envolvían.
Jamás había sido tan consciente de la presencia de otro ser humano. Él lo
ponía al límite, le hacía experimentar sensaciones que no sabía que pudiesen existir.
Harry se retiró un poco y apoyó la mejilla sobre la de Louis. Su aliento caía
sobre su pelo y le erizaba la piel.
— Tengo unos deseos horribles de estar dentro de ti, Louis —murmuró—.
Quiero sentir tus piernas alrededor de mi cuerpo, sentir tu pecho debajo de mí,
escucharte gemir mientras te hago el amor lentamente. Quiero que tu aroma quede
impreso en mi cuerpo y que tu aliento me queme la piel.
Todo su cuerpo se tensó antes de separarse de Louis.
— Pero ya estoy acostumbrado a desear cosas que no puedo tener —
susurró.
Louis le tocó el brazo. Harry cogió su mano, se la llevó a los labios y depositó
un rastro de pequeños besos sobre los nudillos.
El deseo que se reflejaba en su apuesto rostro hacía que a Louis le doliera
todo el cuerpo.
— Busca un libro y me comportaré.
Tragó saliva mientras él se alejaba. Entonces, se fijó en su viejo ejemplar de
La Ilíada. Sonrió. Le iba a encantar, estaba seguro.
Lo cogió y bajó las escaleras.
Harry estaba sentado delante del sofá.
— ¡Adivina lo que he encontrado! —exclamó Louis excitado.
— No tengo la más remota idea.
Louis lo sostuvo en alto y sonrió.
— ¡La Ilíada!
Harry se animó al instante y los hoyuelos relampaguearon en su rostro.
— Cántame, ¡Oh Dios!
— Muy bien —respondió Louis, sentándose a su lado—. Y esto te va a gustar
todavía más: es una versión bilingüe; con el original griego y la traducción inglesa.
Y se lo dejó para que lo viera.
La expresión de Harry fue la misma que habría puesto si le hubieran
entregado el tesoro de un rey. Abrió el libro y, de inmediato, sus ojos volaron sobre
las páginas mientras pasaba la mano reverentemente por las hojas, cubiertas con la
antigua escritura griega.
Era incapaz de creer que estuviese viendo de nuevo su idioma escrito,
después de tanto tiempo. Hacía una eternidad que no lo leía en otro lugar que no
fuese su brazo.
Siempre le habían encantado La Ilíada y La Odisea. De niño, había pasado
horas oculto tras los barracones, leyendo pergaminos una y otra vez; o
escabulléndose para escuchar a los bardos en la plaza de la ciudad.
Entendía muy bien lo que sentía Louis por sus libros. Él había sentido lo
mismo en su juventud. A la más mínima oportunidad, se escapaba a su mundo de
fantasía, donde los héroes siempre triunfaban, los demonios y villanos eran
aniquilados, y los padres y las madres amaban a sus hijos.
En las historias no había hambre ni dolor, sino libertad y esperanza. Fue a
través de esas historias como aprendió lo que eran la compasión y la ternura. El
honor y la integridad.
Louis se arrodilló junto a él.
— Echas de menos tu hogar, ¿verdad?
Harry apartó la mirada. Sólo echaba de menos a sus hijos.
Al contrario que a Liam, la lucha nunca le había atraído. El hedor de la
muerte y la sangre, los quejidos de los moribundos. Sólo había luchado porque era
lo que se esperaba de él. Y había liderado un ejército porque, como bien dijo Platón,
cada ser humano está capacitado por naturaleza para realizar una actividad a la cual
se entrega. Por su naturaleza, Harry siempre había sido un líder y no podía seguir
las órdenes de nadie.
No, no lo echaba de menos, pero…
— Fue lo único que conocí.
Louis le rozó el hombro, pero fue la preocupación que reflejaban sus ojos
azules lo que le desarmó.
— ¿Querías que tu hijo fuese un soldado?
Él negó con la cabeza.
— Jamás quise que truncaran su juventud como les ocurrió a tantos de mis
hombres —contestó con la voz ronca—. Bastante irónico, ¿no es cierto? Ni siquiera
le habría permitido que jugara con la espada de madera que Liam le regaló para su
cumpleaños; ni le hubiese dejado tocar la mía mientras estuviese en casa.
Louis enlazó las manos en su cuello y tiró de él para acercarlo. Sus caricias
eran tan increíblemente relajantes… Hacían que la soledad doliese aún más.
— ¿Cómo se llamaba?
Harry tragó saliva. No había pronunciado los nombres de sus hijos desde el
día de su muerte. No se había atrevido pero, no obstante, quería compartirlos con
Louis.
— Atolycus. Mi hija se llamaba Calista.
Louis lo miró con una sonrisa triste, como si compartiera su dolor por la
pérdida.
— Tenían unos nombres preciosos.
— Eran unos niños preciosos.
— Si se parecían en algo a ti, me lo creo.
Eso había sido lo más hermoso que nadie le había dicho jamás.
Harry le pasó la mano por el pelo, dejando que los mechones se escurrieran
sobre su palma. Cerró los ojos y deseó poder quedarse así para siempre.
