Louis hizo lo que cualquier persona que se encuentra a un hombre desnudo en
su salita de estar hubiese hecho: gritar.
Y después, salir corriendo hacia la puerta.
Sólo que se olvidó de los cojines que habían amontonado en el suelo y que
aún estaban allí. Se tropezó con unos cuantos y cayó de bruces.
¡No! Gritó mentalmente mientras aterrizaba de forma poco elegante y
dolorosa. Tenía que hacer algo para protegerse.
Temblando de pánico, se abrió paso entre los cojines mientras buscaba un
arma. Al sentir algo duro bajo la mano lo cogió, pero resultó ser uno de sus zapatos azules con forma de dinosaurio.
¡Joder! Por el rabillo del ojo vio la botella de vino. Rodó hacia ella y la cogió;
entonces se giró para enfrentar al intruso.
Más rápido de lo que él hubiese podido esperar, el hombre cerró sus cálidos
dedos alrededor de su muñeca y lo inmovilizó con mucho cuidado.
— ¿Te has hecho daño? —le preguntó.
¡Santo Dios!, su voz era profundamente masculina y tenía un melodioso y
marcado acento que sólo podía describirse como musical. Erótico. Y francamente
estimulante.
Con todos los sentidos embotados, Louis miró hacia arriba y…
Bueno…
Para ser honestos, sólo vio una cosa. Y lo que vio hizo que las mejillas le
ardieran más que un Cajun gumbo. Después de todo, cómo no iba a verlo si estaba al alcance de su mano. Y además, con semejante tamaño.
Al momento, el tipo se arrodilló a su lado, con mucha ternura le apartó el pelo
de la frente y pasó las manos por su cabeza en busca de una posible herida.
Louis se recreó con la visión de su pecho. Incapaz de moverse ni de mirar
otra cosa que no fuese aquella increíble piel, sintió la urgencia de gemir ante la
intensa sensación que los dedos de aquel tipo le estaban provocando en el pelo. Le ardía todo el cuerpo.
— ¿Te has golpeado la cabeza? —le preguntó él.
De nuevo, ese magnífico y extraño acento que reverberaba a través de su
cuerpo, como una caricia cálida y relajante.
Louis miró con mucha atención aquella extensión de piel blanca,
que parecía pedirle a gritos a su mano que la tocara.
¡El tipo prácticamente resplandecía!
Fascinado, deseó verle el rostro y comprobar por sí mismo que era tan
increíble como el resto de su cuerpo.
Cuando alzó la mirada más allá de los esculturales músculos de sus hombros,
se quedó con la boca abierta. Y la botella de vino se deslizó entre sus adormecidos dedos.
¡Era él!
¡No!, no podía ser.
Esto no podía estar sucediéndole a él, y él no podía estar desnudo en su
sala de estar con las manos enterradas en su pelo. Este tipo de cosas no pasaban
en la vida real. Especialmente a las personas equilibradas como él.
Pero aun así…
— ¿Harry? —preguntó sin aliento.
Tenía la poderosa y definida constitución de un gimnasta. Sus músculos eran
duros, prominentes y magníficos, y muy bien definidos; tenía músculos hasta en
lugares donde ni siquiera sabía que se podían tener. En los hombros, los bíceps, en los antebrazos; en el pecho, en la espalda. Y del cuello hasta las piernas.
Cualquier músculo que se le antojara, se abultaba con una fuerza ruda y
totalmente masculina.
Hasta “aquello” había comenzado a abultarse.
El pelo le caía a la buena de Dios en una melena rrizada, y le enmarcaba
un rostro sin rastro de barba, que parecía haber sido esculpido en granito.
Increíblemente guapo y cautivador, sus rasgos no resultaban femeninos ni
delicados. Pero definitivamente, robaban el aliento.
Los sensuales labios se curvaban en una leve sonrisa que dejaba a la vista un
par de hoyuelos en cada una de sus blancas mejillas.
Y sus ojos.
¡Dios mío!
Tenían un magnifico verde esmeralda . Resultaban abrasadores de tan intensos, y
reflejaban inteligencia. Louis tenía la sensación de que aquellos ojos podían
realmente resultar letales.
O al menos, devastadores.
Y él se sentía realmente devastado en esos momentos. Cautivado por un
hombre demasiado perfecto para ser real.
Vacilante, extendió la mano para colocarla sobre su brazo. Se sorprendió
mucho cuando no se evaporó, demostrando que no era una alucinación etílica.
No, ese brazo era real. Real, duro, y cálido. Bajo aquella piel que su mano
tocaba, un poderoso músculo se flexionó, y el movimiento hizo que su corazón
comenzara a martillearle con fuerza.
Atónito, no podía hacer otra cosa que mirarlo.
Harry alzó una ceja, intrigado. Nunca antes una persona había salido huyendo
de él. Ni lo había dejado de lado después de haberlo invocado.
Todas las demás personas habían esperado ansiosas a que él tomara forma y se
habían lanzado directamente a sus brazos, exigiéndole que las complaciera.
Pero él no…
Era distinto.