El miedo a tener que abandonarlo lo estaba destrozando. Nunca le había
gustado la idea de ser engullido por aquel desolado infierno que era el libro; pero
ahora, al pensar que jamás volvería a verlo, que jamás volvería a oler el dulce aroma
de su piel, que sus manos jamás volverían a rozar el suave rubor de sus mejillas…
No podía soportarlo. Era demasiado.
¡Por los dioses!, y había creído hasta entonces que estaba maldito…
Louis se alejó un poco, lo besó suavemente en los labios y cogió el libro.
Harry tragó. Louis quería rescatarlo y, por primera vez durante todos aquellos
siglos, quería ser rescatado.
Se tendió en el suelo para que Louis pudiese apoyar la cabeza en él. Le
encantaba sentirlo así.
Estuvieron tendidos en el suelo hasta las primeras horas de la madrugada;
Harry lo escuchaba mientras leía la Odisea y narraba las historias de Aquiles.
Observaba cómo el cansancio iba haciendo mella en Louis, pero continuaba
leyendo. Finalmente, cerró los ojos y se quedó dormido.
Harry sonrió y le quitó el libro de las manos para dejarlo a un lado. Le acarició
la mejilla con la palma de la mano durante un instante.
No tenía sueño. No quería desaprovechar ni un solo segundo del tiempo que
tenía para estar a su lado. Quería contemplarlo, tocarlo. Absorberlo. Porque
atesoraría esos recuerdos durante toda la eternidad.
Nunca había pasado una noche así: tumbado tranquilamente en el suelo junto
a una persona, sin que ella montara su cuerpo y le exigiese que la tocara y la
poseyera.
En su época, las personas no solían pasar demasiado tiempo juntos. Durante las temporadas que pasó en su hogar, Penélope le hablaba en raras ocasiones. De hecho, no había demostrado mucho interés en él.
Por las noches, cuando la buscaba, no lo rechazaba. Pero, no obstante, no
estaba ansiosa por sus caricias. Siempre había conseguido engatusarla para que su
cuerpo le respondiera apasionadamente, pero no así su corazón.
Deslizó las manos por el pelo castaño de Louis, extasiado por la sensación de
tenerlo entre los dedos. Su mirada se detuvo sobre su anillo. Brillaba tenuemente,
captando la escasa luz de la estancia.
En su mente, lo veía cubierto de sangre. Recordaba cómo se le clavaba en el
dedo mientras blandía la espada en mitad de una batalla. Ese anillo lo había
significado todo para él, y no le había resultado fácil conseguirlo. Se lo había ganado
con el sudor de su frente y con las numerosas heridas que sufrió su cuerpo. Le
había costado mucho, pero había merecido la pena.
Durante un tiempo fue respetado, aunque no lo amaran. En su vida como
mortal, eso había sido esencial.
Suspirando, echó la cabeza hacia atrás para apoyarse en el cojín del sofá que
había puesto sobre el suelo y cerró los ojos.
Cuando por fin se deslizó entre las neblinas del sueño, no fueron los rostros
del pasado los que poblaron su mente, fue la imagen de unos claros ojos azules que
se reían con él, de una castaña melena y de una voz suave que leía palabras que le resultaban familiares aunque, de algún modo, extrañas.
Louis se desperezó lánguidamente al despertarse. Abrió los ojos y se
sorprendió al darse cuenta de que tenía la cabeza sobre el abdomen de Harry. Él
tenía la mano enterrada en su pelo y, por la respiración relajada y profunda, supo
que todavía estaba dormido.
Alzó la mirada hacia su rostro. Tenía una expresión tranquila, casi infantil.
Y entonces fue consciente de algo: no había tenido la pesadilla. Había
dormido toda la noche.
Sonriendo, intentó levantarse muy despacio para no despertarlo.
No funcionó. Tan pronto como levantó la cabeza, Harry abrió los ojos y lo
abrasó con una intensa mirada.
— Louis —dijo en voz baja.
— No quería despertarte.
Louis señaló las escaleras con el pulgar.
— Iba arriba a darme una ducha. ¿Debería cerrar la puerta?
Lo recorrió con ojos ardientes.
— No, creo que puedo comportarme.
Louis sonrió.
— Me parece que ya he oído eso antes.
Harry no contestó.
Louis subió y se dio una ducha rápida.
Una vez acabó, fue a su habitación y se encontró a Harry tumbado en la
cama, hojeando su ejemplar de La Ilíada.
Lo miró con expresión absorta al darse cuenta de sólo llevaba puesta una
toalla. Una lasciva sonrisa hizo que sus hoyuelos aparecieran en todo su esplendor,
y la temperatura del cuerpo de Louis ascendió varios grados.
— Me pongo la ropa y…
— No —le dijo con tono autoritario.
— ¿Que no qué? —preguntó incrédulo.
La expresión de Harry se suavizó.
— Preferiría que te vistieras aquí.
— Harry…
— Por favor.
Louis se puso muy nervioso ante la petición. Jamás había hecho algo así en
su vida. Y se sentía avergonzado.
— Por favor, por favor… —volvió a rogarle con una leve sonrisa.
¿Qué persona le diría que no a una expresión como ésa?
Lo miró con recelo.
— No te atrevas a reírte —le dijo mientras abría vacilante la toalla.