En sus labios cosquilleaba una sonrisa mientras deslizaba los ojos por el
cuerpo de aquel hombre. Una melena castaña, y sus ojos tenían el color azul pálido del mar, con motitas de color plata y verde que brillaban con calidez e inteligencia.
Tenía una bronceada y suave piel. Era tan adorable como su suave e insinuante voz. No es que eso importase demasiado.
Sin tener en cuenta cuál fuese su apariencia, él estaba allí para servirlo
sexualmente. Para perderse al saborear aquel cuerpo, y tenía toda la intención de
hacer precisamente eso.
— Vamos —le dijo sujetándolo por los hombros—. Déjame ayudarte.
— Estás desnudo —murmuró Louis mirándole de arriba abajo, totalmente
perplejo, mientras se ponían en pie—. Estás muy desnudo.
Él hizo a un lado unos cuantos mechones castaños que estorbaban en su frente.
— Lo sé.
— ¡Estás desnudo!
— Sí, creo que ya lo hemos dejado claro.
— Estás tan contento, y desnudo.
Confundido, Harry frunció el ceño.
— ¿Qué?
Louis miró su erección.
— Estás “contento” —le dijo con una intencionada mirada—. Y estás desnudo.
Así le llamaban entonces en este siglo. Debería recordarlo.
— ¿Y eso te hace sentir incómodo? —le preguntó, asombrado por el hecho
de que a alguien le preocupara su desnudez, cosa que jamás había sucedido
anteriormente.
— ¡Bingo!
— Bueno, conozco un remedio —dijo Harry, bajando el timbre de su voz
mientras miraba la camisa de Louis y los endurecidos pezones que se marcaban a
través de la tela. No podía esperar más para ver esos pezones.
Para saborearlos.
Se acercó para tocarlo.
Louis se alejó un paso con el corazón desbocado. Esto no era real. No podía
serlo. Estaba borracho y tenía alucinaciones. O quizás se había golpeado la cabeza con la mesita del sofá y estaba desangrándose, muriéndose poco a poco.
¡Sí, eso era! Eso tenía sentido.
Por lo menos, tenía más sentido que aquel palpitante estremecimiento que
hacía que su cuerpo ardiera. Un estremecimiento que le pedía que se lanzara al
cuello de aquel tipo.
Y de justos era decir que tenía un bonito cuello.
“Cuando tengas una fantasía, muchacho, es que definitivamente estás
agotado. Seguramente habrás estado trabajando más de la cuenta, y estás
empezando a llevarte a casa los sueños de tus pacientes.”
Harry se acercó a él y le encerró el rostro entre sus fuertes manos. Louis
no podía moverse. Se limitó a dejar que le alzara la cabeza hasta que pudo mirar de frente aquellos penetrantes ojos, que con toda seguridad podrían leerle el alma. Lo hipnotizaban como los de un mortífero depredador sosegando a su presa.
Louis se estremeció bajo su abrazo.
Y entonces, unos ardientes y exigentes labios cubrieron los suyos. Louis
gimió en respuesta. Había escuchado hablar toda su vida de besos que hacían
flaquear las rodillas, pero ésta era la primera vez que le sucedía a él.
¡Oh! Aquel hombre olía estupendamente, daba gusto tocarle y, además, sabía
muchísimo mejor.
Por propia iniciativa, sus brazos envolvieron aquellos amplios y fuertes hombros. El calor del pecho del hombre se introdujo en su cuerpo, incitándolo con la
erótica y sensual promesa de lo que vendría a continuación. Y mientras tanto, Harry se dedicaba a embelesarlo con sus labios con tanta maestría como un vikingo con la intención de arrasarlo todo a su paso.
Cada centímetro de su magnífico cuerpo estaba íntimamente pegado al suyo,
acariciándolo con la intención de despertar todos sus instintos. ¡Oh Dios!
Su presencia lo estimulaba como ningún otro hombre lo había hecho jamás. Deslizó la mano por los esculturales músculos de su espalda y suspiró cuando sintió que se movían bajo su mano.
Louis decidió en aquel preciso instante que si era un sueño, definitivamente
no quería que sonara el despertador.
Ni el teléfono
Ni…
Las manos de Harry acariciaron su espalda antes de agarrarlo por las nalgas
y acercar más sus caderas, mientras su lengua seguía danzando en su boca. El
aroma a sándalo inundaba sus sentidos.
Con el cuerpo derretido, exploró los duros y firmes músculos de su espalda
desnuda, mientras los largos mechones de él le rozaban las manos en una erótica
caricia.
Harry sintió que su cabeza daba vueltas con el cálido roce de Louis, con la
sensación de sus brazos envolviéndolo mientras sus propias manos recorrían su
suave y bronceada piel, un deleite para el hambriento.
Cómo le gustaban los sonidos inarticulados con los que Louis provocativamente
le respondía. Mmm, estaba deseando oírlo gritar de placer. Ver cómo su cabeza
caía hacia atrás mientras su cuerpo se convulsionaba espasmo tras espasmo
envolviendo su miembro.