Harry miró su pecho con ojos hambrientos.
— Puedes estar completamente seguro de que la risa es lo último que se me
pasa por la mente en estos momentos.
Y entonces, se levantó de la cama y se acercó a la cómoda, donde Louis
guardaba la ropa interior, con los movimientos gráciles de un depredador. Un
extraño escalofrío recorrió la espalda de Louis mientras observaba cómo la mano
de Harry rebuscaba entre su ropa interior hasta encontrar la de seda negra que
Niall le había regalado de broma.
Harry la sacó y se arrodilló en el suelo delante de Louis, con toda la intención
de ayudarlo a ponérselo. Sin aliento y totalmente entregado a la seducción, Louis
miró sus rizos castaños mientras elevaba una pierna para dejar que él le pasara la
prenda por el pie.
Tras sus manos, que deslizaban la seda ascendiendo por su pierna, sus
labios dejaban un reguero de besos que la hicieron estremecerse. Para mayor
devastación de todos sus sentidos, abrió las manos y las colocó sobre sus muslos
con los dedos totalmente extendidos. Y lo que fue aún peor, una vez la prenda
estuviera colocada en su sitio, le acarició levemente entre las piernas antes de
apartarse.
Harry inclinó la cabeza y capturó sus labios. Podía sentir el fuego
consumiéndolo, exigiéndole que lo poseyera. Exigiéndole que aliviara el dolor de su
entrepierna aunque fuese por un instante.
Louis gimió cuando Harry profundizó el beso y se dejó llevar por completo. Harry
lo alzó en brazos para tenderlo sobre la cama. De forma instintiva, Louis le rodeó la
cintura con las piernas y siseó al sentir los duros abdominales presionando sobre su
sexo.
Harry le pasó las manos por la espalda. La visión de su cuerpo húmedo y
desnudo estaba grabada a fuego en su mente. Había llegado a un punto sin retorno
cuando un destello de luz cegadora iluminó la habitación.
Con los ojos doloridos por el resplandor, Harry se separó de Louis.
— ¿Has sido tú? —le preguntó Louis sin aliento, mirándolo arrobado.
Risueño, Harry negó con la cabeza.
— Ojalá pudiera atribuírmelo, pero estoy bastante seguro de que tiene otro
origen.
Echó un vistazo a la habitación y sus ojos se detuvieron sobre la cama.
Parpadeó.
No podía ser…
— ¿Qué es eso? —preguntó Louis, girándose para mirar la cama.
— Es mi escudo —contestó Harry, incapaz de creerlo.
Hacía siglos que no veía su escudo. Atónito, lo contempló fijamente. Estaba
en el mismo centro de la cama y emitía débiles destellos bajo la luz.
Conocía cada muesca y arañazo que había en él; recordaba cada uno de los
golpes que los habían producido.
Temeroso de estar soñando, alargó el brazo para tocar el relieve en bronce
de Atenea y su búho.
— ¿Y tu espada también?
Harry le agarró la mano antes de que pudiera tocarla.
— Ésa es la Espada de Cronos. No la toques jamás. Si alguien que no lleva
su sangre la toca, su piel quedará marcada para siempre con una terrible
quemadura.
— ¿En serio? —preguntó, bajándose de la cama para alejarse de la espada.
— En serio.
Louis miró a la cama con el ceño fruncido.
— ¿Qué hacen aquí?
— No lo sé.
— ¿Y quién los envía?
— No lo sé.
— Pues no me estás ayudando mucho.
Harry no pareció captar su sarcasmo. En lugar de darse por aludido, Louis lo
observó contemplar su escudo. Pasaba la mano sobre él como un padre que mira
con adoración a un hijo largo tiempo perdido.
Cogió su espada y la depositó en el suelo, debajo de la cama.
— No olvides que está aquí —le dijo muy serio—. Ten mucho cuidado de no
tocarla.
Su expresión se volvió más ceñuda al incorporarse. Miró de nuevo el escudo.
— Debe ser obra de mi madre. Sólo ella o uno de sus hijos podrían
enviármelos.
— ¿Y por qué iba a hacerlo?
Harry entrecerró los ojos mientras recordaba el resto de la leyenda que
rodeaba a su espada.
— Estoy seguro de que ha enviado mi espada por si tengo que enfrentarme
con Príapo. La Espada de Cronos también es conocida como la Espada de la
Justicia. No acabará con su vida, pero hará que ocupe mi lugar en el libro.
— ¿Estás hablando en serio?
Harry asintió.
— ¿Puedo tocar el escudo?
— Claro.
Louis pasó la mano sobre las incrustaciones doradas y negras que formaban
la imagen de Atenea y el búho.
— Es muy bonito —dijo, maravillado.
— Liam lo mandó hacer cuando me nombraron General Supremo.
Louis acarició la inscripción grabada bajo la figura de Atenea.
— ¿Qué dice aquí?
— «La muerte antes que el deshonor» —dijo con un nudo en la garganta.
Harry sonrió con melancolía al recordar a Liam junto a él durante las
batallas.
— El escudo de Liam decía: «El botín para el vencedor». Solía mirarme
antes de la lucha, y decir: «Tú te llevas el honor, adelfos (hermano), y yo me quedo con el
botín».