Hacía muchísimo tiempo que no sentía las caricias de una persona. Mucho
tiempo desde que no gozaba del más mínimo contacto humano.
Sentía un deseo candente que le recorría todo el cuerpo; si ésta fuese su
primera vez, devoraría a Louis como a un trozo de chocolate. Lo tumbaría y gozaría de él como un hambriento invitado a un banquete.
Pero tenía que esperar a que se acostumbrara un poco a él.
Muchos siglos atrás, había aprendido que las personas siempre se
desvanecían tras su primera unión. Definitivamente, no quería que Louis se
desmayara.
Al menos todavía.
No obstante, no podía esperar un minuto más para poseerlo.
Lo tomó en brazos y se encaminó hacia la escalera.
En un principio, Louis no reaccionó, perdido como estaba en la sensación de
aquellos fuertes brazos que la rodeaban con pasión; su mente estaba totalmente
centrada en el hecho de que un hombre lo hubiera levantado del suelo y no hubiese gruñido por el esfuerzo. Pero al pasar junto a la enorme piña que decoraba el pasamanos de la escalera, salió de su ensimismamiento con un sobresalto.
— ¡Eh! —le soltó agarrándose a la piña de caoba tallada como si se
tratara de un salvavidas—. ¿Dónde crees que me llevas?
Harry se detuvo y lo miró con curiosidad. En ese momento, Louis fue consciente
de que un hombre tan alto y poderoso como aquél, podría hacer lo que le apeteciese con él y sería inútil intentar detenerlo.
Un estremecimiento de terror lo sacudió.
Sin embargo, por muy peligrosa que la situación fuese, una parte de él no
estaba asustada. Algo en su interior le decía que ese hombre jamás le haría daño
intencionadamente.
— Te llevo a tu dormitorio, donde podemos acabar lo que hemos empezado
—dijo llanamente, como si estuviesen hablando del tiempo.
— Me parece que no.
Harry encogió aquellos hombros, maravillosamente amplios.
— ¿Prefieres las escaleras entonces?, ¿o quizás el sofá? —se detuvo y echó
un vistazo alrededor de su casa, como si estuviese considerando las opciones—. No es mala idea, en realidad. Hace mucho que no poseo a alguien en un…
— ¡No, no, no! El único sitio donde vas a “poseerme” es en tus sueños. Y ahora
déjame en el suelo antes de que me enfade de verdad.
Para su asombro, Harry obedeció.
Comenzó a sentirse un poco mejor una vez que sus pies tocaron tierra firme y
subió dos escalones.
Ahora estaban frente a frente, y casi a la misma altura; bueno, si es que
alguien podía estar alguna vez a la altura de un hombre con semejante autoridad e
innato poder.
De pronto, el impacto de su presencia la golpeó con intensidad.
¡Era real!
¡Cielos!, Niall y él habían conseguido convocarlo y traerlo a este mundo.
Con el rostro impasible y sin la más ligera muestra de que la situación lo
divirtiera, Harry lo miró directamente a los ojos.
— No entiendo por qué estoy aquí. Si no quieres sentirme dentro de ti, ¿por
qué me has convocado?
Estuvo a punto de gemir al escuchar sus palabras. Y más aún cuando la
visión de su cuerpo dorado, esbelto y poderoso introduciéndose en él le pasó por
la mente.
¿Qué se sentiría cuando un hombre tan increíblemente delicioso te hacía el
amor durante toda la noche?
Estaba claro que Harry sería delicioso en la cama. No cabía duda. Con la
destreza y agilidad que caracterizaban sus movimientos, no hacía falta decir lo
fenomenalmente bien que…
Louis se puso tenso ante el rumbo de sus pensamientos. ¿Qué pasaba con
este hombre?
Jamás en su vida había sentido un deseo sexual como el que sentía en esos
momentos. ¡Nunca! Literalmente hablando, lo tumbaría en el suelo y se lo comería
entero.
No tenía sentido.
Se había acostumbrado, con el paso de los años, a que le describieran
innumerables encuentros sexuales de la forma más gráfica; algunos de sus
pacientes incluso intentaban conmocionarlo o excitarlo.
Ni una sola vez habían conseguido su propósito.
Pero cuando se trataba de Harry, lo único que tenía en mente era cogerlo,
echarlo en el suelo y subírsele encima.
Ese pensamiento, tan impropio de él, le devolvió la sensatez.
Abrió la boca para responder su pregunta, y no dijo nada. ¿Qué iba a hacer
con este hombre?
Aparte de “aquello”.
Movió la cabeza con incredulidad.
— ¿Qué se supone que voy a hacer contigo?
Los ojos de Harry se oscurecieron por la lujuria e intentó tocarlo de nuevo.
¡Oh, sí!, le pedía su cuerpo, por favor, tócame por todos sitios.
— ¡Para! —espetó, dirigiéndose tanto a Harry como a sí mismo; se negaba a
perder el control. La cordura gobernaría la situación, no las hormonas. Ya había
cometido ese error una vez, y no estaba dispuesto a repetirlo.
Subió de un salto un escalón más y miró a Harry directamente a los ojos. ¡Jesús,
María y José!, era fantástico. El cabello castaño le caía en ondas hasta el comienzo de su cuello.
Las cejas, de color castaño oscuro, se arqueaban sobre unos ojos fascinantes
a la par que terroríficos. Y esos ojos lo estaban mirando con más pasión de la que
debieran.
En ese momento desearía poder matar a Niall, sin ninguna duda.
Pero no tanto como le gustaría meterse en la cama con este hombre y clavar
los dientes en esa piel dorada.
¡Déjalo ya!
— No entiendo lo que sucede —dijo Louis al fin. Tenía que pensar; descubrir lo que debía hacer—. Necesito sentarme un minuto y tú… —deslizó los ojos sobre el
magnífico cuerpo—. Tú necesitas taparte.
Harry puso una expresión crispada. Era la primera vez en toda su existencia
que alguien le decía eso.
De hecho, todos a los que había conocido antes de la maldición, no habían hecho otra cosa que intentar arrancarle la ropa. Lo más rápido posible. Y
después de la maldición, sus invocadores habían dedicado días enteros a
contemplar su desnudez mientras pasaban las manos por su cuerpo, saboreando su presencia.
— Quédate aquí un momento —le dijo Louis antes de subir a toda prisa las
escaleras.
Harry observó el vaivén de sus caderas mientras subía los peldaños y su
miembro se endureció al instante. Echó un vistazo a su alrededor con los dientes
apretados, en un intento por ignorar el ardor que sentía en la entrepierna. La clave
estaba en la distracción; al menos hasta que él claudicara.
Lo cual no tardaría en ocurrir. Ninguna persona podía negarse por mucho
tiempo el placer de tenerlo.
Con una amarga sonrisa ante aquella idea, contempló la casa.
¿En qué lugar y en qué época se encontraba?
No sabía cuánto tiempo había estado atrapado. Lo único que recordaba era el
sonido de las voces a lo largo del tiempo, el sutil cambio de los acentos y de los
dialectos según pasaban los años.
Mirando la luz que se encontraba sobre su cabeza, frunció el ceño. No había
ninguna llama. ¿Qué era esa cosa? Los ojos se le llenaron de lágrimas, irritados, y
desvió la vista.
Eso debía ser una bombilla, decidió.
«Oye, necesito cambiar la bombilla. Hazme el favor de darle al interruptor que
está junto a la puerta, ¿vale?»
Mientras recordaba las palabras del dueño de la librería, miró hacia la puerta
y vio lo que supuestamente debía ser el interruptor. Harry se alejó de las escaleras y apretó el pequeño dispositivo. De inmediato, las luces se apagaron. Volvió a
encenderlas.
Sonrió sin proponérselo. ¿Qué otras maravillas le aguardaban en esta época?
— Aquí tienes.
Harry miró a Louis que estaba en la parte superior de la escalera. Le arrojó
un largo rectángulo de tela verde oscuro. La sostuvo sobre el pecho mientras la
incredulidad lo dejaba perplejo.
¿Había dicho en serio lo de cubrirle?
Qué extraño. Frunciendo más el ceño, se envolvió las caderas con la tela.
Louis esperó hasta que se alejó de la puerta para mirarlo de nuevo. Gracias
a Dios, por fin estaba tapado. No era de extrañar que los victorianos insistieran tanto en el asunto de las hojas. Era una pena no tener unas cuantas en el patio.
Lo único que crecía allí eran unos cuantos acebos, y dudaba mucho que él apreciara sus hojas.
Louis se encaminó hacia la sala y se sentó en el sofá.
— Ayúdame, Niall —suspiró—. Me las pagarás por esto.
Y entonces, Harry se sentó a su lado, revolucionando todas las hormonas de su
cuerpo con su presencia.
Mientras se movía hasta la otra punta del sofá, Louis le miró cautelosamente.
— Así que… ¿para cuánto tiempo has venido?
¡Oh, qué buena pregunta, Louis! ¿Por qué no le preguntas por el tiempo o le
pides un autógrafo ya que te pones? ¡Jesús!
— Hasta la próxima luna llena —sus gélidos ojos dieron muestras de un
pequeño deshielo. Y, mientras deslizaba su mirada por todo su cuerpo, el hielo se
transformó en fuego en décimas de segundo. Se inclinó sobre Louis para tocarle la
cara. Louis se incorporó de un salto y puso la mesita del café como barrera de
separación.
— ¿Me estás diciendo que tengo que aguantarte durante todo un mes?
— Sí.
Conmocionado, Louis se pasó la mano por los ojos. No podía entretenerlo
durante un mes. ¡Un mes entero, con todos sus días! Tenía obligaciones,
responsabilidades. Hasta tenía que buscar un pasatiempo.
— Mira —le dijo—. Lo creas o no, tengo una vida en la que no estás incluido.
Sabía, por la expresión de su rostro, que a él no le importaban sus palabras.
En absoluto.
— Si crees que estoy encantado de estar aquí contigo, estás
lamentablemente equivocado. Te aseguro que no elegí venir.