Louis permaneció en silencio al escuchar el extraño tono de su voz.
Intentando imaginar su apariencia con el escudo en alto, se acercó un poco más.
— ¿Liam? ¿El hombre que fue crucificado?
— Sí.
— Lo apreciabas mucho, ¿verdad?
Él sonrió con tristeza.
— Le llevó un tiempo acostumbrarse a mí. Yo tenía dieciochos años cuando su
tío lo asignó a mi tropa, después de advertirme concienzudamente de lo que me
sucedería si dejaba que Su Alteza fuese herido.
— ¿Era un príncipe?
Harry asintió.
— Y no tenía miedo a nada. Apenas si llegaba a los veinte años y luchaba o
se metía en peleas sin estar preparado, sin creer que pudiesen hacerle daño. Me
daba la sensación de que cada vez que me daba la vuelta, tenía que sacarlo a
rastras de algún extraño contratiempo. Pero resultaba muy difícil no apreciarlo. A
pesar de su carácter exaltado, tenía un gran sentido del humor y era completamente
leal. —Pasó la mano por el escudo—. Ojalá hubiese estado allí para poder salvarlo
de los romanos.
Louis le acarició el brazo en un gesto comprensivo.
— Estoy seguro de que los dos juntos habríais sido capaces de salir de
cualquier atolladero.
Los ojos de Harry se iluminaron al escucharlo.
— Cuando nuestros ejércitos marchaban juntos, éramos invencibles. —Tensó
la mandíbula al mirarlo—. Hubiese sido cuestión de tiempo que Roma fuese nuestra.
— ¿Por qué depreciabais tanto al Imperio Romano?
— Juré que destruiría Roma el mismo día que conquistaron Primaria. Liam y
yo fuimos enviados para ayudarlos en la lucha, pero cuando llegamos era
demasiado tarde. Los romanos habían rodeado la ciudad y habían asesinado
salvajemente a todas las mujeres y a los niños. Jamás había visto una carnicería
semejante. —Su mirada se oscureció—. Estábamos intentando enterrar a los
muertos cuando los romanos nos tendieron una emboscada.
Louis se quedó helado al escucharlo.
— ¿Qué ocurrió?
— Derroté a Livio y estaba a punto de matarlo en el momento en que intervino
Príapo. Lanzó un rayo a mi caballo y caí en mitad de las tropas romanas. Estaba
seguro de iba a morir cuando Liam apareció de la nada. Hizo retroceder a Livio
hasta que pude ponerme en pie de nuevo. Livio llamó a sus hombres a retirada y
desapareció antes de que pudiésemos acabar con él.
Louis fue consciente de la proximidad de Harry. Estaba detrás de él, tan
cerca que podía sentir el calor que emanaba de él. Colocó los brazos a ambos lados
de su cuerpo, atrapándolo entre él y la cama, y se apoyó sobre su espalda.
Louis apretó los dientes ante la ferocidad del deseo que lo invadió. Harry no lo
estaba tocando, pero sus sentidos estaban tan desbocados como si sus manos lo
acariciasen. Harry inclinó la cabeza y le mordisqueó el cuello.
La sensación de su lengua sobre la piel consiguió que todas sus hormonas
cobraran vida. Arqueó la espalda mientras un estremecimiento le recorría el
pecho. Si no lo detenía…
— Harry —balbució; su voz no logró trasmitir la advertencia que pretendía.
— Lo sé —susurró él—. Voy de camino a darme una ducha fría.
Mientras salía de la habitación, Louis lo escuchó gruñir una palabra en voz
baja:
— Solo.
Después de desayunar, Louis decidió enseñarle a conducir.
— Esto es ridículo —protestó Harry mientras Louis aparcaba en el
estacionamiento del instituto.
— ¡Venga ya! —se burló Louis—. ¿No sientes curiosidad?
— No.
— ¿Que no?
Harry suspiró.
— Esta bien, un poco.
— Bueno, entonces imagina las historias sobre la gran bestia de acero que
condujiste alrededor de un aparcamiento que podrás contarles a tus hombres
cuando regreses a Macedonia.
Harry la miró perplejo.
— ¿Eso significa que estás de acuerdo con que me marche?
No, quiso gritarle. Pero en lugar de eso, suspiró. En el fondo, sabía que jamás
podría pedirle que abandonara todo lo que había sido para quedarse con él.
Harry era un héroe. Una leyenda.
Jamás podría ser un hombre de carácter tranquilo del siglo veintiuno.
— Sé que no puedo hacer que te quedes conmigo. No eres un cachorrito
abandonado que me ha seguido a casa.
Harry se tensó al escucharlo. Tenía razón. Por eso le resultaba tan difícil
abandonarlo. ¿Cómo podía separarse de la única persona que lo veía como a un
hombre?
No sabía por qué quería enseñarlo a conducir pero, de todas formas, notaba
que se sentía feliz compartiendo su mundo con él. Y, por alguna razón que no quería
analizar demasiado a fondo, le gustaba hacerlo feliz.
— Muy bien. Enséñame a dominar a esta bestia.
Louis salió del coche para que Harry pudiese sentarse en el asiento del
conductor.