Sus palabras consiguieron herirlo.
— Bueno, “cierta” parte de ti no siente lo mismo —le dijo mientras dedicaba una
furiosa mirada a “aquella” parte de su cuerpo que aún estaba tiesa como una vara.
Harry suspiró al echar un vistazo a su regazo y vislumbrar la protuberancia que
sobresalía bajo la toalla.
— Desafortunadamente, tengo tanto control sobre “esto” como sobre el hecho
de estar aquí.
— Bueno, la puerta está ahí —dijo señalándola—. Ten cuidado de que no te
golpee el trasero al cerrarse.
— Créeme; si pudiese irme, lo haría.
Louis titubeó ante sus palabras, ante su significado.
— ¿Quieres decir que no puedo ordenarte que te marches?, ¿ni que regreses
al libro?
— Creo que la expresión que usaste fue: bingo.
Louis guardó silencio.
Harry se puso de pie lentamente y lo miró. Durante todos los siglos que
llevaba condenado, ésta la primera vez que le sucedía una cosa así. El resto de sus invocadores habían sabido lo que él significaba, y habían estado más que
dispuestos a pasar todo un mes en sus brazos, utilizando felizmente su cuerpo para obtener placer.
Jamás en su vida, mortal o inmortal, había encontrado a alguien que no le
deseara físicamente.
Era…
Extraño.
Humillante.
Casi embarazoso.
¿Sería un indicio de que la maldición se debilitaba?, ¿de que quizás pudiera
liberarse?
No. En el fondo sabía que no era cierto, aun cuando su mente se esforzaba
en aferrarse a la idea. Cuando los dioses griegos decretan un castigo, lo hacen con un estilo y con un ensañamiento que ni siquiera dos milenios pueden suavizar.
Hubo una época, mucho tiempo atrás, en la que había luchado contra la
condena. Una época en la que había creído que podría liberarse. Pero después de
dos mil años de encierro y tortura despiadada, había aprendido algo: resignación.
Se merecía este infierno personal y, como el soldado que una vez había sido,
aceptaba el castigo.
Sentía un nudo en la garganta y tragó para intentar deshacerlo. Extendió los
brazos a los lados y ofreció su cuerpo a Louis.
— Haz conmigo lo que desees. Sólo tienes que decirme cómo puedo
complacerte.
— Entonces deseo que te marches.
Harry dejó caer los brazos.
— En eso no puedo complacerte.
Frustrado, Louis comenzó a caminar nervioso de un lado a otro. Finalmente,
sus hormonas habían regresado a la normalidad y, con la cabeza más despejada, se esforzó por encontrar una solución. Pero por mucho que la buscaba, no parecía
haber ninguna.
Un dolor punzante se instaló en sus sienes.
¿Qué iba a hacer un mes —un mes entero— con él?
De nuevo, una visión de Harry tumbado sobre él, con el pelo cayéndole a
ambos lados del rostro, formando un dosel alrededor de sus cuerpos mientras se
introducía totalmente en él, lo asaltó.
— Necesito algo… —a Harry le falló la voz.
Louis se dio la vuelta para mirarle, con el cuerpo aún suplicándole que
cediera a sus deseos.
Sería tan fácil rendirse ante él… Pero no podía cometer ese error. Se negaba
a usar a Harry de ese modo. Como si…
No, no iba a pensar en eso. Se negaba a pensar en eso.
— ¿Qué? —preguntó él.
— Comida —contestó Harry—. Si no vas a utilizarme de forma apropiada, ¿te
importaría si como algo?
La expresión avergonzada y teñida de desagrado que adoptó su rostro le
indicó a Louis que no le gustaba tener que pedir.
Entonces cayó en la cuenta de algo; si para él esto resultaba extraño y
difícil, ¿cómo demonios se sentiría él después de haber sido arrancado de donde
quiera que estuviese, para ser arrojado a su vida como si fuese un guijarro lanzado con un tirachinas? Debía ser terrible.
— Por supuesto —le dijo mientras se ponía en movimiento para que él lo
siguiera—. La cocina está aquí —lo guió por el corto pasillo que llevaba a la parte
trasera de la casa.
Abrió el frigorífico y se apartó para que él echara un vistazo.
— ¿Qué te apetece?
En lugar de meter la cabeza para buscar algo, se quedó a medio metro de
distancia.
— ¿Ha quedado algo de pizza?
— ¿Pizza? —repitió Louis asombrado. ¿Cómo sabría él lo que era una
pizza?
Harry se encogió de hombros.
— Me dio la impresión de que te gustaba mucho.
A Louis le ardieron las mejillas mientras recordaba el tonto jueguecito al que
se dedicaron mientras comían. Niall había hecho otro comentario acerca de
reemplazar el sexo con la comida, y él había fingido un orgasmo al saborear el
último trozo de pizza.
— ¿Nos escuchaste?
Con una expresión hermética, Harry contestó en voz baja.
— El esclavo sexual escucha todo lo que se dice en las proximidades del
libro.
Si las mejillas le ardieran un poco más, acabarían explotando.