Tan pronto como Harry se sentó, Louis hizo una mueca al ver a un hombre, de
casi un metro noventa, encogido para poder acomodarse en un asiento dispuesto
para una persona de uno cincuenta y cinco.
— Lo siento, se me ha olvidado mover el asiento.
— No puedo moverme ni respirar, pero no te preocupes, estoy bien.
Louis se rió.
— Hay una palanca bajo el asiento. Tira de ella y podrás moverlo hacia atrás.
Harry lo intentó, pero el espacio era tan estrecho, que no la alcanzaba.
— Espera, yo lo haré.
Echó la cabeza hacia atrás cuando Louis se inclinó por encima de su muslo y
Puso su pecho sobre su pierna para pasarle el brazo entre las rodillas. Su cuerpo
reaccionó de inmediato, endureciéndose y comenzando a arder.
Cuando Louis apoyó la mejilla sobre su entrepierna al tirar de la palanca, Harry
pensó que estaba a punto de morir.
— ¿Te has dado cuenta de que estás en la posición perfecta para…?
— ¡Harry! —exclamó Louis, retrocediendo para ver el abultamiento de sus
vaqueros. Su rostro adquirió un brillante tono rojo—. Lo siento.
— Yo también —contestó él en voz baja.
Desafortunadamente, todavía tenía que mover el asiento, así que Harry se
vio forzado a soportar la postura una vez más.
Apretando los dientes, alzó un brazo y se agarró al reposacabezas con
fuerza. Era lo único que podía hacer para no ceder a la salvaje lujuria.
— ¿Estás bien? —le preguntó Louis, una vez colocó el asiento en su sitio y
volvió al suyo.
— ¡Claro! —contestó él con tono sarcástico—. Teniendo en cuenta que he
caminado sobre brasas que resultaron menos dolorosas que lo que está soportando
en este momento mi entrepierna, estoy fenomenal.
— Ya te he pedido perdón.
Harry lo miró fijamente.
Louis le dio unas palmaditas en el brazo.
— Venga, ¿llegas bien a los pedales?
— Me encantaría llegar a…
— ¡Harry! —exclamó de nuevo Louis. Era un hombre verdaderamente
libidinoso—. ¿Quieres concentrarte?
— De acuerdo, ya me estoy concentrando.
— En mi, no.
Harry bajó la mirada hacia el regazo de Louis.
— Ni ahí tampoco.
Para su sorpresa, hizo un puchero semejante al de un niño enfadado. La
expresión era tan extraña en él que Louis no tuvo más remedio que reírse de
nuevo.
— Vale —le dijo Louis—. El pedal que está a tu izquierda, es el embrague; el
del medio es el freno y el de la derecha, el acelerador. ¿Te acuerdas de lo que te
explicado sobre ellos?
— Sí.
— Bien. Ahora, lo primero que tienes que hacer es apretar el embrague y
meter la marcha. —Y diciendo esto, colocó la mano sobre la palanca de cambios,
situada entre los dos asientos, y le enseñó cómo debía moverla.
— En serio, Louis. No deberías acariciar eso de esa forma delante de mí. Es
una crueldad por tu parte.
— ¡Harry! ¿Te importaría prestar atención? Estoy intentando enseñarte a
cambiar de marcha.
Él resopló.
— Ojalá me cambiaras a mí las marchas del mismo modo.
Con un brillo malicioso en los ojos, soltó el embrague antes de la cuenta y el
coche se caló.
— Se supone que esto no debería pasar, ¿verdad? —preguntó.
— No, a menos que quieras tener un accidente.
Él suspiró y lo intentó de nuevo.
Una hora más tarde, después que se las hubiera arreglado para dar una
vuelta alrededor del estacionamiento sin golpear los postes y sin que el coche se le
calara, Louis se dio por vencido.
— Menos mal que fuiste mejor general que conductor.
— Ja, ja —exclamó él sarcásticamente, pero con un brillo en la mirada que
indicó a Louis que no estaba ofendido—. Lo único que alegaré en mi defensa es
que el primer vehículo que conduje fue un carro de guerra.
Louis le sonrió.
— Bueno, en estas calles no estamos en guerra.
Con una mirada escéptica, él le respondió:
— Yo no diría eso después de haber visto las noticias de la noche. —Apagó el
motor—. Creo que dejaré que conduzcas un rato.
— Muy inteligente por tu parte. No puedo permitirme comprar un coche nuevo
de ninguna forma.
Salió del coche para cambiar de asiento; pero al cruzarse a la altura del
maletero, Harry lo sostuvo para darle un beso tan tórrido que Louis acabó mareado. Él
le cogió las manos y las sostuvo sobre sus estrechas caderas mientras
mordisqueaba sus labios.
¡Santo Dios! Una persona podía acostumbrarse a eso con mucha facilidad.
Mucha, mucha facilidad.
Harry se separó.
— ¿Quieres llevarme a casa para que te mordisquee otras cosas?
Sí, eso era lo que quería. Y por eso no se atrevía. De hecho, el beso lo había
dejado tan trastornado que no podía ni hablar.
Harry sonrió ante la mirada extraviada y hambrienta de Louis. Estaba
observando sus labios como si aún pudiese saborearlos. En ese momento, lo deseó
más que nunca. Deseó poder arrancarle la camisa, una vez estuviera tendido sobre él.
Cómo deseaba estar de regreso en su casa donde pudiese quitarle los
pantalones y escuchar sus dulces murmullos de placer mientras él le…
— El coche —dijo Louis, parpadeando como si despertara de un sueño—.
Íbamos a entrar en el coche.
Harry le dio un pequeño beso en la mejilla.
Una vez dentro del coche y con los cinturones de seguridad abrochados,
Louis lo miró de soslayo.
— ¿Sabes una cosa? Creo que hay dos cosas de aquí que deberías experimentar.
— En primer lugar, tengo que poseerte en un…
— ¿Es que no vas a parar?
Harry se aclaró la garganta.
— Está bien. ¿Cuál es tu lista?
— Bourbon Street y la música moderna. Y de una de ellas nos podemos
encargar ahora mismo. —Y puso la radio.
Se rió al reconocer Hot Blooded de Foreigner. Qué apropiado, dado su pasajero.
Harry lo escuchó, pero no pareció muy impresionado.
Louis cambió la emisora.
Él frunció el ceño.
— ¿Qué has hecho?
— He cambiado de emisora. Lo único que hay que hacer es apretar los
botones.
Él jugueteó y cambió de emisora un rato, hasta que encontró Love Hurts de
Nazareth.
— Vuestra música es interesante.
— ¿Te hace añorar la tuya?
— Dado que la mayoría de la música que escuchaba procedía de las
trompetas y los tambores que nos acompañaban a la batalla, no. Creo que soy
capaz de apreciar esto.
— ¿El qué? —preguntó Louis juguetón—. ¿La música o el hecho de que el
amor hace daño?
El rostro de Harry adquirió una expresión seria, dejando de lado el humor.
— Puesto que no he conocido nunca lo que es el amor, no sabría decirte si
hace daño o no. Pero me imagino que ser amado no debe hacer tanto daño como el
no serlo.
El pecho de Louis se encogió ante sus palabras.
— Entonces —dijo Louis cambiando de tema—, ¿qué quieres hacer cuando
regreses a tu casa?
— No lo sé.
— Probablemente irás a darle una buena patada en el culo a Escipión,
¿verdad?
Él se rió ante la idea.
— Ya me gustaría.
— ¿Por qué? ¿Qué te hizo?
— Se cruzó en mi camino.
Vale, no era eso lo que él esperaba escuchar.
— Y a ti no te gusta que nadie se cruce en tu camino, ¿cierto?
— ¿Te gusta a ti?
Louis sopesó la pregunta antes de responder.
— Supongo que no.
Para cuando llegaron a Bourbon Street, la calle había sido invadida por la
multitud típica de un domingo por la tarde. Louis se abanicó el rostro, luchando
contra el intenso calor.
Miró a Harry, que apenas si sudaba; las gotitas de sudor le conferían un
nuevo atractivo. El pelo húmedo se le rizaba alrededor de la cara y con esas gafas
oscuras… ¡Ooooh, Señor!
Por supuesto que su atractivo quedaba aún más enfatizado gracias a la
camiseta blanca, de mangas cortas, que se le adhería a los hombros y a la tableta
de chocolate que tenía por abdominales. Mientras dejaba que su mirada vagara
hasta el botón de sus vaqueros, deseó haberle comprado unos más anchos.
Pero dado su seductor modo de andar, que decía mucho acerca de su
confianza en sí mismo, Louis dudaba mucho de que unos vaqueros más anchos
pudiesen ocultar tan tremenda sensualidad.
Harry se detuvo al pasar junto a un club de striptease. A su favor Louis tuvo
que admitir que ni siquiera jadeó al mirar a las mujeres tan escandalosamente
vestidas, que se contoneaban tras el cristal, pero su sorpresa fue bastante evidente.
Mirándole como si quisiera devorarlo, una exótica bailarina se mordió el labio
inferior y se pasó la lengua por él de forma sugerente, mientras se tocaba los
pechos. Le hizo un gesto con un dedo para que entrara al local.
Harry se dio la vuelta.
— Nunca habías visto algo así, ¿verdad? —preguntó Louis, intentando
disimular el malestar que sentía ante los gestos de la mujer, y el alivio que lo invadió
al ver la reacción de Harry.
— Roma —contestó simplemente.
Louis se rió.
— No eran tan decadentes, ¿o sí?
— Te sorprendería saber cuánto. Por lo menos aquí nadie hace una orgía
en… —y su voz se perdió al pasar junto a una pareja que se lo estaba montando en
una esquina—. Déjalo.
Louis se rió a carcajadas.
— ¡Ooooh Señor! —exclamó una prostituta, al pasar junto a otro club,
haciendo un gesto a Harry—. Entra y te lo hago gratis.
Él meneó la cabeza sin detenerse. Louis lo cogió de la mano y lo detuvo.
— ¿Se comportaban así las mujeres antes de la maldición?
Él asintió.
— Por eso el único amigo que tuve fue Liam. Los hombres que conocía no
podían aguantar la atención que me prestaban; las mujeres me perseguían allí
donde estuviésemos, intentando arrancarme la armadura.