— No quedó nada —dijo rápidamente, desando meter la cabeza en el
congelador para enfriársela—. Tengo un poco de pollo que me sobró de ayer, y
también pasta.
— ¿Y vino?
Louis asintió con la cabeza.
— Está bien.
El tono despótico que utilizó Harry hizo estallar su furia. Era uno de esos
tonillos usados por un típico Tarzán que en el fondo quería decir: Yo soy el macho,
nene. Tráeme la comida. Y había conseguido que le hirviera la sangre.
— Mira, no soy tu cocinero. Como te pases conmigo te daré de comer
Alpo.
Harry arqueó una ceja.
— ¿Alpo?
— Olvídalo —aún irritado, sacó el pollo y lo preparó para meterlo en el
microondas.
Harry se sentó a la mesa con ese aura de arrogancia tan masculina que
acababa con todas sus buenas intenciones. Deseando tener una lata de Alpo, Louis sirvió un poco de pasta en un cuenco.
— De todos modos, ¿cuánto tiempo has estado encerrado en ese libro?
¿Desde la Edad Media? —al menos su forma de actuar correspondía a la de la
época.
Harry permaneció sentado, tan quieto como una estatua. Nada de mostrar sus
emociones. Si no lo hubiese conocido mejor, habría pensado que se trataba de un
androide.
— La última vez que fui convocado fue en el año 1895.
— ¿En serio? —Louis se quedó con la boca abierta mientras metía el cuenco
en el microondas— ¿En 1895? ¿Estás hablando en serio?
Él asintió con la cabeza.
— ¿En qué año te metieron en el libro?, la primera vez quiero decir.
La ira se adueñó de su rostro con tal intensidad que Louis se asustó.
— Según tu calendario, en el año 149 a.C.
Louis abrió los ojos de par en par.
— ¿En el año 149 antes de Cristo? ¡Jesús, María y José! Cuando Niall dijo que eras de Macedonia era cierto. Eres de Macedonia.
Harry asintió con un gesto brusco.
Los pensamientos de Louis giraban como un torbellino mientras cerraba el
microondas y lo ponía en marcha. Era imposible. ¡Tenía que ser imposible!
— ¿Cómo te metieron en el libro? A ver, según tengo entendido, los antiguos
griegos no tenían libros, ¿verdad?
— Originalmente fui encerrado en un rollo de pergamino que más tarde fue
encuadernado como medida de protección —dijo con un tono sombrío y el rostro
impasible—. Y con respecto a qué fue lo que hice para que me castigaran: invadí
Alexandria.
Louis frunció el ceño. Aquello no tenía ni pizca de sentido; como el resto de
todo lo que estaba sucediendo.
— ¿Y por qué ibas a merecerte un castigo por invadir una ciudad?
— Alexandria no era una ciudad, era una sacerdotisa virgen del dios Príapo.
Louis se tensó ante el comentario, y ante la magnitud del castigo que
implicaba «invadir» a una mujer. Encerrar al autor de la invasión para toda la
eternidad era un poco excesivo.
— ¿Violaste a una mujer?
— No la violé —contestó mirándola con dureza—. Fue de mutuo
consentimiento, te lo aseguro.
Vale, ése era un tema sensible para él. Se percibía claramente en su gélida
conducta. No le gustaba hablar del pasado. Tendría que ser un poquito más sutil en su interrogatorio.
Harry escuchó el extraño timbre, y observó cómo Louis apretaba un resorte
que abría la puerta de la caja negra donde había introducido su comida.
Louis sacó el humeante cuenco de comida y lo colocó ante Harry, junto con un
tenedor plateado, un cuchillo, una servilleta de papel y una copa de vino. El cálido
aroma se le subió a la cabeza e hizo que el estómago rugiera de necesidad.
Se suponía que debía estar perplejo por el modo tan rápido en que él había
cocinado, pero después de haber oído hablar de artefactos con nombres extraños
como tren, cámara, automóvil, fonógrafo, cohete y ordenador, Harry dudaba que
cualquier cosa pudiese tomarlo por sorpresa.
En realidad, no quedaba ningún sentimiento en él, aparte del deseo; hacía
mucho que había desterrado todas sus emociones.
Su existencia no era más que una sucesión de fragmentos temporales a lo
largo de los siglos. Su única razón de ser era la de obedecer los deseos sexuales de sus invocadores.
Y, si algo había aprendido en los dos últimos milenios, era a disfrutar de los
escasos placeres que podía obtener en cada invocación.
Con ese pensamiento, cogió una pequeña porción de comida y saboreó la
deliciosa sensación de los tibios y cremosos tallarines sobre su lengua. Era una pura delicia.
Dejó que el aroma de las especias y del pollo invadiera su cabeza. Había
pasado una eternidad desde la última vez que probó la comida. Una eternidad
sufriendo un hambre atroz. Cerró los ojos y tragó. Acostumbrado como estaba a la
privación en lugar de a los alimentos, su estómago se cerró ante el primer bocado.
Harry apretó con fuerza el cuchillo y el tenedor mientras luchaba por alejar el terrible dolor.
Pero no dejó de comer. No lo haría mientras hubiese comida en el cuenco.
Había esperado demasiado tiempo para poder aplacar su hambre y no estaba
dispuesto a detenerse ahora.
Después de unos cuantos bocados más, los retortijones disminuyeron y le
permitieron disfrutar plenamente de la comida.
Una vez su estómago se calmó, tuvo que echar mano de todas sus fuerzas
para comer como un humano y no zamparse la comida a puñados, tal era el hambre que le devoraba las entrañas.
En momentos como éste, le resultaba muy difícil recordar que aún era
humano, y no una bestia desbocada y feroz que había sido liberada de su jaula.
Hacía siglos que había perdido la mayor parte de su condición humana. Y
estaba decidido a conservar lo poco que le quedaba.
Louis se apoyó en la encimera y lo observó mientras comía. Lo hacía
lentamente, de forma casi mecánica. No dejaba entrever si le gustaba la comida,
pero aún así, continuaba comiendo.
Lo que realmente le sorprendió fueron los exquisitos modales europeos que
demostraba. Él nunca había sido capaz de comer de ese modo, y fue entonces
cuando comenzó a preguntarse dónde habría aprendido a utilizar el cuchillo para
mantener la pasta en el tenedor, y evitar que se cayera.
— ¿Había tenedores en al antigua Macedonia? —le preguntó.
Harry dejó de comer.
— ¿Disculpa?
— Me preguntaba cuándo se inventó el tenedor. ¿Ya lo utilizaban en…?
¡Estas desvariando! Le gritó su mente.
¿Y quién no lo haría en esta situación? Mira al tipo. ¿Cuántas veces crees
que alguien ha actuado como un imbécil y ha acabado devolviendo la vida a una
estatua griega? ¡Especialmente una estatua con ese cuerpo!
No muy a menudo.
— Creo que se inventó a mediados del sigo XV.
— ¿En serio? —preguntó Louis—. ¿Tú estabas allí?
Con una expresión ilegible, alzó los ojos y a su vez le preguntó:
— ¿A qué te refieres, al momento en que inventaron el tenedor o al siglo XV?
— Al siglo XV, por supuesto. —Y pensándolo mejor, añadió:— No estabas allí
cuando se inventó el tenedor, ¿verdad?
— No. —Harry se aclaró la garganta y se limpió la boca con la servilleta—.
Fui convocado en cuatro ocasiones durante ese siglo. Dos veces en Italia, una en
Francia y otra en Inglaterra.
— ¿De verdad? —Intentó imaginarse cómo debía ser el mundo en aquella
época—. Apuesto a que has visto todo tipo de cosas a lo largo de los siglos.
— No tantas.
— ¡Oh, venga ya! En dos mil años…
— He visto mayormente dormitorios, camas y armarios.
Su tono seco hizo que Louis se detuviera y él continuó comiendo. Una
imagen de Paul se le clavó el corazón. Él sólo había conocido a un imbécil egoísta
y despreocupado. Pero parecía que Harry tenía más experiencia en ese terreno.
— Cuéntame entonces, ¿qué haces mientras estás en el libro, te tumbas y
esperas que alguien te convoque?
Harry asintió.
— ¿Y qué haces para pasar el tiempo?
Harry se encogió de hombros y Louis cayó en la cuenta de que, en realidad,
no demostraba poseer un gran número de expresiones.
Ni de palabras.
Se acercó a la mesa y se sentó en un taburete frente a él.
— A ver, de acuerdo con lo que me has dicho tenemos que estar juntos
durante un mes, ¿qué tal si nos dedicamos a charlar para hacerlo más agradable?
Harry levantó la mirada, sorprendido. No podía recordar la última vez que
alguien quiso conversar con él, excepto para darle ánimos o hacerle sugerencias
que lo ayudaran a incrementar el placer que les proporcionaba. O para pedirle que
volviera a la cama.
Había aprendido a una edad muy temprana que las personas sólo querían una
cosa de él: esa parte de su cuerpo enterrada profundamente entre sus muslos.
Con esa idea en la mente, paseó lentamente la mirada por el cuerpo de
Louis, deteniéndose en su pecho.
Indignado, Louis cruzó los brazos sobre el pecho y esperó a que él lo mirara
a los ojos. Julian casi soltó una carcajada. Casi.
— A ver —dijo Harry utilizando sus mismas palabras—. Hay cosas que hacer con
la lengua mucho más placenteras que charlar: como pasártela por tus pezones
desnudo y por la garganta —bajó la mirada hacia el lugar donde,
aproximadamente, quedaría su regazo a través de la mesa—. Sin mencionar otras
partes que podría visitar.
Por un instante, Louis se quedó sin habla. Y después le encontró la gracia al
asunto. Y un momento más tarde empezó a ponerse muy cachondo.
Como terapeuta, había oído cosas mucho más sorprendentes que ésa, se
recordó.
Sí, claro, pero no lo había dicho una persona con la que él quería hacer
otras cosas aparte de hablar.