Louis se detuvo a pensar por un momento.
— Y tú no estás seguro de que todas esas mujeres te amaran, ¿verdad?
Lo miró con una chispa de diversión.
— El amor y la lujuria no son lo mismo. ¿Cómo puedes amar a alguien a
quien no conoces?
— Supongo que tienes razón.
Siguieron caminando por la calle.
— Cuéntame cosas sobre tu amigo. ¿Por qué no le importaba que las
mujeres se quedaran con la boca abierta al verte?
Harry sonrió, mostrando sus hoyuelos.
— Liam estaba profundamente enamorado de su esposa, y no le importaba
ninguna otra mujer. Jamás me vio como un competidor.
— ¿Conociste a su esposa?
Harry negó con la cabeza.
— Aunque nunca lo hablamos, creo que los dos intuíamos que sería una mala
idea.
Louis percibió el cambio en su rostro. Estaba recordando a Liam, seguro.
— Te culpas por lo que le sucedió, ¿verdad?
Él apretó los dientes mientras imaginaba lo que debía haber sentido su amigo
al ser capturado por los romanos. Considerando las ganas que habían tenido de
atraparlos a ambos, no había duda de lo que lo habían hecho sufrir antes de
matarlo.
— Sí —contestó en voz baja—. Sé que tengo la culpa. Si no hubiese
despertado la ira de Príapo, habría estado allí para ayudar a Liam a luchar contra
ellos. Y sabía con absoluta certeza que la desgracia de Liam provenía del hecho
de haber sido tan estúpido como para ser su amigo.
Lanzó un suspiro.
— Una vida brillante que no debería haber acabado así. Si tan sólo hubiese
aprendido a controlar su osadía, habría llegado a ser un magnífico gobernador —
dijo, cogiendo la mano de Louis y dándole un ligero apretón.
Caminaron en silencio, mientras Louis intentaba pensar en el modo de
animarlo.
Al pasar por la Casa del Vudú de Marie Laveau, Louis se detuvo y lo arrastró al
interior.
Le explicó los orígenes del vudú mientras recorrían el museo de miniaturas.
— ¡Uuuh! —dijo cogiendo un muñeco de vudú de una estantería—. ¿Quieres
vestirlo como Príapo y clavarle unos cuantos alfileres?
Harry se rió.
— ¿Por qué no imaginarnos que es Rodney Carmichael?
Louis suprimió una sonrisa.
— Eso sería muy poco profesional por mi parte, ¿no es cierto?... Pero me
resulta muy tentador.
Dejó el muñeco en su sitio y se fijó en el mostrador de cristal, donde estaban
colocados los amuletos y la bisutería. Justo en el centro, había un collar de cuentas
negras, azules y verdes, trenzadas de un modo tan intrincado que daban la
sensación de ser un delgado hilo negro.
— Trae buena suerte a quien lo lleva —le dijo la vendedora al percibir el
interés de Louis—. ¿Le gustaría verlo de cerca?
Louis asintió.
— ¿Funciona?
— ¡Sí! Está trenzado siguiendo un poderoso diseño.
Louis no estaba muy seguro de que debiera creérselo; pero entonces recordó
que, hacía apenas una semana, jamás habría creído que dos peersonas borrachas
pudieran devolver a la vida a un general Macedonio.
Pagó a la mujer y se acercó a Harry.
— Agáchate —le dijo.
Harry lo miró con escepticismo.
— ¡Vamos! —le acució Louis—. Dame el gusto, anda.
La vendedora se rió al ver a Louis colocarle el amuleto a Harry en el cuello.
— Ese chico no necesita ningún tipo de suerte para aumentar su encanto. Lo
que necesita es un hechizo que disperse la atención de todas esas mujeres que le
están mirando el trasero ahora que está agachado.
Louis miró por encima del hombro de Harry y observó a tres mujeres que
babeaban al mirarle el culo. Por primera vez, sintió un horrible ramalazo de celos.
Pero la sensación se evaporó por completo cuando Harry le dio un cariñoso
beso en la mejilla antes de incorporarse. Con una mirada diabólica, le pasó un brazo
alrededor de los hombros en un gesto posesivo.
Al pasar junto a las mujeres, Louis no pudo suprimir un travieso impulso. Se
detuvo junto a ellas y las interpeló.
— Por cierto, desnudo está muchísimo mejor.
— Y tú que no pierdes oportunidad de comprobarlo, cariño —comentó Harry
mientras se ponía las gafas de sol y comenzaba a andar con el brazo aún sobre sus
hombros.
Louis le pasó la mano por la cintura y la metió en el bolsillo delantero del
pantalón, mientras Harry lo atraía más hacia su cuerpo.
— ¿Sabes una cosa? —le susurró al oído—. Si bajases la mano un poquito
más, no me importaría en absoluto.
Louis le dio un pequeño apretón, pero dejó la mano donde estaba.
Las miradas de envidia de las mujeres los persiguieron mientras se alejaban
caminando por la acera.
Para cenar, Louis llevó a Harry a la Marisquería de Mike Anderson. Hizo una
mueca al ver que depositaban un plato de ostras para Harry sobre la mesa.