— Tienes razón, hay otras muchas cosas que se pueden hacer con una
lengua; como, por ejemplo, cortarla —le dijo, y se regodeó en la sorpresa que
reflejaron sus ojos—. Pero soy una persona a la que le gusta mucho hablar, y tú estás aquí para complacerme, ¿verdad?
Su cuerpo se tensó de forma muy sutil, como si se resistiera a aceptar su
papel.
— Es cierto.
— Entonces, cuéntame lo que haces mientras estás en el libro.
Louis sintió como sus ojos lo atravesaban con una intensidad tan abrasadora
que la dejó intrigado, desconcertado y un poco asustado.
— Es como estar encerrado en un sarcófago —contestó él en voz baja—.
Oigo voces, pero no puedo ver la luz ni ninguna otra cosa. No puedo moverme.
Simplemente me limito a esperar y a escuchar.
Louis se horrorizó ante la simple idea. Recordaba el día, mucho tiempo atrás,
en que se había quedado encerrado accidentalmente en el armario de las
herramientas de su padre. La oscuridad era total y no había modo de salir.
Aterrorizado, había sentido que se le oprimían los pulmones y que la cabeza
empezaba a darle vueltas por el miedo. Chilló y pataleó contra la puerta hasta que
tuvo las manos llenas de moratones.
Finalmente, su madre lo escuchó y lo ayudó a salir.
Desde entonces, Louis sentía una ligera claustrofobia debido a la
experiencia. No podía imaginarse lo que sería pasar siglos enteros en un lugar así.
— Es horrible —balbució.
— Al final te llegas a acostumbrar. Con el tiempo.
— ¿De verdad? —no estaba muy seguro, pero dudaba que fuese cierto.
Cuando su madre lo sacó del armario, descubrió que sólo había estado
encerrado media hora; pero a él le había parecido una eternidad. ¿Qué se sentiría
al pasar realmente una eternidad encerrado?
— ¿Has intentado escapar alguna vez?
La mirada que le dedicó lo decía todo.
— ¿Qué sucedió? —preguntó Louis.
— Obviamente, no tuve suerte.
Se sentía muy mal por él. Dos mil años encerrado en una cripta tenebrosa.
Era un milagro que no se hubiera vuelto loco. Que fuera capaz de sentarse con él
y hablar.
No era de extrañar que le hubiese pedido comida. Privar a una persona de
todos los placeres sensoriales era una tortura cruel y despiadada.
Y entonces supo que iba a ayudarlo. No sabía muy bien cómo hacerlo, pero
tenía que haber algún modo de liberarlo.
— ¿Y si encontráramos el modo de sacarte de ahí?
— Te aseguro que no hay ninguno.
— Eres un tanto pesimista, ¿no?
Harry lo miró divertido.
— Estar atrapado durante dos mil años tiene ese efecto sobre las personas.
Louis lo observó mientras acababa la comida, con la mente en ebullición. Su
parte más optimista se negaba a escuchar su fatalismo, exactamente igual que él
terapeuta que había en él se negaba a dejarlo marchar sin ayudarlo. Había jurado
aliviar el sufrimiento de las personas, y él se tomaba sus juramentos muy en serio.
Quien lo sigue, lo consigue.
Y aunque tuviese que atravesar océanos o cruzar el mismo infierno,
¡encontraría el modo de liberarlo!
Mientras tanto, decidió hacer algo que dudaba mucho que alguien hubiese
hecho por él antes: iba a encargarse de que disfrutara de su libertad en Londres. Las otras personas lo habían mantenido encerrado en los confines de sus
dormitorios o de sus vestidores, pero él no estaba dispuesto a encadenar a nadie.
— Bien, entonces digamos que esta vez vas a ser tú el que disfrute.
Harry alzó la mirada del cuenco con repentino interés.
— Voy a ser tu sirviente — continuó Louis—. Haremos cualquier cosa que se
te antoje. Y veremos todo lo que se te ocurra.
Mientras tomaba un sorbo de vino, curvó los labios en un gesto irónico.
— Quítate la camisa.
— ¿Cómo? —preguntó Louis.
Harry dejó a un lado la copa de vino y lo atravesó con una lujuriosa y
candente mirada.
— Has dicho que puedo ver lo que quiera y hacer lo que se me antoje. Bien,
pues quiero verte desnudo y después quiero pasar la lengua por…
— ¡Oye!, ¡relájate! —le dijo Louis con las mejillas ardiendo y el cuerpo abrasado por el deseo—. Creo que vamos a dejar claras unas cuantas reglas
que tendrás que cumplir estés aquí. Número uno: nada de eso.
— ¿Y por qué no?
Sí, le exigió su cuerpo entre la súplica y el enfado. ¿Por qué no?
— Porque no soy ningún gato callejero con el rabo alzado para que cualquier
gato venga, me monte y se largue.
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el dios de lo placentero /LS
FanfictionHistoria Larry El protagonista de la historia es un joven poderoso y deseado por todas las mujeres y hombres, bendecido por los dioses y con habilidades excepcionales. Sin embargo, está condenado a nunca encontrar la satisfacción y solo puede prop...