— ¡Puaj! —exclamó Louis cuando él se comió una.
Muy ofendido, Harry resopló.
— Están deliciosas.
— Para nada.
— Eso es porque no sabes cómo tienes que comerlas.
— Claro que sé. Abres la boca y dejas que ese bicho viscoso se deslice por tu
garganta.
Harry bebió un trago de su cerveza.
— Ésa es una forma de comerlas.
— Así acabas de hacerlo tú.
— Cierto, pero ¿no te gustaría probar otro modo?
Louis se mordió el labio, indeciso. Algo en el comportamiento de Harry le
indicaba que podía ser peligroso aceptar su desafío.
— No sé.
— ¿Confías en mí?
— No mucho —resopló Louis.
Él se encogió de hombros y dio otro trago a la cerveza.
— Tú te lo pierdes.
— ¡Vale, está bien! —se rindió él, demasiado curioso como para continuar
negándose—. Pero si me dan arcadas, recuerda que te lo advertí.
Harry tiró de la silla de Louis con los talones hasta colocarlo a su lado, tan
cerca que sus muslos se rozaban. Se secó las manos en los vaqueros, y cogió la
ostra más pequeña.
— Muy bien entonces —le susurró al oído y le pasó el otro brazo por los
hombros—. Echa la cabeza hacia atrás.
Louis obedeció. Harry deslizó los dedos por su garganta, causándole una oleada
de escalofríos. Louis tragó, sorprendido por la ternura de sus caricias. Sorprendido por
lo bien que se sentía con él a su lado.
— Abre la boca —le dijo en voz baja, mientras le rozaba el cuello con la nariz.
Louis volvió a obedecer.
Harry dejó que la ostra resbalara hasta su boca. Cuando Louis la tragó y
comenzó a bajar por su garganta, Harry pasó la lengua por su cuello en dirección
contraria.
Louis se estremeció ante la inesperada sensación. Los pezones se le
endurecieron y un millón de escalofríos recorrieron su piel. ¡Era increíble! Y por
primera vez, no le importó para nada el sabor de la ostra.
— ¿Te ha gustado? —le preguntó, juguetón.
Louis no pudo evitar sonreír.
— Eres incorregible.
— Eso intento.
— Y lo consigues a las mil maravillas.
Antes de que Harry pudiera responder, sonó su teléfono móvil.
— ¡Puf! —resopló mientras lo sacaba de su bolsillo. Quienquiera que fuese, ya
podía tener algo importante que decirle.
Contestó.
— ¿Louis?
Louis se encogió al escuchar la voz de Rodney.
— Señor Carmichael, ¿cómo ha conseguido este número de teléfono?
— Estaba apuntado en tu Rodolex. Vine a tu casa a verte, pero no estás —y
suspiró—. Estaba deseando pasar el día contigo. Tenemos una conversación
pendiente. Pero no pasa nada. Puedo reunirme contigo, ¿estás en el Barrio Francés
con tu amigo el vidente?
El miedo lo paralizó.
— ¿Cómo conoce a mi amigo?
— Sé muchas cosas de ti, Louis. ¡Mmm! —masculló en voz baja—. Perfumas
los cajones de tu ropa interior.
El terror lo poseyó por completo y no pudo moverse. Comenzaron a temblarle
las manos.
— ¿Está en mi casa?
Podía oír cómo abría y cerraba los cajones de su cómoda, a través del
teléfono. De repente, el tipo soltó una maldición.
— ¡Maldito! —espetó Rodney—. ¿Quién es él? ¿Con quién coño te has estado
acostando?
— Eso es…
La comunicación se cortó.
Louis estaba temblando, tanto que apenas si podía respirar cuando colgó el
teléfono.
— ¿Qué sucede? —le preguntó Harry, con el ceño fruncido por la
preocupación.
— Rodney está en mi casa —le dijo con voz temblorosa. Marcó de inmediato
el número de la policía para notificarlo.
— Nos encontraremos allí —le informó el agente—. No entre en su domicilio
hasta que lleguemos.
— No se preocupe, no lo haré.
Harry le cogió las manos.
— Estás temblando.
— ¡No me digas! Resulta que tengo a un psicópata metido en mi casa,
olfateando mi ropa interior e insultándome. ¿Por qué iba a temblar?
Sus ojos de verde profundo lo tranquilizaron con una mirada protectora. Le
apretó las manos suavemente.
— Sabes que no voy a permitir que te haga daño.
— Te lo agradezco mucho, Harry. Pero este hombre está…
— Muerto si se acerca a ti. Sabes que no te abandonaré.
— Por lo menos no hasta la próxima luna llena.
Harry apartó la mirada y Louis asimiló la verdad.
— No pasa nada —dijo Louis con valentía—. Puedo hacerme cargo de esto, de
verdad. He estado solo durante años. Ésta no es la primera vez que un cliente me
acosa. Y dudo mucho que vaya a ser el último.
Los ojos de Harry lanzaron llamaradas verdes cuando lo miró.
— ¿Cuántos de tus pacientes te han acosado?
— No es tu problema, sino el mío.
Harry siguió mirándolo como si estuviese a punto de estrangularlo.

el dios de lo placentero /LSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora